Por: CÉSAR FÉLIX SÁNCHEZ(*)
El domingo dieron vuelta al mundo las imágenes de la caída de Kabul, una suerte de dejà vu de Saigón o de Phnom Penh en los setenta. Y aquel espectáculo trágico me trajo algunos recuerdos.
Hace más de veinte años, cuando terminaba de ver The Killing Fields, de Roland Joffé, pensé que de haber triunfado Sendero Luminoso habrían ocurrido parecidas escenas en el aeropuerto Jorge Chávez. Era, claro está, una imaginación febril, hipotética, puramente ficticia, incluso descabellada. Porque, aun en los peores momentos de los años noventa, era imposible que Sendero alcance el equilibrio estratégico y derrote a las fuerzas armadas. Y para 1998, incluso la antes poderosa Izquierda Unida se había reducido a dos humildes congresistas (Diez Canseco y Breña Pantoja), una especie de reliquias de un tiempo pasado que jamás de los jamases volvería.
Pero hoy, gracias a una serie de eventos desafortunados y a esa ley del absurdo que parece gobernar al Perú, tenemos a la más extremísima izquierda gobernándonos, pero no habiendo desplazado violentamente a las clases dominantes y sus aparatos de poder en el campo de batalla, sino habiéndose metido por la ventana, sin que siquiera sus electores se hayan percatado de la real magnitud de lo que han hecho.
No digo que nos gobierne Sendero. No. Nos gobiernan sus mayordomos, servidores y apologistas. Recordemos que, como se dijo muchas veces desde la izquierda y la derecha, Pedro Castillo, como dirigente supremo del Conare, estuvo al servicio de unas bases, que «en la práctica eran una coordinación de las distintas facciones del senderismo y algunos rezagos de PukaLlacta», según el comunista Arturo Ayala, y que Jaime Cerrón, el padre de Vladimir e inspirador póstumo de Perú Libre, era vicerrector de la Universidad Nacional del Centro, durante los «tres años [que] duró el dominio de la UNCP por el PCP-SL, en muchos casos con la complicidad de las autoridades y docentes» (Informe final de la CVR, tomo V, p. 674).
En ese periodo la UNCP era un literal infierno en el que los estudiantes eran secuestrados en pleno campus por Sendero, que había instalado incluso una cámara de torturas en el comedor universitario. Incluso, un profesor emerretista, Luis Aguilar Romaní fue asesinado por los senderistas –¡qué mala suerte!– en la mismísima oficina del vicerrector Cerrón. (p. 673). «Esta presencia empezó a ser frenada a mediados de año con el secuestro, el 8 de junio de 1990» y posterior asesinato del vicerrector Jaime Cerrón. «Aunque no existen evidencias de que haya pertenecido al aparato del PCP-SL, la impresión de gran parte de la comunidad universitaria es que pertenecía o simpatizaba con él» (p. 676).
Ni qué decir de Bellido, apologista explícito de Edith Lagos y de Sendero Luminoso, ni de las afiebradas teorías de Héctor Béjar y su aún más descabellado pasado como propulsor armado del totalitarismo marxista. Estas son las figuras que nos gobiernan, gracias al caviarismo y a los consultores y operadores mediáticos que medran del Estado desde los tiempos de Humala y sus miríadas de tontos útiles que se travistieron de «dignos» con tal de cerrarle el paso a la derecha de todas las formas posibles: desde el asesinato mediático y el lawfare (que ahora quieren aplicar a Cerrón, pero trop tard) hasta el golpe de Estado palaciego y el golpe de Estado callejero.
¿Cuál es nuestro único consuelo? Que, como diría Gil-Robles en las cortes españolas de 1936, medio Perú se resiste a morir. Y que, mal que les pese a los eternos distorsionadores de la opinión pública, a diferencia de Chile o Venezuela, hay un amplio sector de peruanos instintivamente conservador, que ya está frenando las peores extravagancias de Perú Libre. Pero que quede clarísimo: aun si, por motivos de supervivencia, Castillo y el gabinete Bellido fingen toda clase de moderaciones, ser gobernados por los mayordomos de Sendero es un oprobio sin nombre y un peligro grave para el futuro del país.
(*) Artículo publicado en El Montonero (www.elmontonero.pe), antes de la renuncia de Héctor Béjar.