Opinión

PARA SALVAR VIDAS, REACTIVAR Y VOTAR

Por: CARLOS ADRIANZÉN (*)

Hace un año llegaron malas noticias desde China. La lóbrega OMS había hecho pública una luz de alarma. Se había desatado una pandemia desde Wuhan. Un virus extremadamente contagioso fluía por todo el planeta. Un año más tarde conocimos que la producción mundial se había contraído más de 4% (la peor recesión global en nueve décadas) y que el número global de fallecidos superaba los 2.5 millones de seres humanos. Que en el Perú la producción cayó tres veces más que el promedio del planeta y que se registró más de 1.3 millones de infectados y un número cuestionado de decesos por el virus. Algunos sostienen que –reservadamente– el Gobierno peruano habría apostado por la genocida inmunidad de rebaño (frente a un virus que no cesa de mutar).

Con algo de suerte, en cinco meses nos desharemos de Sagasti y colaboradores. Entonces habremos elegido a un nuevo presidente (esa suerte de dictador constitucional, dada la corrupción e ideologización prevaleciente) y a una nueva burocracia congresal (que, lamentablemente, podría parecerse mucho a la actual).

Si queremos reflexionar acerca de cómo llegamos a este bicentenario recordemos que este es el Perú poshumalista. Que hace una década hemos transitado hacia la izquierda y que (1) estamos hundidos en una megarrecesión; (2) que cada año deterioramos nuestra percepción de corrupción burocrática); y (3) que –con Vizcarra y con Sagasti– hemos quebrado todos los registros globales de fracaso en la gestión de las dos curvas: la recesiva y la epidémica. Así estamos hoy. Esto encontrarán los elegidos… si llega a haber elecciones.

En materia epidémica, nos marca un escándalo de corrupción inconcluso, asociado a la compra gobierno a gobierno con la dictadura china y la escandalosa asignación local de una vacuna aún no-autorizada globalmente. En esta coyuntura dos detalles nos inquietan. El primero resulta previsible en una nación donde la libertad de prensa es un valor deteriorado. Las cifras de evolución de la pandemia y los patrones de vacunación no resultan fáciles de monitorear. Como en Venezuela o Cuba, existe un racionado patrón informativo.

Este flagrante fracaso estatal ha tenido una contraindicación. La explosión de la infección (y los paralelos errores del manejo económico) han despertado una megarrecesión. Y esta (al aumentar la informalidad), y dados los errores del manejo de salud públicas, ha retroalimentado una mayor tasa de infección y de fallecimientos. En materia económica, el desenlace –previsible al proscribir poco inteligentemente consumos, inversiones y producción– ha sido pavoroso, y está en pleno desarrollo. No solo la producción, empleo, inversión y comercio exterior han colapsado, sino que la pobreza se ha elevado severamente. Y no existen a la fecha signos de recuperación económica.

Sí, estimado lector, la gestión del gobierno Morado –dilapidando recursos en ministerios y actividades no prioritarias– no solo ha sido incapaz de monitorear y aislar con pruebas adecuadas, sino que ha cometido errores garrafales en términos de la proveeduría de camas UCI, atención de primera línea o en la dotación de oxígeno a los centros médicos. Ha combinado políticas fiscales y monetarias expansivas con trabas masivas. Pero esto no fue todo. Cuando aparecen globalmente las primeras vacunas, los errores de su gestión sospechosamente se incrementan. No solo gestionan en forma secreta la compra de vacunas, sino que bloquean –basados en una retórica ideológica estilo cubano– la importación y comercialización privada de estos instrumentos.

Simplemente prohíben el ingreso privado del instrumento clave para salvar a millones de peruanos. Sí, estimado lector, las vacunas ofertadas por el sector privado no solo salvarían la vida de millones de peruanos (fundamentalmente informales e independientes), sino que reactivarían la economía (al posibilitar consumos, inversiones, comercio exterior e inversión) y permitirían asistir a las elecciones generales de abril próximo. Pero irresponsable y desenfadadamente Sagasti y su grupo las bloquean.

¿Y las vacunas vía la gestión burocrática? Con ellas, al ritmo de vacunación de febrero pasado, y asumiendo el ritmo de suministro chino de este mismo mes, el resultado resultaría tan aberrante que en base a un cálculo directo cubriríamos la población objetivo en 29.1 años. Por supuesto que este ejercicio luce inocente. Pero los hechos son los hechos. Factualmente, con lo mejor del cuerpo médico e infraestructura del país, en 20 días, se habría inoculado la primera dosis apenas a 37,600 personas (el 0.188% de la población objetivo). Agréguele a este ejercicio la microcorrupción burocrática prevaleciente hoy en todo el país. Ceteris paribus, según otros cálculos –seguramente más detallados– la vacunación oficial peruana tomaría 7 o 11 años. Ambos estimados descubren lo mismo.

Vacunar tomaría demasiados años. Virtualmente, esta opción –defendida por Sagasti–, implica no vacunar a las mayorías. Una acción irresponsable y posiblemente dolosa. ¿Cuántos fallecidos innecesariamente generaría? Quienes hoy aspiran a llegar al poder en julio próximo no pueden obviar este punto: las vacunas por el canal privado resultan críticas. No solo salvarán millones de vidas y reactivarán la economía rápidamente, además permitirán que mucha más gente se atreva a votar en las elecciones en curso. Si entienden esto, habrán tocado el verdadero trasfondo ideológico de la maquinación del grupo en el poder. Tendrán que escoger entre ser tajantes con el abuso o cómplices de estos crímenes.

(*) Columnista de El Montonero (Tomado de www.elmontonero.pe)