Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)
Estas improbables palabras le atribuye –o dicen que le atribuye– el Mateo, en un día de rabieta evidente, al Maestro. Seamos realistas. Tratemos, en la medida de lo posible, para penetrar con linterna de hermeneutas en los deliciosos recovecos de la Escritura, de ser reales. Por una cuestión de confort, llamaremos a dios lo único real o la realidad. Sinceramente, pensamos que tales invectivas no han salido de la boca del hombre de Nazareth, sino del propio escritor del evangelio, o de escritores, o de escribas, o de copistas de los evangelios, incluyendo al de nuestro querido Juan. No es pensable que el maestro del amor y la paz, del peace & love, de la dulzura, de la tolerancia, de la comprensión etc. etc. tenga este tipo de accesos biliosos. De pronto los tenía, pero de allí a que los diga… Presentamos una significativa lista –no exhaustiva– de algunas rabietas:
“En verdad les digo: no quedará aquí una piedra sobre otra. Todo será destruído” (Mateo 24, 2)
Con resonancias escatológicas que dan piel de gallina: “Y habrá por entonces una gran tribulación, como nunca antes hubo desde el comienzo del mundo hasta hoy, y que nunca más habrá” (Mateo 24, 21). Los astutos escribas hacen coincidir, con la técnica del espejito, las mismas en Marcos 13, 2 y Marcos 13, 19. El procedimiento es conocido y aplicado, aquí, allá y acullá, casi con deleite, en la Escritura oficial y canónica según los Intocables. Como se sabe, ésta es muy posterior a los acontecimientos. Por otro lado, los Intocables proponen una lista oficial, luego de laboriosa labor de censura y expurgación, el siglo 16 en el Concilio de Trento. Los libros considerados como útiles a la Iglesia, en realidad, son según el Cánon de Muratori (Siglo 18), unos 180. Son conocidos, según las biblias, unos 72 o 75… tiren pluma, se podrían confeccionar otras biblias…
En Lucas 19, 43-44, el gran médico parece poseído por un temible furor veterotestamentario, repite el leit motiv de piedra sobre piedra (Jesús dirigiéndose a Jerusalén): “Sí, porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán con vallas y te sitiarán y por todas partes te oprimirán. Te aplastarán contra el suelo, tú y tus hijos que estarán dentro de tí, y no dejarán en ti piedra sobre piedra porque no reconociste el tiempo en que fuiste visitada” ¿Visitada por quién? ¿Por mí? O sea: ya que no me reconociste como dios cuando te hice el inmenso honor de visitarte, pues te destruiré, pérfida, ingrata, mala mujer.
Lo de una piedra sobre otra piedra, negra o blanca, poco importa, se repite fastidiosamente en este mismo Lucas 21, 5-19, ya nos dio pereza estar citando, pueden verificarlo si gustan. Hasta aquí, lo que hemos llamado la “bata semítica”, es decir, todo lo que viene del mesianismo judío y del Antiguo Testamento; lo que nos extraña es que el propio Juan, Juan el Greco, diga que dijo el Maestro (dirigiéndose a los judíos): “Me voy y ustedes me buscarán y morirán en vuestro pecado” (Juan 8, 24). No es concebible imaginar al hombre de Nazareth anunciando y como deseando la muerte de sus paisanos. ¿A qué viene ésto? Pues a la bata semítica, por un lado y, por otro, a las magníficas sandalias griegas –dignas de un Hermes–. Dos Jesuses se perfilan según la indumentaria: con la bata, uno terrible, violento, destructor, con cierta vocación lapidaria incluso; con las sandalias, otro que no lo es; con las sandalias, el defensor de la mujer, el de peace & love: el nuestro. Aunque no es improbable que los copistas y escribidores de los Evangelios hayan puesto pasajes de peace & love a propósito, para maquillar al hombre peligroso, al político, al revolucionario. Para pasar piola con el Imperium Romanum, que era el secreto objetivo de estos sujetos (los de la bata, los epígonos de Paulus-Saulo) para adueñarse del mundo, ni más ni menos. Estas ideas nada mías, por cierto, estas seudo ideas sugeridas por otras de otros, se me vinieron como un chaparrón de verano leyendo el poema del broder locazo que conviene, de nuevo, citar.
Muerte de la pureza
Pensando en nada
La pureza no existe
Y no hay otro modo de cantar
Que en el delirio
Y para eso la pureza ha muerto
Yo desdeño la pureza
La idea cristiana que supe excelsa
El amor mata la pureza
La pureza no cuenta para amar
El que no ama con pureza
Ama desviándose
Los amantes no aman con pureza
Aman con amor.
Sinceramente, me agarró desprevenido, eso me pasa por leer de madrugada. Simplemente, me había levantado a orinar afuera, para no molestar a Saint Jean, a Saint Louis, a Saint George, que dormían y roncaban como dioses a las cuatro de la mañana. Es que aquí, en La Trévaresse, por ser animal extraño o arisco para muchos de entre nosotros, el buen sueño es triplemente precioso. Prendí un Lucky Strike y, al mirar las estrellas, constaté con angustia que sólo me quedaban cuatro fayos. Algo inquieto, me doy cuenta que he vuelto a fumar bastante. Haciendo esfuerzos verdaderamente hercúleos en lo que concierne a la voluntad, he bajado hasta diez fayos por día. Aquí, un cigarro vale oro, oro de verdad, una barrita en forma de cigarro de oro puro. Regreso en punta de pies, como el Gato Silvestre cuando quiere atrapar a Piolín. Prendo la radio despacito, despacito. Maravilla de maravillas. Radio France pasa, ¿porqué a esta hora, maldita sea?, el divino Doble concierto en Re menor de Johann Sebastian. Las líneas de arriba han sido escritas, pues, bajo el arrullo de Juan Sebastián Arroyo. Ya son las seis. Ordeno las fichas, las notas, los anexos.
(*) Escritor y Poeta radicado en Francia.