Opinión

OLÍMPICO DE MARSELLA

Tercera Parte

Por: Miguel Rodriguez Liñán (*)

Carta de Gilbert Romain Aimé du Boncoin (Grenoble 1860 – Marsella 1919) a René Dufaure de Montmirail (Verdun 1876 – Marsella 1917), fechada el 31de agosto de 1916.

Querido y dilecto René, joven amigo, René Dufaure de Montmirail. Sé que estás muy enfermo y profundamente lo lamento, aunque también sé que eres un valiente. Pongo la fecha del día de hoy a esta extensa misiva, que por coincidencia es la fecha de la fundación del club, hace diescisiete años exactamente, Marsella siempre te lo agradecerá. Además, como bien sabemos, la muerte individual no es nada, mil veces más interesante es lo que sigue, ya sea en la materia, ya sea en la energía, ambas indestructibles, en el sistema infinito de infinitas transformaciones. Vida y muerte conforman una unidad, no una separación, y como tal son indisociables, como el día y la noche y como todos los aparentes opuestos, el hombre y la mujer, por ejemplo. Adèle me dice que estás internado en el hospital de la Inmaculada Concepción. Puedes considerarlo como un singular privilegio, pues en ese establecimiento murió el poeta del que tanto te hablé, Jean-Arthur Rimbaud, en 1891, cuando tú adolescente andabas ya en tus escarceos con Adèle, no te preocupes, claro que lo sé, ella me lo contó, y además yo llegué después. Tú la viste primero y yo te la robé, pero en fin, debemos rendir pleitesía a las divinas mujeres.

      Aunque regularón y aproximativo, por no decir mediocre en la expresión verbística, también soy poeta, René. Paralelamente, me honro de ser, y esto sí sin la menor reticencia, uno de los lectores más sutiles de Arthur Rimbaud. No un especialista, no, especialistas son los literatos, los letrados, los doctores, fauna muy semejante a las hienas, les fascina la carroña. Yo, simple y humanamente, es decir divinamente, viví con mi propia experiencia, la experiencia mística de la vida y obra de Rimbaud. Gracias a ello, conquisté a nuestra querida Adèle, mujer sin par.

      Lo que yo siempre admiré de ti, caro René, es algo que, a falta de palabras, llamaré la inteligencia del cuerpo en su relación directa con el ánima, el alma si quieres, tal como lo dijo insuperablemente Juvenal en la sátira número diez. Tú eras un adolescente, un hombre rebalsante de la máxima energía vital, que es la energía sexual, la pasión que a ustedes los unió y los une no fue ni es para nada materna, no, es el amor simplemente. Ya es hora de decirlo, querido René, para morir en paz con el ánima. Yo también perdí una pierna debido a una diabetis hereditaria. De púber, escapé a la guerra con los prusianos. Ya con medio siglo encima, tampoco pude participar en esta gran guerra del mundo, lo digo como francés pero no me conduelo por eso. Ahora, los galenos se muestran falsamente optimistas, aunque yo sé perfectamente que no me queda mucho tiempo, y qué. Tal es el ciclo. No hay problema. Que cuando me muera alguien recite ese poema de Rimbaud titulado Oraison du soir, que termina así:

Doux comme le Seigneur du cèdre et des hysopes,

Je pisse vers les cieux bruns, très haut et très loin,

Avec l’assentiment des grands héliotropes

Después valses vieneses y todos a bailar, repito que no hay problema y que podemos celebrar la muerte como a una divinidad. Nacimiento y muerte son exactamente el mismo movimiento. Al final todo es vida y nada más, aunque nuestras vanidades ya no estén presentes. Pero te cuento. La noche de la que hoy te hablo así, de hombre a hombre, de amigo a amigo, de noble a noble, esa noche del otoño de 1891, para festejar el contrato tan generosamente propuesto por Maurice para tu instrucción, fui al Vieux Port a festejar con amigos. Terminamos en los bulliciosos bares de la place Castellane. Nuestra sed de champagne no tenía límites. Incluso cenamos gustosos sánguches con lonjas de cerdo en el Petit Troquet de Michael. Para nuestra desgracia pedimos vino tinto, buen vino de Burdeos, que nos transformó. Si uno bebe otro espirituoso después de haber ingerido champagne, hay que atenerse a las consecuencias, pues la noblesa del brebaje del norte no tolera las mezclas, ni siquiera con otras noblesas de vino tinto. Hubo una reyerta con otros noctámbulos ebrios. Tres terminamos en el hospital de la Concepción, contusiones, costillas rotas, ojos amoratados que nos propinó un solo hombre, un marino sin duda especialista en ese tipo de combates. Pasaron enfermeros transportando un bulto alargado y sanguinolento, envuelto en lienzo blanco como la nieve, el contraste era brutal. A pocos metros de allí, en un cuarto aromatizado con sándalo para contratrarrestar los malos olores, agonizaba el poeta de Charleville-Méziers. Lo que vimos, era su pierna, amputada porque se había gangrenado. Siempre quise contártelo, caro René, pero no tuve el ánimo ni la valentía suficientes. Tú eras un muchacho feliz, pletórico de vida, no tenías necesidad de tales confidencias. Bueno. Ya lo dije. Era un asunto pendiente que necesitaba resolver de algún modo. Felizmente, tengo a nuestra querida Adèle de compañera en este viaje de la vida. Su afecto, su amistad, su devoción, su capacidad de compasión, su comprensión, en otras palabras su amor, no tienen equivalente.

  Ella siempre te admiró como el gran hombre que eres. Siempre traía los periódicos donde aparecías después de cada hazaña deportiva, ya sea como protagonista directo, ya sea como promotor y dirigente. Tenemos tres hijos. El mayor se llama René, como un tributo a nuestra amistad y para mantener vivo tu recuerdo, sobre todo en el contexto actual, cuando estás oyendo el canto de las sirenas, el llamado de las divinidades del abismo. Tengo entre manos una carta de tu padre, mi querido y admirado Maurice, que habla de ti de principio a fin… « Mi hijo también fundó la Federación de ciclistas, el Círculo de nadadores y la Sociedad náutica. Ahora está muy enfermo, Gilbert, ha sido internado en el hospital de la Concepción. En cuanto a mí, todo bien felizmente, gozo de buena salud seguramente como recompensa de toda una vida consagrada a la práctica del deporte. Cuando hablo de salud, cher Gilbert, es de la salud doble, física y psíquica, anima sana in corpore sano, como dice el poeta. Si no puedes ir a verlo, al menos escríbele, por favor. Cuéntale eso de Focea y de las focas, estoy seguro de que se reirá, por lo menos. »

(*) Escritor y Poeta  radicado en Francia.