Opinión

LA TRANSICIÓN AL LADO OSCURO

Mg. Miguel Koo Vargas (*)

Hace poco leí un artículo de “The Washington Post” escrito por Charles Lane, sobre la trágica decadencia política de nuestro país con motivo del bicentenario. Un paralelismo interesante entre datos estadísticos y la evolución histórica en materia política-económica que intentan graficar la amenaza que constituye el Plan de Gobierno de Perú Libre contra la “economía social de mercado”. Datos frívolos, por supuesto, como la contracción de la economía en 11% el 2020.

Sabemos bien que estos “horrores económicos” como les llama Charles, han sido desencadenados en el gobierno de Vizcarra, producto de la corrupción y una deficiente gestión económica y política. Esto me llevó a reflexionar sobre la dimensión de la maldad de un líder sediento del poder, a merced de la estabilidad de toda una nación.

¿Qué pasa por la mente de un individuo, aparentemente normal, para degenerarse y pasarse al lado oscuro? Hace unos años, cuando estaba en la universidad, presenté un ensayo denominado “La alienación del poder”, calificado con nota sobresaliente, en la que intentaba responder a esta pregunta con base en mi experiencia colaborando durante cinco años junto a uno de los mayores expertos psicólogos de Europa en psicopatía.

No pocos hechos que han generado un gran impacto social han suscitado para la psicología tantas inquietudes por resolver a lo largo de la historia. Uno de estos pasajes oscuros, de los mayores cometidos en el siglo pasado, ha sido el holocausto Nazi, el programa genocida liderado por Adolf Hitler, en donde fueron asesinados cruelmente más de 11 millones de personas a causa de la ideología racial imperante en Alemania entre 1933 y 1945. Es precisamente con el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando los psicólogos empiezan a cuestionarse seriamente las causas de esta deformación perversa de la personalidad. Se da origen a la búsqueda de comprender cómo es que una persona, aparentemente normal, podía llegar a un punto de maldad tan inhumano para torturar y depredar sin compasión a otro individuo, sin hacerse del más mínimo remordimiento por ello. Es así que se descubrieron una serie de elementos y factores insidiosos en esta transición de la personalidad sana hacia una personalidad malvada o también denominada maquiavélica.

El primero de ellos es el miedo, que funciona en los seres humanos como un modulador del comportamiento. Responde a un instinto básico de supervivencia, pues nos alerta sobre la peligrosidad a la que está siendo expuesta nuestra integridad física y emocional. Es así que para no perder nunca el reconocimiento de los demás, los líderes por miedo al rechazo y abandono, adoptan un estilo de vida dimisionario, es decir, se refugian en el silencio renunciando flagrantemente a sus principios y valores. El miedo los lleva a apagar sus sistemas de alerta frente a la maldad y funciona en ellos como una anestesia moral que les impide reaccionar ante las situaciones de discernimiento entre lo bueno y lo malo.

Cuando conocemos a alguien que nos impacta por su personalidad o manera de ser, inmediatamente identificamos en esa persona ciertos rasgos que nos parecen ser idóneos según el aprendizaje con el que hemos crecido y nos hemos formado. Este deseo mimético sobre otros individuos termina siendo un riesgo importante para nosotros, teniendo en consideración que vivimos en una sociedad narcisista, moralmente dimisionaria y psicosocialmente tóxica para la dignidad humana. La adopción de estos modelos tóxicos como válidos por parte de los líderes es la principal causa de deformación de la personalidad en individualidades con personalidades maquiavélicas.    

Una vez introyectado ese aprendizaje nocivo sobre la manera en que se debería reaccionar ante situaciones que demandan un discernimiento entre el bien y el mal, lo siguiente es que el líder libere la tensión que le significa tomar una decisión de esta magnitud a través de su distanciamiento. Se activa un mecanismo de defensa interno que lo invita a evitar sentirse presionado, le otorga una puerta de escape hacia una zona de confort donde no existen responsabilidades por nada. Esta frialdad lamentablemente es admirada en la sociedad hoy en día, pues es asociada erróneamente con la valentía, la capacidad ejecutiva, la vigorosidad, etc. La sensibilidad por el prójimo es percibida en cambio como debilidad, cobardía y falta de determinación para el cumplimiento de objetivos.

Si hay algo que mejor que explica la desatención con los conflictos y la problemática determinada de estos líderes oscuros, es la capacidad del individuo para justificar su pasividad ante el mal a través del desplazamiento de su propia responsabilidad sobre otros. Esta forma de pasividad es parafraseada notablemente por Dante Alighieri en la Divina Comedia cuando afirma que “los lugares más oscuros del infierno se encuentran reservados para aquellos que guardan neutralidad en tiempos de crisis moral”.

Identificarnos con las víctimas de nuestro tiempo es un deber moral. Dejar que los otros sean los que tomen decisiones o lideren una iniciativa de cambio nos aligera la conciencia de tener que responder por las consecuencias de las mismas. El adormecimiento moral a través de estas conductas pasivas termina siendo nuestra puerta de embarque hacia el lado oscuro, al no encontrar una capacidad de reacción sobre aquello a lo que debemos poner fin desde un inicio.

(*) Asesor de imagen

y comunicaciones