POR: GERMÁN TORRES COBIÁN
Nunca se abusa tanto de la palabra democracia, como durante las campañas electorales en cualquier país del mundo. Decía el poeta inglés Percy B. Shelley: “Las palabras son demasiado profanadas/para volver a profanarlas yo”. Posiblemente en ninguna parte del mundo como en el Perú, la palabra democracia es tan profanada por gobernantes y candidatos a cualquier elección. En 1999, un periodista le preguntó a Dennis Jett, embajador de Estados Unidos en el Perú, qué le parecía nuestra democracia. El diplomático norteamericano le respondió: “Ustedes hablan mucho de democracia, pero nunca la practican”. Una respuesta notable con la que coincido plenamente.
A pesar de que algunos ilusos aseguran – junto a muchos políticastros- que la democracia está instituida en nuestro país, hay quienes creemos, con desesperación, que nuestros gobernantes poco o nunca la han practicado. ¡Hay que defender la democracia contra el comunismo colectivista!, dicen algunos plumíferos que apoyan subliminalmente la candidatura de Keiko Fujimori, máxima dirigente de Fuerza Popular, partido antidemócrata y corrupto. Mezclan el vocablo democracia con la defensa de los intereses de los dueños del poder y con la conservación del sistema neoliberal que lleva décadas empobreciendo a millones de peruanos. Son legos en la materia; ignoran lo que es una verdadera democracia. La brutal abundancia de desigualdades en nuestro país es incompatible con el concepto de democracia. De modo que esta nota va destinada preferentemente a estos cacasenos que hipócritamente profanan la palabra democracia.
Aprehender el verdadero sentido de la palabra democracia es considerablemente difícil, porque, en realidad, es un vocablo que denota un sistema político que está en constante elaboración y perfeccionamiento. El ideal democrático (que persigue la soberanía del pueblo, su derecho a elegir y ser elegido, y fiscalizar a sus gobernantes) solo está instituido en escasas naciones de este planeta llamado Tierra.
Para conceptuar verdaderamente la palabra democracia, conviene empezar por describir la que instituyeron los griegos. La “democracia” de los griegos es irrepetible y solo fue posible porque el número de ciudadanos en el estado-ciudad era escaso y podía reunirse en el ágora, debatir y votar: era la democracia directa. Pero estaban excluidos los extranjeros, los esclavos, las mujeres, los menores; era en realidad la democracia para una clase social. En buen cristiano, no era una democracia real. Hoy por hoy, el ideal de democracia no permite todas esas exclusiones. La llamada democracia liberal u occidental, nacida hace poco más de un par de siglos como fruto de la Revolución Francesa, se debe ejercer por medio de diputados elegidos por regiones y provincias que se reúnen después en el Parlamento. Es decir, el ciudadano elige a un representante para que defienda los intereses de su circunscripción y los de su clase social, atendiendo a una ideología que debe ser común entre el elector y el elegido: una ideología de partido. Aquí aparecen ya tres premisas esenciales de la democracia: el sufragio universal; el Parlamento donde se reúnen esos representantes, y el derecho de asociación libre y sin ninguna cortapisa.
Pero, estos no son los únicos requisitos para constituir una democracia. Se requiere además la pluralidad de opciones políticas; la libertad de prensa absoluta y de otros medios de información, de forma que no tiendan a desinformar con su poder a los ciudadanos. Se necesita la libertad de reunión y expresión. Aun así, no es suficiente. Para que un país sea llamado democrático se suele exigir la separación entre los tres poderes que se consideran clásicos: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Esta separación es una garantía contra un poder demasiado fuerte que ahogue las posibilidades y reivindicaciones del ser humano.
¿Debemos concluir, de acuerdo a estas exigencias, que aquel país que las cumple es democrático? No, ni mucho menos. A partir de la segunda mitad del siglo XX, politólogos y sociólogos plantearon que una nación democrática es aquella que ha logrado implementar en la sociedad una buen sistema de salud pública; que sus habitantes estén libres de analfabetismo; que el cuidado a los ancianos y niños sea prioritario; que la educación reúna condiciones óptimas de calidad; que la cultura llegue a toda la población; que se respeten escrupulosamente los derechos humanos y la vida de las personas; en fin, un Estado de Bienestar como el establecido en Finlandia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica… ¿Se asemeja el Perú a estos países?. Para nada. Ergo, nuestro país no es democrático.
Sin duda, todo lo susodicho es bastante sabido para muchos lectores. Pero es posible que los políticos distorsionen estas premisas mediante sus periodistas y escritores mercenarios y les interese más que el pueblo llano las ignore. Así fue en Francia. Cuando surge la democracia en este país, realizada por una burguesía con apoyo popular, tuvo ya sus enemigos contradiciéndola. Es posible inventariar aquí algunos métodos de anulación de la democracia, a través del tiempo. Uno ha sido la reducción del número y la calidad de los electores: restricciones de edad, situación económica, sexo masculino, educación, prohibición a los analfabetos, etc. Estas restricciones han ido diluyendose poco a poco. El derecho del voto a la mujer se dio a partir de principios del siglo XX, y en algunos países, solamente después de la Segunda Guerra mundial. Cuando no se ha podido contener el aumento creciente en el número de votantes, se han restringido los elegibles, determinándoles también unas condiciones de edad o posición social determinadas. Hoy por hoy, esos métodos para limitar la democracia sería imposible aplicarlos. Actualmente se estila el fraude electoral o el golpe de Estado utilizado por quienes se niegan a dejar el poder, o por aquellos que poseen los medios económicos suficientes para distorsionar el voto popular. La manipulación de las encuestas, la tergiversación de las noticias por la prensa escrita y audiovisual, también son utilizadas por los enemigos de la democracia. (Continúa).