Opinión

LA FALACIA POPULISTA DE ROBIN HOOD

(*) Mg. Miguel Koo Vargas

Hace unos días vengo escuchando en algunos candidatos de izquierda la propuesta robinhoodiense de quitarle a los ricos una porción de su dinero para redistribuirlo en la sociedad. Me hizo recordar la iniciativa que propuso el año pasado el FMI para implementar un “impuesto a la riqueza”, una manera más elegante y asolapada de decir robo, que consiste en aumentar las tasas de impuestos a aquellos que más ingresos perciben. Sí, al mejor estilo velazquista y chavista: apoderarse de un bien ajeno para establecer una ilusión óptica de justicia social con los que menos tienen. Quiero compartirles mi análisis sobre esta falacia, y espero que sea lo más didáctica posible, especialmente para que mi querida generación bicentenaria no se encuentre marchando en las calles luego, si alguna de estas propuestas populistas llegara a ser aprobada en el Congreso.

La historia de Robin Hood grafica magistralmente esta situación, y lo que haré a continuación es desarrollar algunos puntos sobre esta falacia “populism-communismi” que encierra esta propuesta demagógica de robarle a los que más acumulan. Robin Hood es el personaje de un cuento de Ghino Di Tacco, inspirado en Robin Locksley, un guardabosque de Sherwood, Inglaterra. Famoso por robarle a los ricos para entregarle el dinero a los más pobres. Este cuento consolidó en el imaginario colectivo esta idea hasta el día de hoy.

La tesis de este discurso demagógico no pasa por crear condiciones y oportunidades que faciliten la generación de riqueza para los más pobres, pasa directamente por arrebatarle a los ricos una porción de su riqueza para distribuirla entre algunos cuantos. Entender la dinámica de la riqueza en el mundo supone conocer y comprender en un principio el epifenómeno sistémico de la escasez de recursos. La escasez no se produce por la indisponibilidad de bienes. La escasez se produce por la convergencia simultánea del deseo de muchas personas sobre un mismo bien u objeto de deseo por el que rivalizan y compiten (Ejem: Papel higiénico escaso frente a la ilusión de desabastecimiento)

La clonación mimética, ampliamente explicada por el antropólogo francés René Girard en la “Teoría Mimética”, se replica en muchas personas, lo que conlleva a producir ese efecto o percepción de indisponibilidad. Por tanto, no es real que la pobreza en el mundo sea producto de una ineficiente distribución de bienes, menos aún, de una mal llamada escasez de bienes. Bajo esta creencia podríamos asumir que el hambre en el mundo terminaría con una “multiplicación de los panes”, pero debemos saber que tener mayores bienes no conduce a un mayor y mejor reparto, sino a una mayor acumulación, es decir, a un incremento real de las brechas entre ricos y pobres. Las distancias se ensanchan en la medida de que unos acumulan más bienes que otros y, al acapararlo todo, dejamos a los que menos tienen con pocas o nulas posibilidades. La ilusión de la escasez es un epifenómeno, por tanto, que pertenece al ámbito de la psicología, no de la economía, ni de la tecnología.

Aumentar los impuestos a los ricos es una forma sutil y re-populix, de hacer una “justicia social” con apariencia benevolente. Como en la misma historia de Robin Hood, el héroe es aplaudido y querido por el pueblo por “solucionarle la vida” a los más pobres con el dinero de los que más bienes acumulan.

Esta falacia nos enseña a aceptar que está muy bien sangrarles los bolsillos a los ricos, porque supuestamente la redistribución de los bienes terminará por aplacar la pobreza en el mundo. Nuevamente, creemos que debemos “multiplicar los panes” para acabar con el hambre, y esa no es la solución. Aumentar los impuestos a los que más tienen no soluciona la pobreza, menos aún, contribuye a erradicar la crisis, solo es una jugada de tablero que produce un efecto placebo de bienestar contra el sistema, y despierta en los que menos tienen la sensación de que alguien realmente se está preocupando por ellos, aunque esto sea solo una demostración inverosímil de la realidad.

Al igual que los gobiernos comunistas y populistas en la historia, que han demostrado ser sistemas nefastos para los países, la historia de Robin Hood nos enseña lo perjudicial que resulta la praxis de subsidiar al pueblo sin generar un verdadero desarrollo económico que genere oportunidades de valor para todos.

Nos enseña, además, que la pobreza no termina con la redistribución de los bienes, ni con la utopía de la repartición perfecta. Menos aún en estos tiempos, donde los gobiernos cobran altas tasas e impuestos; a pesar de ello, la paradoja de la riqueza, subliminalmente oculta en esta historia, demuestra cómo los pobres se hacen cada vez más pobres y los ricos más ricos.

La redistribución de la riqueza que promueve esta justicia robinhoodiense no reduce los índices de pobreza, por el contrario, los incrementa e impide el desarrollo sostenible. Los programas redistributivos generan efectos que retrasan el desarrollo económico, ni qué decir de los costos a escala social.

¿Era legítima y justa la lucha de Robin Hood?

Desde luego que no. Ni el robo es remedio, ni la redistribución de bienes es la medida. Aumentar los impuestos a un sector de la población por el so pretexto de que “les sobra dinero” o porque “no se lo merecen” son argumentos paupérrimos que no resisten ni el más básico de los análisis.

Ni es real, ni ético, ni moral, menos aún efectivo.