Opinión

A 197 AÑOS DE LA GESTA MILITAR QUE DEFINIÓ NUESTRA INDEPENDENCIA

Batalla de Ayacucho:

Un 9 de diciembre de 1824, se escribió una de las páginas más memorables de historia del Perú en las alturas de Ayacucho, cuando después de un desigual enfrentamiento con las huestes del libertador Antonio José de Sucre que comandaba el ejército Patriota, el general español, José de Canterac, en representación del derrotado Virrey La Serna, firma la capitulación en la que aceptaba el retiro definitivo de los ejércitos realistas de nuestro territorio y la ansiada independencia del Perú.

La gesta de Ayacucho representa ante el mundo la continentalidad de la causa libertaria de América, en la que las armas peruanas, junto a las de naciones hermanas alcanzaron el más justo de los triunfos al sellar la independencia del Perú y de América.

Así lo siente y lo sostiene el general de Brigada EP en retiro, Juan Urbano Revilla, quien asegura que, al evocar este 9 de diciembre, el 197º aniversario de la Batalla de Ayacucho, es necesario también reflexionar en torno al Ejército del Perú.

El general asegura que la Batalla de Ayacucho fue la última gran contienda de las campañas libertarias de América, iniciadas desde 1809 y, por su significado, se encuentra inscrita entre las grandes batallas del ámbito hispanoamericano.

“El 9 de diciembre de 1824, en la Pampa de la Quinua, se enfrentaron unos 15,000 hombres, apostando unos por el continuismo del dominio colonial y otros por la libertad de los pueblos. Fue un hecho militar que culminó con la trascendental victoria de las fuerzas patriotas y definió la caída del régimen virreinal de España en la América del sur, afirmando la libertad de las nuevas repúblicas del continente”, rememora.

El general Juan Urbano señala que con la llegada de Bolívar al Perú, en setiembre de 1823, llamado por el Congreso Peruano, se inicia una etapa decisiva en la guerra libertaria, con la participación de los “ejércitos auxiliares”, en las condiciones más adversas.

El 5 de febrero de 1824, se presentó un serio revés, cuando todo el arsenal que los patriotas habían reunido en las fortalezas del Callao, pasó a manos del enemigo por la sublevación de las tropas del Regimiento del Río de la Plata, que se unieron a los realistas; situación que obligó a replantear el sistema de aprovisionamiento del ejército patriota y redefinir la estrategia de la guerra.

El también historiador asegura que si bien Lima, la capital, era un centro importante, su control no aseguraba la victoria sobre los realistas, por lo que había que definir la guerra en la sierra, constituida en el “centro vital del país y que se mantenía bajo el dominio colonial”.

Estado de guerra

En marzo de 1824, Bolívar estableció su cuartel general en Trujillo donde reorganizó los ministerios, fusionándolos en uno solo a cargo de un ministro peruano, José Faustino Sánchez Carrión, quien instituye un riguroso “estado de guerra” en todo el país.

Se organiza entonces el “Ejército Unido Libertador”, que luego de la victoria de Junín, llega al encuentro inevitable y definitivo contra los realistas, que debía realizarse en el sector de la sierra central próximo a los desplazamientos de ambos Ejércitos contendientes. El Ejército patriota estaba al mando del general Antonio José de Sucre, con el general Agustín Gamarra como Jefe de Estado Mayor.

“Estaba compuesto por 5,780 soldados patriotas, comprendidos entre la división peruana al mando del general La Mar; la primera y segunda división auxiliar colombiana, bajo los generales Lara y Córdova; y la división de caballería, al mando del general Miller, quien además contaba con las fuerzas de guerrillas, agrupadas en partidas de montoneros e indios”.

Los realistas habían llegado a reunir a unos 9,320 efectivos bajo el mando del virrey La Serna, sumando las fuerzas de sus dos Ejércitos, el Real del Sur y el del Norte, cuyos jefes Valdez y Canterac referían que “no tenían reparo de su clase militar, con tal de ser mejor empleados en la campaña”; de esta manera se formó el “Ejército de Operaciones del Perú”.

La épica batalla de Ayacucho

El historiador refiere que las fuerzas realistas reunidas, partieron del Cuzco por el eje Apurímac – Cangallo – Huamanga, en búsqueda de los patriotas. Sucre por su parte, enterado del movimiento realista y a fin de evitar el envolvimiento de sus fuerzas desarrolló un repliegue hacia retaguardia para reconcentrarse en Andahuaylas y de allí seguir por el Río Pampas hacia Huamanga, a fin de mantener abierto el camino hacia sus bases de operaciones al norte.

“La Serna al conocer el movimiento de Sucre, orienta sus fuerzas hacia el Río Pampas, y desde el 24 de noviembre, ambos contingentes se divisan sin decidir un ataque, mientras identificaban el terreno más favorable a sus planes. El 2 de diciembre Sucre cruza el Río Pampas y desde el día 4 ambos ejércitos quedan en paralelo, los realistas por las alturas de la Cordillera Occidental y los patriotas por las faldas de la Cordillera Oriental. El combate era inminente”.

El 9 de diciembre de 1824, los realistas dominando las alturas del cerro Condorcunca y conociendo la superioridad numérica de sus fuerzas, confiaban en su victoria. La Serna había logrado colocarse a la espalda de las fuerzas patriotas, cortando su línea de comunicaciones; sin embargo, el terreno forzaba a los realistas a un ataque frontal, que le impedía desplegar todas sus tropas, limitando su potencia y capacidad de maniobra.

“En tales circunstancias, la posición de los patriotas consistía en mantenerse en el terreno, la Pampa de la Quinua, con la única opción de contener la embestida de los realistas y explotar una situación favorable para decidir la contienda.  Es decir, se aplicó una combinación de los procedimientos militares de Federico II de Prusia, de fines del S. XVIII, y de Napoleón, de inicios de S. XIX, conocido por los jefes realistas de experiencia en los campos de batalla de Europa”, señala.

La batalla fue dura y cada parte cumplió con su deber. Los ataques realistas de las fuerzas de Valdez y Villalobos, apoyados por su artillería, fueron contenidos por las esforzadas divisiones de La Mar y Córdova. Cabe destacar los bríos de la división peruana de La Mar por rechazar el ímpetu de Valdez; más aún, cuando es sobrepasada la primera línea de cazadores peruanos, las partidas montoneras a caballo del Coronel Marcelino Carreño arremeten contra los realistas desplegados en la batalla. El choque fue violento, cayendo muerto el propio Carreño y muchos de sus hombres; no obstante, esto permitió a La Mar reorganizar sus fuerzas y lanzarlas nuevamente al combate.

El general Córdova logró pasar a la ofensiva en su sector, bajo la arenga de “paso de vencedores”; por su parte, la caballería patriota de Miller, con los escuadrones peruanos de los Húsares de Junín y unidades de la división de Lara, cargaron en el centro sobre la división realista de Monet en ese sector. Fue tal el empuje y resolución de las fuerzas patriotas que al término de cuatro horas de lucha arrollaron al enemigo, quedando en el campo de batalla unas 3,000 bajas de 15,000 combatientes de ambos lados.

Ni los esfuerzos de Canterac por reconstituir el frente colonial con el batallón español Gerona y la caballería; ni la propia participación de La Serna en sus primeras líneas, que resultó herido y prisionero, impidieron revertir la victoria patriota.

El general Urbano sostiene que en el ámbito militar, resultó fundamental la detención de la poderosa división de Valdez, gracias a la decidida participación de los indios montoneros del coronel Carreño, pues permitió al general Sucre maniobrar con libertad para emplear su caballería y reserva en los frentes de batalla decisivos, hasta alcanzar la victoria.

“El corolario fue la capitulación realista, mediante la cual se puso fin al dominio español en América y por el que quedaban prisioneros de guerra los generales La Serna (herido), Canterac, Valdez, Carratalá, Monet, Villalobos, Ferraz, Bedoya, Somocurcio, Cacho, Atero, Landázuri, García Camba, Pardo, Vigil y Tur, 16 coroneles, 68 teniente coroneles, 484 oficiales y 3, 200 efectivos de tropa; el resto se había dispersado”.

Urbano añade que con la célebre victoria en Ayacucho, las armas patriotas no solo lograron rendir a las fuerzas realistas, sino que abatieron 300 años de dominación española en el Perú y América.

“En los campos de la Quinua quedó sellada a sangre y fuego la libertad de América, y es allí donde confluyó la mayor arquitectura militar forjada desde el abismo de la incertidumbre en 1823, hasta levantar un Ejército patriota, compuesto de soldados peruanos y gran colombianos, así como efectivos rioplatenses y chilenos que llegaron con el Ejército de San Martín y se cubrieron de gloria el 9 de diciembre de 1824, ante el enemigo realista que llevaba 14 años de lucha contrarrevolucionaria en el continente”.

De este modo, señala, la batalla de Ayacucho fue la mayor contienda libertaria contra el régimen español en el continente americano. Al combate arribaron las fuerzas en su máxima expresión militar; como diría el general Miller en sus Memorias: “las tropas de ambas partes se encontraban en un estado de disciplina que hubiese hecho honor a los mejores ejércitos europeos”. Además, allí combatieron los principales generales de uno y otro lado, más la voluntad decidida de las tropas; ambos contingentes comprendieron que esa era la batalla decisiva.  (Andina)