Opinión

DE COMO DESARRUGARSE

Por: Miguel Rodriguez Liñán (*)                                                                          

En memoria de Javier «Tito» Peláez Olórtegui

El lunes seis de diciembre del 2021 de la todavía llamada era cristiana, tipo cuatro de la tardecita, estaba el suscrito arrinconado por el frío, acurrucado después de su dosis de lectura (El viaje a Ixtlán, de Carlos Castañeda), considerando las posibilidades de siesta y no hago más ná, hundiéndose en las arenas movedizas de la más grande y espantosa sequía literaria de toda mi existencia presente, pasada, y de pronto futura, lo juro. Pero la magia existe, ahora con ropaje cibernético… Desganado, echo un ojo a mi smartphone… ¿El Diario de Chimbote? ¿Wili junior? ¿Y los artículos que prometiste? ¡Eres el corresponsal internacional del Diario! ¡No te arrugues otra vez!

     De nuevo, como veinte años atrás, la fuerza del verbo utilizado en este contexto, me hizo saltar de la cama… ¡Libertad total! ¡Escribe de lo que sea! dice Wili… ¡Unas mil palabras! ¡Escribe sobre la pandemia! ¡De fútbol! ¡De economía! ¡De letras!… Esto que aquí transcribo, realizado según la cronología del célebre tango, ve, por fin, la ocasión de asomar la nariz y presentarse al público lector.

Un día como este es bueno para mandar mi primer escrito al Diario de Chimbote. Me siento frente al ordi. Café y Marlboro. Ajá. Emilio del Diario de Chimbote. Es Wili Peláez junior, el mayor del clan Peláez. Al cabo de unos intercambios, yo había amenazado escribir para el Diario; después me di cuenta que mi estilacho no iba con el tono general, que de pronto podría, precisamente, desentonar. El breve mensaje de Wili utilizaba el verbo “arrugarse” con su fuerte carga pronominal. O sea: « ¿Qué pasó? ¿Te arrugaste? ¿Y los artículos? » Sentí como un banderillazo. Sin embargo, la paré de pechito. ¿Arrugarme, Johnny Pacheco? Ni cagando, Wili. ¿Periodismo? Pourquoi pas? Eso sí, excluyendo, de preferencia, cosas de tipo político o relacionadas con el poder político. Excluyendo las guerras, las catástrofes, los maremotos, los tifones, los terremotos, las masacres. Me puse los chimpunes y escribí de un solo plumazo el tercer artículo, o como se llame, de este libro, titulado Marsella, que después corregí en esa ciudad-puerto.

Desde ese día, empecé a practicar una prosa media apurada, pero con todo el rigor posible, para incursionar en algo que podría ser periodismo literario. Empecé con cierta timidez y luego, paulatinamente, fui adquiriendo desenvoltura y confianza. De modo que le agradezco a Wili y al Diario de Chimbote –don Wili, Wili junior, Tito, Manteca, Pocius –el haberme brindado un espacio para empezar un ejercicio que, con el tiempo, se ha vuelto prácticamente paralelo a mi actividad poética “en serio”, y que se ha vuelto tan “seria” como ésta, en la medida que un epígono del viejo Aristófanes pueda serlo. De modo que va, de passarela, un fuerte pensamiento agradecido al viejo Aristófanes, a quien reivindico como primer maestro en la vertiente jodona de mi estilo, y a quien trato de no desmerecer como alumno-mono. Es increíble el poder de la palabra, jamás dejaré de sorprenderme o maravillarme. Como ya dije, debido a ese “arrugarse” me sentí como un toro picado por el picador –Wili junior, en este caso –, por los banderilleros –Tito, Manteca, Pocius –, rascando la arena de la arena y echando humo por el hocico y los huecos de la nariz. De inmediato, tuve un chaparrón de ideas. ¿De qué se puede escribir? De todo. De lo que sea. De historia, de poesía, de jerga, de cocina, de etimología, de fútbol. Con la práctica, podremos alguna vez escribir de lingüística, de astrología, de música y también de política. Se trataría de adaptar el tono y el estilacho a lo que deseamos expresar sinceramente, y punto, lo demás es asunto de muñeca. Pero ésto, este libro en particular, nace gracias a la magia, aunque sea vía french o hispanish, del viejo Aristófanes; luego, a lecturas de los maestros latinos –Plauto y Terencio, también Horacio y Cátulo; de passarela, Menandro, otro poeta cómico griego, modelo de los susodichos Plauto y Terencio –, de modo que disculparán la pequeñez. Nace de un estudio de la comedia y de un tal Jean Baptiste Poquelin, más conocido como Molière.

      Cuando uno es serio (pero no tanto) en esto de las letras, comenzamos por elegir a los maestros a quienes más se adapte nuestro temperamento. Para empezar, no hay cosa más importante que los buenos maestros. Los que consideremos “malos” o secundarios porque su arte no conviene a nuestro temperamento, serán excluídos sin piedad, ars longa, vita brevis, maestros. Si uno logra evitar a los malos maestros o a los prescindibles; si uno logra concentrarse en los grandes maestros, en esos que convienen a nuestro temperamento, entonces empieza un baile que puede ahorrarnos años de trabajo. El viejo Aristófanes, nacido allá por el 450 antes de Superstar, poeta cómico y burlesco, satírico y paródico, es, para quien se interese en la vaina, un maestro imprescindible. Paródico, decíamos, porque la parodia es la imitación cómica de un poema serio. Así, el propio Homero habría escrito una especie de auto parodia, un autogol cargado de sentido, que lleva el chistoso título de La Batraciomaquia, donde los gloriosos héroes inmortales de La Ilíada aparecen transformados en ranas o cucarachas (¿o ratones?). De la gloriosa antigüedad griega, el viejo Aristófanes es el máximo autor cómico –así como Cervantes lo es del Siglo de Oro en tiempos relativamente modernos –y debe serlo en toda la historia de la literatura, hasta nuestros días. (Continuará…)

(*) Escritor y Poeta  radicado en Francia