Editorial

Playas traicioneras exigen advertencia

Terrible noticia. Después de tres días de haber desaparecido en las traicioneras aguas de la playa Anconcillo, al pie del cerro Atahualpa, el mar varó el cuerpo sin vida del menor Daril Rey Araujo García (13) ante la angustia de sus padres y de la población en general. Pero este aciago acontecimiento, que nos llena de honda consternación, lamentablemente no es un hecho aislado. Tampoco es algo fuera de lo común.

Un recuento de todo lo sucedido en este lugar en los últimos años, es escalofriante. Ninguna de  las personas que han  tenido la desgracia de caer en estas aguas, ha podido ser  rescatada con vida. El mar devuelve los cuerpos ya sin vida normalmente después de tres o cinco días de búsqueda intensa pero inútil. Cada vez que un bañista, por muy experimentado nadador que sea,  comete la imprudencia de ingresar más allá de la línea donde revientan las olas, lo hace exponiéndose a ser arrastrado y absorbido por la fuerte corriente del mar.

Reiteramos, a diferencia de otras playas vecinas, el mar de Atahualpa es un mar traicionero; un mar extremadamente peligroso. A decir de viejos pescadores de peña que lo frecuentan a diario, las aguas que se agitan alrededor del cerro Atahualpa son escenario de corrientes encontradas que han formado estrechas  y profundas concavidades, convertidas a su vez en verdaderas trampas mortales.

Esta circunstancia hace imposible que cualquier persona que voluntaria o accidentalmente ingrese a estas aguas, logre mantenerse a flote. Solo un milagro podría permitir que sobrevivan. En este lugar, donde además circulan remolinos absorventes,  la furia de la naturaleza es indomable. No se puede jugar con ella, menos desafiarla.

Ante la magnitud de este riego permanente, que tantas vidas viene cobrando,  sería  inexcusable que las instituciones  directamente  vinculadas con esta problemática continúen haciéndose las desentendidas.  Nos referimos a las municipalidades provincial y distrital, a la Capitanía de Puerto, al Cuerpo de Salvataje de la Policía Nacional; lo mismo que a la UGEL-Santa y a las universidades locales.

Ya en una anterior oportunidad, tras el ahogamiento de un joven de veinte años, propusimos que  estas instituciones coloquen carteles de  advertencia, tanto en la carretera de ingreso como en los alrededores del cerro Atahualpa. Y no solo eso. También sugerimos que la advertencia debería  estar reforzada por una campaña de concientización, colegio por colegio, dirigida a alumnos, profesores y padres de familia. Es ahí, en este terreno vulnerable,  donde hay que sembrar la semilla de la prevención. Sin embargo es lamentable comprobar que toda sugerencia de esta naturaleza haya caído en un saco sin fondo. Qué lástima que a nadie le interese la peligrosidad que representa este lugar.

Nadie podrá negar que Atahualpa es una playa muy bonita, sobre todo ideal para la pesca a cordel, pero tampoco se puede negar que es una playa traicionera, en la que no se puede confiar. Este es un mar al que hay que mirar con respeto y desde lejos. Es una obligación de las autoridades hacer esta advertencia a la población, particularmente a quienes por primera vez vienen a Chimbote, como es el caso del menor Daril Araujo. Ojalá esto no vuelva a repetirse jamás.