Opinión

La cuestión Judía

Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)

Este año estuve en Israel, instalado exactamente en el hotel Grand Court: un edificio rectangular, espacioso y céntrico. Recuerdo que, antes de ir al comedor a desayunar, me sentaba en uno de los divanes de la sala del hotel y me dejaba estar. Y me dejaba estar porque quería contemplar por unos momentos a los jóvenes israelíes que ahí ya departían a pie. Jóvenes mujeres y hombres que vestían uniforme militar, llevaban cargados sus fusiles y bebían café en vasos descartables. Se trataba de una tropa del famoso ejército israelí y que también pasaba la noche en el mismo hotel. Los buses llegaban, los recogían y partían con ellos.

Al atardecer, a pesar de estar exhausto por la exploración de la vieja ciudad de Jerusalén, no iba a cenar al comedor, sino que, como cualquier sudamericano, me iba a comprar el pan a la bodega. Pero en verdad esto era solo una excusa. Lo que quería era aprovechar que me encontraba cerca de un barrio típico judío y por ello me iba a observar el lugar. Entonces apreciaba a otros jóvenes: ataviados con trajes oscuros, los sombreros de copa alta (o las kipás) y los luengos tirabuzones que sobresalían en sus rostros, ellos surgían de las panaderías o los minimercados, alegres y sonrientes. Cuando era el sabatt, se podía escuchar los fervorosos y gratos cánticos que procedían desde el interior de sus casas.

El pueblo judío, desde el siglo pasado, viene asumiendo un reto terrible. ¿Cómo consolidarse territorialmente? Bajo ese reto, sus jóvenes son compelidos a cargar, al mismo tiempo, la mochila de la fe y de las armas. Bajo ese reto, el pueblo judío ha preponderado lo más nefasto de su historia: el nacionalismo; el mismo que el muy agudo filósofo Jesús Mosterín denunció hace años: «Los judíos fueron los inventores del nacionalismo avant la lettre (…) El nacionalismo trata de crear cada país en un gueto. El primer gueto judío lo crearon Ezrá y Nehemías en Palestina. El último gueto judío lo ha creado el Estado de Israel, con muralla incluida».

Es posible que los judíos respondan que son ellos los que han padecido un destino terrible a lo largo de los siglos. Desde el exilio de su tierra en la Antigüedad a manos de los babilonios, pasando por las expulsiones y pogromos en los distintos países donde estuvieron, hasta el deleznable holocausto nazi, los judíos han soportado con fortaleza y dignidad los peores de los males y, por ello, merecen ciertamente un especial reconocimiento. Pero no solo por eso: cualquiera que busque en el anaquel de una nutrida biblioteca, siempre hallará ahí algún nombre judío ilustre. Mi favorito: Kafka.

Sin embargo, la falacia de muchos judíos actuales está en equiparar su desgracia histórica con un derecho absoluto de soberanía en Palestina. Está en equiparar la voluntad de Yahvé con la mente reducida de sus gobernantes. Está en hacer de la teología una pragmática arbitraria y abusiva. Creo que la verdadera cultura judía –la que ha brindado los grandes frutos intelectuales a la humanidad– puede ir más allá que sus presentes mandones, los mismos que solo buscan pedestres objetivos políticos y segregación religiosa. La verdadera virtud del judío es su universalidad, no un provincianismo nacionalista.

(*) Mag. En filosofía en UNMSM