Opinión

LA POSTA DEL INDIGENISMO

Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)

En la historia de la literatura peruana tenemos el siguiente dato rescatable: en 1996, mediante un polémico libro, el escritor Mario Vargas Llosa había proclamado la liquidación del indigenismo de José María Arguedas. Sin embargo, un año después, 1997, otro escritor, Óscar Colchado Lucio, publicó “Rosa Cuchillo”, novela con la que se mantenía fiel al indigenismo arguediano. ¿Quién tenía entonces la razón? Procuremos elucidarla.

A mi parecer, Vargas Llosa, en su libro de 1996, no pudo distinguir claramente a qué Arguedas estaba liquidando o qué tipo de indigenismo estaba sepultando. En todo caso, el propio Arguedas había postulado en su momento un nuevo indigenismo: uno que dejaba atrás el vetusto programa ideológico o reivindicador y apostaba más por la exploración de los mitos andinos. Arguedas quería, pues, que el indigenismo sobreviviera, pero a través de su caudal mitológico, cuya perdurabilidad nadie le podía disputar. De ahí que se entregara de lleno, por la década del sesenta, a la traducción del manuscrito quechua de Huarochirí, que no es otra cosa que un texto de mitos antiguos.

Óscar Colchado captó el mensaje renovador de Arguedas y, por ello, continuó utilizando el Ande como espacio literario y bajo los parámetros que aquel ya había establecido: esto es, el uso del folclore, el acercamiento al lenguaje local, la fácil comunicación con la naturaleza. Pero Colchado explotó más la idea de usar los mitos andinos en las ficciones. De ese modo –y sobre todo por el momento oportuno en que destacó, es decir, cuando se quería liquidar a Arguedas–, se le puede considerar el mejor heredero de este. 

¿Cómo lo heredó? “Rosa Cuchillo” es una novela que trata sobre una madre, Rosa Wanka, cuyo hijo ha sido reclutado por las huestes de Sendero Luminoso. El hijo llega a morir. La madre entonces parte a buscarlo, pero no en el mundo de los vivos, sino de los muertos. De ese modo, Rosa hace un viaje mítico por los dos horizontes desconcertantes del orbe andino: el ‘uku pacha’ (la morada subterránea, casi inefable) y el ‘kay pacha’ (o morada de los dioses). Rosa, al final, alcanza a encontrarse con su hijo: ambos terminan siendo dioses andinos, Cavillaca y Liborio.

¿Qué quiso contar Colchado con esta historia? No quiso otra cosa que relatar el propio manuscrito de Huarochirí. En el manuscrito están descritos los dioses andinos, cómo son estos y qué padecen; se encuentra definido el ‘pacha’ de los antiguos indígenas y que hoy llamamos “madre tierra”; se halla una multiplicidad de huacas con su alta naturaleza comunicante; se cuenta la vida de Cavillaca, una deidad; en el manuscrito, en fin, se sostiene la idea del tiempo circular. Y todos estos caracteres los plasma Colchado en su novela. Esta última es una fiesta de códigos míticos ancestrales. Leer “Rosa Cuchillo” es leer el manuscrito quechua.

Un sector de la crítica acerca “Rosa Cuchillo” a la “Divina Comedia” o a la tesis de lo real maravilloso (o realismo mágico). Opinión errada. La novela de Colchado tiene como base primordial una fuente autóctona y es aquel manuscrito del siglo XVI. Ciertamente, podemos vincular “Rosa Cuchillo” con “Pedro Páramo”, novela mexicana que trata también de un viaje al mundo de los muertos. Pero por los destinos de los personajes y los símbolos que están en juego, ambas ficciones terminan por distanciarse. Colchado vencerá siempre a la crítica moderna por su originalidad. Ha conseguido demostrar con contundencia que, usando material propio, es decir, aborigen, se puede efectuar una obra maestra. Restituyó lo telúrico al Perú, para escándalo de la historia oficial de la literatura.

Terminemos. Sospecho que Colchado también entrecerró los ojos cuando supo que Arguedas, en el mismo año que dio a la luz su traducción del manuscrito –1966–, intentó suicidarse. En verdad, ¿qué es lo que estaba queriendo finiquitar Arguedas? Colchado, con ingenio, se percató que el mentor no buscaba más que un relevo. Y decidió tomar la posta. 

(*) Magister en Filosofía por la UNMSM