Editorial

::: BODAS DE ACERO :::

SIDERPERU:

Durante el primer gobierno de Alan García Pérez, hablamos del quinquenio 1985-1990, la gestión administrativa de Siderperú colocó a esta empresa pública al borde del desastre total; lo que confirma la regla de que, en asuntos de economía y gestión empresarial, el estado es un pésimo administrador.

Desde su fundación en 1957, es decir en menos de treinta años de funcionamiento, la empresa del acero había logrado posicionarse como el primer complejo siderúrgico del país. Esto lo convertía en líder de una industria estratégica que sirve de elemento base para el desarrollo de otras ramas de la industria nacional como la construcción civil y naval, metal-mecánica, electrodoméstica, etc.

No obstante este significativo logro y tan pronto como el gobierno aprista asumió el poder, Siderperú corrió la misma suerte que todas las demás empresas que “en nombre del pueblo” habían sido estatizadas durante el gobierno del dictador Juan Velasco Alvarado. Esta vez en nombre del compañerismo aprista, la empresa siderúrgica no tardó en convertirse en nuevo bastión político del partido de gobierno.

De haber tenido una fuerza laboral  que no sobrepasaba los 2,000 trabajadores, de la noche a la mañana Siderperú terminó cargando el peso de una planilla astronómica compuesta por 7,500 trabajadores. Más de 5,000 nuevos empleados siderúrgicos, sin especialidad ni experiencia laboral, fueron contratados gracias a las tarjetas de recomendación que obtenían de manos de diputados, senadores y altos dirigentes del partido aprista.

Como si eso no fuera suficiente para llevar a la quiebra a cualquier empresa, Siderperú debió soportar además un segundo azote que el gobierno aprista tenía bajo la manga. Fue la mafia basada en la reventa de productos siderúrgicos que contó con operadores dentro y fuera de la empresa. Gracias a la creación de una escasez artificial que disparó la demanda y gracias también al carrusel de un monopolio de vales de compra, los miembros de esta mafia podían adquirir productos de acero a precio subsidiado para luego revenderlos hasta en diez veces su valor de compra. La reventa de vales al mejor postor se hacía no solo en céntricos hoteles y restaurantes sino también dentro y fuera del complejo siderúrgico. Una historia vergonzosa de nunca olvidar.

De un día para otro, los miembros del carrusel se convirtieron en nuevos millonarios mientras la hiperinflación azotaba sin piedad a treinta millones de peruanos. Fue por esa época cuando un billete de un millón de intis alcazaba apenas para comprar tres tarros de leche.

Si Siderperú no llegó a quebrar y logró sobrevivir a este desastre causado por la mano del hombre, es porque haciendo honor a sus productos es una empresa con resistencia de acero.

Después de todo, lo sucedido con esta emblemática empresa chimbotana no deja de ser una valiosa lección. Nos ha enseñado hasta qué punto el abuso del poder político puede dañar o traerse abajo el sistema económico de un país, y eso es algo que tenemos que evitar en el futuro.

Nuevamente en manos privadas, Siderperú acaba de celebrar su 65 aniversario de fundación y lo ha hecho enviando un mensaje a través del cual renueva su vocación de sostenibilidad, innovación, apoyo a la comunidad y responsabilidad social.

Siendo así, cada aniversario siderúrgico será motivo para celebrar nuevas bodas de acero.