Cambiarla sería una deshonra nacional:
Bien dice el refrán: cuando el diablo no tiene nada qué hacer, mata moscas con el rabo. En momentos en que el país se hunde en una profunda crisis política, social y económica, producto de la clamorosa falta de capacidad por parte del actual gobierno, la parlamentaria izquierdista Nieves Limachi Quispe ha presentado un proyecto de ley, pero no para proponer medidas que alivien los efectos de esta crisis sino para modificar el diseño y los colores de la bandera nacional. Propuesta que, por decir lo menos, resulta desconcertante.
Ante el rechazo que ha generado en todos los sectores de la población el intento de cambiar la Constitución Política, resulta realmente una falta de respeto al país que ahora se pretende cambiar los símbolos nacionales como si éstos fueran objeto de cualquier ocurrencia o frivolidad.
Ya en 1920, durante el gobierno del presidente Augusto B. Leguía, se pretendió sustituir por completo la letra del Himno Nacional con el argumento de no corresponder a las corrientes ideológicas de aquel momento. Se llegó incluso a convocar un concurso nacional con este objetivo cuyo ganador el laureado poeta José Santos Chocano. El cambio sin embargo no llegó a oficializarse debido a la férrea protesta de los intelectuales de la época, entre los que destacaba la figura del ilustre José Gálvez Barrenechea. Primó la cordura y el respeto a la identidad nacional.
Con más o menos el mismo argumento, últimamente se aprobó un enroque entre la primera y segunda estrofa del Himno, sin que hasta el momento se pueda conocer con toda exactitud cuál ha sido el beneficio. Con el manejo de los símbolos patrios hay que tener extremo cuidado. El hecho que no estemos contentos con algunos acontecimientos de nuestro pasado no significa que tengamos que renegar de él. Menos de sus protagonistas.
No estaría demás que aquellos que pretenden cambiar la bandera nacional, recuerden que este símbolo patrio es el mismo que a la hora de su muerte empuñó José Gálvez Egúsquiza durante el Combate del Dos de Mayo. Esa misma bandera fue la que Alfonso Ugarte evitó que cayera en manos del enemigo al arrojarse del morro de Arica. Asimismo, cumpliendo su última voluntad, fue la bandera blanquirroja la que envolvió el cuerpo ya inerte y ensangrentado de Francisco Bolognesi después de quemar el último cartucho. De igual manera, en el mástil del “Huáscar” fue la bandera nacional la que presenció el sacrificio de Miguel Grau, Elías Aguirre, Enrique Palacios y todos aquellos que no dudaron un solo instante en ofrendar sus vidas en defensa de la patria.
Ya en tiempos de paz, esta misma bandera fue sacada en procesión por las mujeres tacneñas luego de decidir a través de un plebiscito el retorno de su amada tierra al seno de la Patria. A lo largo de más de 200 años este símbolo nacional es motivo de orgullo e identifica al Perú ante los ojos del mundo.
Sería imperdonable que se pretenda cambiar todo esto solo para distraer la atención de los graves problemas que agobian al país y que se agudizan conforme pasan los días, como es el encarecimiento de los alimentos de primera necesidad, la agitación laboral, el éxodo de las inversiones y el empecinado afán de enfrentar a los peruanos entre sí.
Un cambio como el que propone la congresista izquierdista solo puede tener cabida en el accidentado el terreno político, ahí donde el cambio de partido y camiseta es pan de cada día. Pero ese no es el caso del Perú donde honramos a una sola bandera. Cambiarla sería una deshonra nacional.