Editorial

LOS TUMORES MALIGNOS QUE CORROEN A ÁNCASH

Corrupción y divisionismo:

Pese a  ser un lastre  que los ancashinos  venimos arrastrando hace ya buen tiempo, lo manifestado por el gobernador regional Fabián Koki Noriega Brito con relación a la corrupción y el divisionismo, no deja de ser una crucial  ocasión para tomarle la palabra. A diferencia del  silencio guardado por sus antecesores con relación a estos temas,  la autoridad regional  ha reconocido públicamente que ambos males  afectan terriblemente a Ancash. Hasta ahí, tiene toda la razón.

Para ningún ancashino es una novedad que estas dos lacras se hayan vuelto crónicas y que se mantengan como heridas abiertas.  En vez de  cicatrizar, cada vez se hacen más profundas, más dañinas y, lo que es peor,  se han vuelto inmunes a las acciones de control y a la acción de la justicia. De ahí que todo remedio resulte peor que la enfermedad. Al menos hasta ahora.

La corrupción y el divisionismo, tan igual que dos tumores malignos, se mantienen  enquistados en lo más profundo de las entrañas ancashinas. Lo que sucede al interior del gobierno regional y de las municipalidades provinciales y distritales, es la mejor muestra. En la mayoría de los casos, el daño causado por la corrupción es desastroso e irreparable.

En una hazaña propia de pirámide invertida, el año 2022 la región Ancash ha pasado del segundo al primer lugar en el ranking de corrupción nacional, por encima de la región Lima-Callao. Mientras tanto, de acuerdo con un informe del ministerio de Economía y Finanzas, en lo que va de transcurrido el presente año Ancash ha tocado fondo al ocupar el último lugar de ejecución presupuestal entre todas las regiones del país. Mejor dicho, estamos desaprobados en capacidad de gestión.

Según cálculos que maneja el gobierno central,  en este momento existen en toda la región Ancash algo más de 300 obras paralizadas, precisamente por causa de la corrupción. Una de las más emblemáticas es el coliseo cerrado Gran Chavín de Chimbote, con más de 30 millones de soles despilfarrados y prácticamente irrecuperables. La suma de toda esta malversación  representa para el Estado un perjuicio económico que bordea los 3 mil millones de soles, y al mismo tiempo  es un daño a largo plazo que afecta a una inmensa población mal llamada beneficiada.

En efecto, otro de los males al que se ha referido el gobernador Koki Noriega es  el divisionismo que se pretende sembrar entre los ancashinos. Igual de dañino que la corrupción, el divisionismo en una práctica propia de políticos resentidos que, cada vez que hay elecciones, buscan crear enfrentamientos con la única finalidad de llevar agua a sus  propios molinos. Cuando les conviene, se olvidan que los ancashinos somos un pueblo que comparte las mismas raíces, las raíces  que sembró la cultura Chavín. Aquellos que fomentan este divisionismo fraticida y aquellos que caen en la perversidad de su juego, deberían tomarse un tiempo y escuchar aquel hermoso huayno que interpreta el Jilguero del Huascarán “Soy Ancashino, Señor”.

Desde estas líneas, compartimos el deseo del gobernador regional de impulsar el gran cambio que Ancash necesita.  Pero lo que no compartimos es que camine rodeado de los mismos personajes que, desde la época de César Álvarez,  fungen de asesores y operadores políticos del gobierno regional.  Son los mismos que han promovido y siguen promoviendo la invasión de las tierras de Chinecas; los mismos que entraban y salían de La Centralita como Pedro en su casa. Cada vez que quieren hacerse las víctimas, ellos saben cómo alborotar el gallinero; y cada vez que quieren obtener un beneficio,  son los primeros en salir a cacarear en las portátiles.

Si realmente se quiere un cambio para Ancash, primero hay que extirpar la corrupción y el divisionismo. No existe otra alternativa.