Opinión

OLÍMPICO DE MARSELLA

Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)

La Huveaune es un riachuelo de aguas plateadas que viene serpenteando, entre valles y rocas, desde las alturas de Aubagne, tierra natal del poeta Marcel Pagnol, autor entre tantas otras obras, de La gloria de mi padre y El Castillo de mi madre, me contó Gilbert. Este riachuelo desemboca sonriente en una playa, entre el hipódromo y l’avenue du Prado, que también así se llama, playa del Prado. Es un mini estuario de agua transparente que se mezcla con otra transparencia, el Mediterráneo. Muy cerca de allí, de ese matrimonio de agua dulce y agua salada, se construyó un estadio de rugby y de fútbol, llamado l’Huveaune como el riachuelo, y luego llamado estadio Ferdinand Buisson, en el barrio ocho de Marsella.

   El gran rival de la época, pero un rival casi siempre superior, era el equipo conformado por suizos alemanes afincados en el puerto, germanófilos y adeptos de Hitler, llamado Estadio Helvético de Marsella. Poco antes de la declaración de la primera guerra mundial, en pleno auge de la gran ola antigermánica, los helvéticos fueron consacrados campeones en ese estadio. El Estadio Helvético no tiene rivales, sino de lejos, como el Olímpico. Tres veces obtienen el título de campeón de Francia, en 1909, en 1911 y en 1913. Pero el Estadio Helvético desaparece en 1916, durante la gran guerra. Algunos de sus jugadores más notables fueron a engrosar y reforzar las líneas de su rival tradicional, el equipo de la ciudad.

  Esas victorias de los helvéticos fueron obtenidas en nuestro estadio de l’Huveaune, Adèle. Fueron sentidos en su real dimensión, que es la humillación. El terreno posee un césped muy cuidado, semejante a un terreno de golf, siempre podado al rape, los jugadores caen y se deslizan en gesto defensivo del tacle, sin el menor riesgo para sus integridades físicas. El estadio fue concebido para albergar en sus tribunas una formidable cantidad que oscilaba entre quince mil y veinte mil aficionados. Ese fue el primer gran estadio donde evolucionó el Olímpico de Marsella.

     Mis queridos institutores, Gilbert du Boncoin y Adèle Isembert, matrimonio flamante apadrinado por mi progenitor, se instalaron en la Pointe Rouge. Entre otros presentes, mi padre les obsequió entradas gratuitas, en tribuna preferencial, durante un año. Podían venir al estadio todos los sábados, todos los domingos, para los encuentros de rugby y de fútbol. Cierto domingo, diez años después de mi educación sentimental con Adèle, la vi… La crucé entre la muchedumbre que, en la pausa del medio tiempo, se dirigía hacia los baños o hacia los kioskos de comida y bebida. Quedé convertido en estatua. Gilbert me había aconsejado la lectura de la famosa novela de Flaubert, uno de sus autores predilectos. Y así la interpelé. Como a la protagonista… ¡Madame Arnoux! ¿Qué hacía esa dama burguesa, esa elegante señora, entre la marejada casi exclusivamente masculina, aquel domingo, en el estadio de la Huveaune?… Adèle, ma chère Adèle, ahora dama culta por obra y gracia de su esposo, de inmediato me reconoció, aunque yo lucía espejuelos, sombrero de fieltro y tupidos mostachos nietzschneanos, me reconoció y me dijo… Frédéric ! Discretamente detrás del kiosko, bajo el ala de su ligero sombrero, me regaló por unos segundos, para mí eternos, el beso de la pasión… « ¿Ya viste ? » le dije « tal como te lo prometí y tal como me lo prometí a mí mismo, fundé tu club »… Sonrió. Agachó la muy adorada cabeza. Dijo que nuestro principal atributo era la amistad. Dijo que, antes de Gilbert, su gran amor había sido un futbolista del puerto, en un club cuyo nombre no recuerdo, que fue campeón en un torneo de 1889… « Mais je suis fanatique de toi et de l’OM ! Droit au but ! » dijo la bella y se fue y desapareció para siempre.

En esto del deporte, el mérito corresponde a mi padre en primera instancia. Fue su idea. Su objetivo. Su proyecto en tanto que fanático del cuerpo, de la salud, y en consecuencia del deporte. El adagio de Juvenal lo hizo suyo. Anima sana in corpore sano, extractado de la décima sátira. ASICS. El hombre viajó a Grecia en 1896, para presenciar las Olimpíadas (cantadas por Píndaro, había dicho Gilbert), la primera olimpíada, organizada en Atenas. « Sólo traigo una gran decepción » fue su primera frase, cuando fui a buscarlo en calesa al Quai d’Arenc, adonde llegaban barcos, buques y cargueros de toda la comba mediterránea… Le pregunté qué pasó. No hubo antorcha olímpica, dijo, pero mi mayor satisfacción fue la victoria del griego Spiros Lovis en la prueba de maratón, que contó con pocos participantes…  « Alors mon garçon » me dijo con tono cómplice « et tes amours ? »

El ambicioso proyecto de mi padre, que yo realicé, consistía en fundar una asociación o club multidisciplinario, « omnideportes » como él decía haciendo gala de su conocimieto del idioma griego, con muchas disciplinas, siguiendo el ejemplo de las instituciones griegas Panathinaikos y Olimpiakos. Uno de esos deportes, era el fútbol. Y cuando por fin, gracias a su idea e impulso, yo lo concreticé, el club Olímpico de Marsella incluía disciplinas como el ciclismo, el cricket, la esgrima, el rugby principalmente, el tenis, el remo, el atletismo, la natación etc. etc. El fútbol era una disciplina relativamente reciente, codificada y creada en su forma actual por los ingleses de la Football Association.

  Durante los años dorados de mi juventud en Cabilia, en la maravillosa Cabilia, practiqué principalmente la equitación y la esgrima con el primer regimiento del ejército francés, llamado el regimiento de Africa, donde mi padre era oficial. Siempre pienso en la Cabilia, sobre todo ahora que siento la muerte llegar, discreta, silenciosa. La Cabilia se encuentra en el norte de Argelia, al este de la capital, Alger. Es una tierra montaña muy poblada, rodeada por vastas llanuras, por la altas montañas del sur, y al norte por el mar Mediterráneo. La Cabilia siempre resistió al invasor francés, al colonizador francés, desde su bastión. Es un pueblo de considerable resistencia y estrategia guerrera. Su divisa es « mejor quebrarse que inclinarse ». Es la tierra natal de los padres de un futbolista de genio, un tal Zinedine Yazid Zidane, que nacerá un 23 de junio de 1972, en la ciudad foceana. Y que nunca jugó por el Olímpico de Marsella.

(*) Escritor y poeta radicado en Francia.