Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)
El sábado 25 de junio del 2022, tipo doce y diez del gran Mediodía, me habló Jack Kerouac, en quien estaba pensando últimamente. Fue por intermedio de la voz de un loco –un semejante– de esos que merodean en la estación de buses, que andaba en busca de cigarros o, en su defecto, de colillas. El pata parecía un brahmín de la época de los Vedas mínimo, noble y sereno con su largo pelo blanco medio enroscado y su barba blanca veteada de gris… Como en el segundo Coro del alucinante libro, el pata hablaba del karma y del nirvana, e incluso de crema y de ranas, más o menos así… El hombre no está hecho para la vía del medio / Sabe que el karma / no está enterrado / Pero su karma se puede acabar / Eso es el nirvana… Karmas que apestan , karmas de crema, la hierba alta y las ranas claras… Inspirado en esa delicadeza que es como una fusión de oriente y occidente, al día siguiente, de puro mono, escribí en mi libreta… Una cerveza / helada dorada / después del deporte / observado / por las ardillas pelirrojas… Nada qué ver, por supuesto… Como la vida es el don máximo de los dioses, estoy feliz de haber subido al sexto piso, pues con sus geniales logros y todo, Jack mon semblable, mon frère borrachín, se apagó chiquillo, apenas a los cuarentaisiete abriles, que no son nada.
¿En la carretera? ¿En el camino? Ni vuelta qué darle, mejor es el título de origen en inglés, On the road, que muy caro le costó al poeta, haciéndolo famoso e involuntario adalid de la famosa Beat generation, que yo por reirme prefiero llamar la Beat degeneration… ¡Maravilloso Kerouac! Aunque luego adoptara el inglés como forma de expresión, su lengua materna fue el frances, o mejor aún, un dialecto del francés canadiense… Su nombre es Jean-Louis Kervach, también conocido como P’tit Jean (Juanito), que se convierte en Jack al pasar al inglés… Sólo a los quince años logra ser completamente bilingüe, y habla francés porque sus padres son de Québec, y su padre originario de Bretaña en Francia.
Excelente en el deporte, muy pronto, apenas púber, Jack se revela como un superdotado en escritura. Así, a los once años, escribe una pequeña novela inspirada en las aventuras de Huckleberry Finn. A los catorce, se confirma su vocación, aunque su futuro parece ser el deporte, y en especial el football americano. El decide ser escritor, sin saber que ya era poeta. Siendo estudiante, conoce a un amigo inglés quien le hace descubrir el mundo del jazz, que lo conduce a los subsuelos de Harlem, donde tocan y repiten las grandes estrellas, como Charlie Parker, Dizzy Gillespie, y sobre todo su ídolo Count Basie. El hallazgo del jazz será determinante en su gran aventura escritural y poética. Por esas épocas, muy joven, Jack se inicia al humo mágico, a drogas como la benzedrina, y sobre todo al trago, pasión que le consumirá prematuramente la vida. Una fractura de tibia decide por su destino, que será las bellas letras.
Pronto conoce y traba gran amistad con Allen Ginsberg y William Burroughs, con quienes hace vida bohemia extremada, donde se entremezcan humo mágico más otras yerbas, sexo, trago y literatura… Siguen los grandes viajes en la vasta tierra de América del Norte y la redacción de On the road, aunque su primera novela publicada se titula The Town and the City. El gran viaje hasta las entrañas de la mágica tierra de México le permite escribir esa suma poética que es México City Blues, que actualmente leo, en parte gracias al loco de la estación de buses, y que es el origen de esta nota. Fácilmente imagino la cantidad de trago que necesitó para realizar tal empresa.
Caminando por las calles del viejo Aix-en-Provence, saludo a la estatua del rey René en el Cours Mirabeau. Hay espectáculo de espléndidos atletas acróbatas. Música por aquí, música por allá, y el suave túnel del mercado. Frente a Monoprix, Félix toca e interpreta melodías brasileiras… Y, como cada vez que voy a Aix por este lado, entro en el submarino refrigerado de la librería Goulard, que posee en forma libros buena parte del saber humano… Con cierta nostalgia recuerdo el túnel dorado y verde del Cours Mirabeau de tiempos pretéritos, cuando las copas de los altos árboles se juntaban arriba, creando ese maravilloso efecto… Ahora, el Cours Mirabeau está pelado, sacaron los viejos árboles víctimas de una epidemia, han puesto arbolitos nuevos que recién están creciendo, le cuento a Kerouac, ahora, el Cours Mirabeau paralizado por la canícula… Es que por estos días, repito que repito, estaba pensando en la vida, pasión y muerte de San Jack, pues la búsqueda espiritual fue uno de los fundamentos de sus realizaciones, es un detalle que no podemos obviar. El sustento fue la milenaria cultura de Oriente, y en particular el budismo, que se despreocupa totalmente de la creencia en un dios omnipotente como Brahma, que pertenece a la mitología del hinduísmo, que con certeza amaba Kerouac, ya sea desde las cimas de alguna borrachera, ya sea en estado de postración depresiva, cuando sentimos que somos amibas, bacterias o microbios de la existencia.
Sólo he leído On the road y Satori in Paris, en francés además, pero el recuerdo que preservo es vívido. Ahora, con toda mi capacidad de concentración y degustación, me intereso más en el poeta Kerouack de Mexico City Blues, compuesto rápidamente como una secuencia sacra de 242 coros… Según su amigo Gary Snyder, otro locazo que se fue hasta el Japón para hacerse monje, la realización espiritual obtenida por Kerouack bastaba para que el hombre produzca un sutra, esto es, un texto sagrado, como los Vedas, como los Upanishads, totalmente de acuerdo, Gary.
Esto que aquí cuento es un testimonio que resulta de mi encuentro con Kerouac. Es que hay autores cualquier cantidad. Hay miles. Habemos millones de autores, de hacedores de verbo, en el sentido borgiano más fuerte de la palabra… Pero hay los predilectos en cada idioma, en inglés a quienes más admiro son Henry Miller, Charles Bukowski y Jack Kerouac, no hay mucho que decir al respecto, así es y punto, cuestión de afinidad… Como bien se sabe, un poeta es un hacedor de belleza que, simplemente, utiliza el alfabeto y los recursos de su idioma, en verso y en prosa, me parece que el detalle es secundario, se necesita considerar el conjunto… Después de la lectura de Satori in Paris, quedé muy intrigado por eso de la meditación, de modo que me tiré al ruedo, es decir a mi cama en el cuartucho de la rue Manuel donde vivía entonces, y empecé a meditar. Durante mil años se me olvidó el ejercicio. Ahora, cuando lo hago, puedo todavía ver aspectos, aunque nunca pude repetirlo con tal suave intensidad… De vuelta al mundo fenomenal, uno ríe y ríe… Y aunque seamos después absorbidos por los problemas cotidianos, uno sigue riendo, gracias a Jack Kerouac y al loco de la estación de buses, ¡lo sigo oyendo! ¡Ahora sí! ¡Salud por eso! ¡Mexico City Blues nos espera!
(*) Escritor y Poeta radicado en Francia.