POR: GERMÁN TORRES COBIÁN
Pese a que desde mi adolescencia ya leía a los clásicos españoles del Siglo de Oro y a escritores franceses e ingleses traducidos a la maravillosa lengua castellana, en la época de mi juventud universitaria y contestataria tuve un insensato prejuicio: creía que el idioma de Cervantes era una lengua colonialista y autoritaria, que había sido impuesta por la metrópoli ibérica como instrumento de enajenación de la identidad de los antiguos peruanos; que dicha lengua se había usado para prohibir el quechua, explotar a nuestros indios, para imponernos una religión que nunca pedimos y, en fin, utilizado por los historiadores cipayos peruanos para falsificar nuestro pasado.
Muchos años después, en Madrid, mientras conversábamos sobre algunos autores del boom latinoamericano, el poeta vallejiano Ángel Gonzáles me obsequió la antiquísima “Gramática de la Lengua Castellana” de Antonio de Nebrija. Aprendí mucho de aquel extraordinario libro. Pero, si bien esta notable obra era una herramienta muy útil para adentrarse en los intríngulis de nuestra lengua, el error de Nebrija fue creer que el castellano era compañera inseparable del imperio español y que su país estaba destinado a repetir la experiencia de la antigua Roma en el asunto ése de invadir países; quizá por eso editó tal libro en 1492, justo el año en que se descubrió América. Sin embargo, gracias al mismo Gonzáles y a los consejos de los intelectuales españoles Manuel Andújar y Julio Luelmo, reconsideré mi prejuicio antedicho y pensé que el idioma en mención también había sido muy útil para nuestra independencia; que en castellano conspiraron los precursores de nuestra emancipación; en castellano daban vivas a la libertad los patriotas peruanos que eran fusilados en castellano por los realistas españoles. Y en castellano escribieron Vallejo, Eguren, Ciro Alegría, Enrique López Albújar, Valdelomar, Mariátegui, Gonzáles Prada…
Si bien con los libros escritos o traducidos al castellano obtengo cotidianamente muchos conocimientos, con el quechua no puedo nutrir mi cultura porque, lamentablemente, no tengo a mi alcance bibliografía en nuestra lengua materna; pero, aunque la tuviera, ignoro el quechua al contrario de mi admirado amigo, el abogado, tenor, profesor, políglota, escritor y nadador, Lincoln Villón Vergara, que es un gran maestro en el uso de nuestro idioma original. Hoy podría decir que el castellano o español es la lengua amiga y solidaria de quienes la usamos para trasmitir a los lectores que tienen la paciencia de leernos, lo poco que hemos aprendido en nuestra dilatada vida. Podría añadir que el castellano que hablamos ha alcanzado en el Perú la libertad y la expresividad de toda lengua que no es impuesta por las malas a ningún pueblo. Y sospecho que nuestra lengua es algo más flexible que el modelo oficial de Castilla.
Aunque a menudo un servidor vuestro utiliza el castellano castizo en sus escritos, quizá es mejor que nuestro español verbal se parezca más al andaluz, al canario, al extremeño o al elegante castellano peruanizado de Monseñor Simón Piorno, que al español fonético parapetado en las ces, las zetas y las elles, o en el arrastre de la letra ese(s) de los madrileños, que más parece sh. Sin embargo, el grave problema que tiene el castellano en nuestro país es que se está convirtiendo en un idioma disparatado en boca de muchos hablantes. Y no ya por los desatinos que se escuchan cada día en la radio o TV: “preveer” por prever, “haiga” por haya, “dijistes” por dijiste, “desvastar” por devastar, “dea” por dé, “aperturar” por abrir, “acá” por aquí, “aún todavía” (redundancia), “de que” por que y “que” por de que, sino que nuestro idioma se ha convertido en el vehículo de la mentira y el cinismo. Muchas veces me quedo patidifuso cuando escucho a ciertos locutores asalariados(también en la radio y la TV) emplear el sentido polisémico de las palabras para ocultar la incompetencia y la corrupción de ellos y de sus amos.
Frente a este panorama, es urgente que el castellano alcance condiciones dignas; que deje de ser la lengua de los malhechores del periodismo y la política; y que consiga la honestidad y la eficacia de cualquier lengua manejada por sociedades libres y cultas. Leed estos versos sencillos de la poetisa trujillana Denisse Vega: “El mar es una pregunta/ El mar es una respuesta/ El mar es un escapulario/Donde todos los rostros acuden/ El mar es un ojal por el que se engasta la muerte/ El mar es el mar de cada uno/ El mar es el desierto de cada uno/El desierto también es el mar de cada uno/ Pero estamos hablando del mar/ Y el mar es una estrofa inabarcable/ Que sólo se llega a cantar/Con la cuenca entre sus olas.”
¿No es hermoso el castellano cuando se usa bien? En suma, nuestro idioma se encuentra en un tremendo conflicto en boca de muchos parlantes analfabetos potenciales y es menester redimirlo. Guardemos la esperanza de que poco a poco se corrija su uso y que no se utilice procazmente o vulgarmente para vocear sofismas, falacias y cinismos, o para que cualquier escribidor lo use de mala manera en las columnas de los diarios. Porque es suficiente leer sólo el primer párrafo de sus escritos para darse cuenta de que muchos articulistas no usan bien la lengua… dicho esto último en el mejor sentido de la expresión.