Por: Felipe Morris (*)
Hace menos de dos años, cuando Castillo llegó al poder, muchos izquierdistas alababan el supuesto milagro económico boliviano. ¿Lo era? Es innegable que tuvieron logros económicos y sociales importantes desde principios del siglo, como resalta el FMI en un reciente informe, pero el Perú también tuvo avances similares o mayores con políticas más sostenibles. Entre 2000 y 2021, la economía boliviana creció por encima del promedio regional (como la nuestra), redujo su pobreza de 66% a 36%, aumentó su expectativa de vida de 62 a 72 años y aumentó la tasa de compleción de educación primaria de 84% a 99%. Pero su crecimiento desde el 2014 se financió con deuda para cubrir sus altos y crecientes déficits fiscales y comerciales, que ahora le pasan factura.
El supuesto ‘milagro’ se basaba en un modelo económico donde sectores generadores de excedentes (hidrocarburos, minería y electricidad), controlados por el Estado, redistribuían las rentas hacia otros sectores, a través de fuertes subsidios (combustibles, alimentos y fertilizantes, entre otros) y controles de precios. Al agotarse los excedentes aparecieron grandes déficits fiscales que fueron financiados mediante deuda interna y externa (incluyendo del banco central). Se implementó una política de cambio fijo desde 2013, que permitió el control de la inflación, pero desincentivó el desarrollo de actividades generadoras de divisas. Este modelo ya se agotó debido a la falta de políticas para promover inversión que genere empleo, exportaciones e ingresos fiscales; y al desplome de sus exportaciones de gas al 60% del nivel de 2015 que inviabiliza mantener el tipo de cambio fijo.
La economía boliviana requiere restablecer el equilibrio macroeconómico y sostenibilidad de su deuda; eliminando el financiamiento monetario (su banco central no es autónomo) y devaluando su moneda para reconstituir sus reservas internacionales que han caído fuertemente. Los ahorristas buscan cambiar sus bolivianos a dólares, preocupados por la escasez de la moneda extranjera en los bancos, presionando el tipo de cambio. Ya se formó un mercado negro que hasta ahora no difiere mucho del tipo de cambio oficial gracias a los dólares de la minería informal y el narcotráfico, pero ellos reclamarán mejores precios.
Esta historia la hemos vivido repetidamente en la región, y conocemos su desenlace. Los desequilibrios económicos terminan forzando una devaluación y un ajuste fiscal que incluye la eliminación de subsidios, el aumento de impuestos y un ajuste de precios relativos, con un alto costo social. El gobierno boliviano todavía está en un estado de negación de la realidad, pero los ajustes serán inevitables. Es cuestión de tiempo. Esto debería de servir de lección a todos aquellos que critican nuestro modelo económico y a los que añoran unirse a Bolivia.