Opinión

UNA RAYA MÁS A “LA BESTIA DE ÁNCASH” (I)

POR: GERMÁN TORRES COBIÁN

Con la reciente condena de 35 años por su comprobada participación en el asesinato del líder sindical Ezequiel Nolasco, que se suma a otras sentencias firmes y consentidas, más   los calendarios que le van a caer por otros procesos penales que tiene pendientes, César Álvarez Aguilar, ex gobernador regional de Áncash, nunca saldrá de la cárcel a menos que sea beneficiario de un indulto presidencial. Triste realidad y fatalidad -a pesar de los millones de soles robados al erario público que posee- la de este desalmado que   tenía la obsesión de ocupar un alto cargo público “pa’ salir de misio, …”.

En efecto, años antes de ocupar el Gobierno Regional de Áncash (GRA), Álvarez ya tenía planificado saquear las instituciones estatales para volverse millonario y enriquecer a sus compinches. Esto se colige de la perseverancia que tuvo por capturar la Municipalidad Provincial del Santa. Al respecto, tengo una anécdota verídica que ya la he referido en un antiguo artículo, pero que conviene recordarla. Después de ser derrotado dos veces en su pretensión de acceder a la alcaldía provincial, y mientras se aprestaba a postular por tercera vez al mismo cargo, un antiguo chimbotano  le preguntó a César Álvarez  a qué se debía su obcecación por ser alcalde de la MPS. Álvarez le contestó: “Pa’ salir de misio, pe”. Solamente a un ladrón y sinvergüenza se le habría ocurrido rebuznar esa respuesta.

Muchos años después, al cabo de haber ejercido delincuencialmente el poder desde 2007 hasta 2014, y cuando empezó a ser condenado y encarcelado por los múltiples delitos cometidos contra el GRA, quejándose de su triste situación, Álvarez, entre otras barbaridades, bramó en los medios de comunicación: “No sean inhumanos. Yo he sido un político, no un criminal” (…) “Soy un perseguido político” (…) “No me han encontrado nada” (…) “Soy inocente” … El corrupto, como cualquier delincuente común, también se declara inocente. Es más, achaca sus acusaciones, procesos y condenas a móviles y venganzas políticas.

Sin embargo, Álvarez nunca fue un político nato, más bien fue un advenedizo de tal menester y uno de los politicastros más perversos de Chimbote y Áncash. Un politicastro es aquel “político inhábil, rastrero, mal intencionado, que actúa con fines y medios turbios”. Esta definición del DRAE le cae que ni pintada a “la bestia de Áncash” y a otros de su misma mala calaña, como los ex alcaldes Estuardo Díaz, Luis Arroyo Rojas, Victoria Espinoza, Julio Cortés, el fanático religioso Waldo Ríos y ese imbécil llamado Enrique Vargas Barrenechea. Álvarez, igual que todos estos adefesios, no estaba preparado para hacer política, entendida ésta como aquella actividad humana que tiende a la conquista, la conservación y el ejercicio del poder, y cuyo fin primordial es procurar el bienestar de la sociedad. Por el contrario, utilizó la politiquería para saciar su afán de lucro y el del grupo que le ayudó a cometer sus actos delictivos en desmedro del desarrollo de Áncash y sus habitantes.

Ahora bien, cuando me pongo a pensar en la desastrosa situación en la que se encuentra inmerso el ex líder de la banda delictiva “Cuenta Conmigo”, no puedo dejar de reflexionar sobre los motivos que le han llevado a acumular tantas condenas que le obligarán a permanecer en la cárcel el resto de su vida. Dicho de otro modo, ¿qué factores le influenciaron para perseguir obsesivamente el poder?, ¿qué fue lo que le hizo meterse en un berenjenal que lo ha jodido de por vida, a él y su familia? La respuesta la dio él mismo cuando dijo: “Pa´salir de misio, pe.” Hablando en cristiano, Álvarez perseguía el poder por su ambición de riqueza. Pero, ¿cuál es la medida que pueda saciar la desaforada ansia de los corruptos de poseer dinero para vivir entre millones de soles, que a la postre no se los van a poder gastar en toda una vida de dispendio? ¿Valió la pena despilfarrar gran parte de su vida en organizar toda una estructura partidaria gansteril para recolectar firmas, rodearse de funcionarios inescrupulosos, engatusar al pueblo porteño y ancashino, dar decenas de mítines chicha, atentar contra la vida de quienes cuestionaban y denunciaban sus latrocinios y abuso de poder, acusar a periodistas honestos, corromper policías, fiscales, jueces para, al final, hipotecar su existencia y la de sus familiares y terminar preso de por vida?

César Álvarez tenía -hacia mediados de la primera década del 2000-, un pequeño negocio de lentes e implementos para computadoras que posiblemente le bastaba para mantener dignamente a su familia. El error de su vida lo cometió cuando empezó a dedicarse a la politiquería. Colocó en la fachada de su micro empresa (en una de las esquinas de Carlos de los Heros con la avenida Pardo), su partida de nacimiento con el que certificaba su condición de chimbotano nato (solo le faltó titularse “huanchaquero”, como la Tía Vicky, perseguida por la Justicia, pero olvidada por la policía). No obstante, tal empresa no le bastó para satisfacer sus ansias de lucro. Porque el problema de los corruptos y delincuentes en general surge cuando se crean necesidades y exigencias del tipo que voy a reseñar sucintamente. Hace bastantes años, una aprista, dirigente del magisterio, de por sí muy bien pagada, promovía huelgas constantemente para que los sueldos de su sector se homologaran a los de los jueces, que son muy abultados. Su argumentación para justificar tal aumento fue el siguiente: “¿Cómo voy a mantener mi apartamento y mi chalet?, ¿con qué voy a pagar la gasolina de mis dos carros, a  dos empleadas  y  la carrera de  mis  tres  hijos  en la Universidad de Lima?”. A esta seguidora de los ideales de Haya de la Torre, solo le faltó añadir: “¿Con qué dinero voy a mantener a mi amante”? Con esto quiero decir que hay gente mentalmente desequilibrada por sus ansias de enriquecimiento y su fervor consumista, de tal modo que ninguna cantidad de dinero le es suficiente para saciar su malhadado estilo de vida.

El afán de lucro, la maldad intrínseca a sus respectivas existencias, el egocentrismo y la ignorancia que padecen, son los motivos principales que tienen todos los politicastros para montar sus organizaciones criminales con el objeto de saquear las instituciones estatales. César Álvarez no fue una excepción. (Continúa).