Editorial

::: EL TÍTULO NO BASTA :::

La ética está primero:

Dos casos en menos de una semana es más que suficiente para llamar la atención. El primero fue protagonizado por un médico y catedrático de una conocida universidad local quien, aprovechando su condición de jefe de un conocido centro médico particular, realizó tocamientos indebidos a una de sus trabajadoras.

El segundo fue consumado por un suboficial de la PNP en actividad, miembro del Grupo Terna, quien cometió el mismo delito en  agravio de una menor de diecisiete años mientras ésta realizaba sus necesidades fisiológicas en las instalaciones del Vivero Forestal.

Ambos casos han sido materia de sendas denuncias fiscales, en tanto que los acusados se encuentran en calidad de detenidos y si la justicia actúa como lo exigen las leyes y la sociedad, es de esperar que caiga sobre ellos una drástica sanción que ojalá sirva de lección y escarmiento. Las víctimas necesitan ser redimidas y la sociedad también.

Ello no  obstante, la condenable acción que han cometido ambos acusados ha traído una vez más a colación la necesidad de enfocar estas cosas sin tapujos ni rodeos. Lo apropiado es que el enfoque se haga yendo al fondo del asunto.

De hecho existe una notoria precariedad en el nivel y en la formación moral de ciertas personas por muchos que sean los títulos que hayan adquirido o por muy altos que sean los cargos que desempeñan. Ante la ausencia de una sólida formación moral, los bajos instintos, las miserias humanas y la descomposición social afloran en cualquier momento. Eso ha sucedido con el médico y con el suboficial de la policía.

Por la naturaleza misma de su profesión, por las manos de un médico pasan personas de ambos sexos y de todas edades, y éstas  no tienen porque estar expuestas a ningún acto ilícito e inmoral. De igual modo, en su condición de servidores de una institución tutelar que representa al Estado, la primera obligación que tienen los miembros de la PNP es inspirar confianza en la población. ¿Acaso el policía no está obligado a ser el mejor amigo de los niños y de la sociedad?.

La falta que han cometido ambos  personajes no solo desacredita el nombre y el prestigio de cada uno de ellos. En la misma medida, deshonran tanto a la profesión que ejercen como a la institución a la que pertenecen. Con lo que acaban de hacer, han manchado la imagen de sus instituciones y han tirado por los suelos el código de ética que se supone están obligados a cumplir. En lo personal, creemos que difícilmente podrán recuperar la confianza que acaban de perder.

A todo esto, cabe recordar que la mejor escuela sigue siendo el hogar porque es ahí donde se forman los valores y donde se aprende a respetar el derecho  de los demás. Sin esta formación, básica y sostenible en el tiempo, cualquier profesional podría sucumbir ante las garras del delito. El título no basta.