A propósito del Día de la Independencia:
Hoy, fecha en la que se conmemora el 201° aniversario de la Independencia Nacional, también se cumple el primer aniversario del gobierno que preside el profesor Pedro Castillo Terrones. A partir de esta perspectiva, y considerando todo lo que ha sucedido en el país en estos últimos doce meses, no queda la menor duda que la abismal diferencia que existe entre uno y otro aniversario no solamente es de carácter cronológico sino también sustancial.
Políticamente hablando es imposible negar que, a todo lo largo de su primer año de gestión, el gobierno del presidente Pedro Castillo se ha esmerado en mantener al país en un estado permanente de alerta máxima. Y no es para menos. Una serie de acontecimientos, promovidos y apañados desde la cúpula enquistada en Palacio de Gobierno, han acabado con la escasa reserva de confianza y credibilidad que hasta hace un año aún se podía observar en el pueblo peruano.
Por lo mismo que esta gestión ha llegado al poder sin un plan de gobierno realista y sin una elemental agenda de trabajo, la labor que ha desarrollado en sus doce primeros meses está estigmatizada por la improvisación. Para el común de los peruanos, este es un gobierno impredecible e inmediatista. Una gestión que trabaja pensando únicamente en el día a día, sin la menor visión de futuro.
Aún así, en el marco de este sombrío panorama aparece otro aspecto igualmente desalentador. Este es el declarado enfrentamiento en el que se han enfrascado los poderes del Estado, donde se ha llegado incluso a un vergonzoso intercambio de agravios e insultos. Este visceral enfrentamiento ha rebajado a su nivel más deprimente la calidad del diálogo y del intercambio de ideas. Con ello, como no puede ser de otra manera, se ha roto la cadena de la correlación de fuerzas, la misma que es indispensable para mantener el equilibrio institucional, el estado de derecho y el orden democrático, es decir la imagen del Perú como unidad nacional.
Otra las deficiencias que caracterizan a la gestión del presidente Castillo es la clamorosa inestabilidad que reina al interior del aparato estatal. Para el nombramiento de ministros y altos funcionarios del estado, ahora ya no hace falta acreditar capacidad ni experiencia. ¡Adiós meritocracia¡. Para ser ministro o funcionario público, la única exigencia es estar estrechamente vinculado con la élite de poder y, una vez nombrado, cumplir al pie de la letra lo que esta élite ordena. El nombramiento de funcionarios públicos no es más que un festín que se mueve al compás del aprovechamiento personal, del intercambio de favores políticos y de un afán insaciable por saquear los recursos del estado.
Por desgracia, el desafortunado manejo de la economía nacional no escapa a los manotazos de esta improvisación. En menos de un año la inflación ha vuelto a dispararse como si ya estuviera fuera de control, repercutiendo de manera implacable en el costo de la canasta familiar. Hasta el 28 de julio del año pasado, con un sol las amas de casa podían comprar ocho panes. Ahora la misma moneda les alcanza para comprar tan solo cuatro panes.
Ni qué decir asimismo del incremento que han experimentado otros productos de primera necesidad, que después de muchos años han vuelto ponerse fuera del alcance del bolsillo popular. Como en las peores épocas, la economía del Perú es nuevamente un mar de incertidumbre y desconfianza. Nadie sabe qué puede pasar mañana.
A todo ello se suma una serie de conflictos sociales, azuzados por gente del mismo gobierno. Ministros y altos funcionarios están empeñados en revivir viejos resentimientos y socavar la unidad nacional con fines inconfesables, apelando para ello a la pretendida división entre ricos y pobres.
Entre tanto, la preocupación número uno del presidente de la República no es precisamente corregir errores y enmendar rumbos. Por todo lo que estamos viendo, la atención del primer mandatario está centrada en evadir las investigaciones de la que es objeto por parte de la Fiscalía de la Nación. Estas investigaciones están relacionadas con hechos de corrupción que involucran a estrechos ex colaboradores y familiares consanguíneos del primer mandatario. Situación a la que más bien debería allanarse para colaborar con la justicia, como lo ordena la Constitución.
Por otro lado, no deja de ser lamentable que, como resultado de tanta improvisación y desgobierno, los grandes proyectos de desarrollo nacional hayan desaparecido de la agenda gubernamental. A ese nivel, nadie se ocupa de ellos. Si todo esto ha sucedido en tan solo un año de gestión ¿qué puede esperarse que le suceda al Perú en los cuatro años que aún le quedan a este gobierno?.