Opinión

DEMOCRACIA PARA LEGOS (II)

POR: GERMÁN TORRES COBIÁN

Así pues,  resumiendo lo antes dicho. En muchos países llamados democráticos se restringe el juego democrático que debería ser para las mayorías, dejándoselo a unas minorías que no son el pueblo, pero que dicen representarlo. Los obstáculos para el ejercicio real de la democracia proceden siempre de una misma clase social  que defiende sus privilegios.

Entonces, ¿a qué distancia está el Perú de una verdadera democracia? A unos   cuantos años-luz,  sin duda, si observamos  la pureza ideal de la democracia. A bastante menos si consideramos que en pocos países existe  una democracia parlamentaria verdadera; pero aun así, a la distancia suficiente como para que no podamos considerarnos  un país democrático. Esto no parece extraño si tenemos en cuenta que la mayor parte de los políticos de derechas que han ocupado y aún ocupan  los puestos de poder,  son  francamente contrarios a toda experiencia democrática abierta,  por la opinión que tienen del pueblo peruano. En la  campaña electoral de 2011, cuando  Ollanta  Humala ganó la primera vuelta gracias al voto netamente popular, la derecha cavernaria de este país,  conjeturó a esos votantes como populacho, chusma, indiada  y otros términos racistas.

No es esta  la ocasión de entrar en polémica (aunque no la rehuyo) con la  Derecha Bruta y Achorada local o peruana, una de las más retrógradas y ultramontanas del mundo. En la actual campaña electoral, muchos de estos necios siguen profanando  la palabra democracia,  mientras dan paso a sus acciones y pensamientos antidemocráticos.

Prosigamos. Para seguir ahondando un poco más en el concepto de democracia,  es interesante recordar unos antiguos pensamientos  del gran poeta Heinrich Heine (1797-1856): “La democracia no puede ser resultante  de ningún texto escrito. Si antes de penetrar  en las leyes no es ya una manera y una voluntad de ser, una forma de la moral pública encarnada en el comportamiento comunitario, no representa más que una superchería del poder” (…) “La democracia es un modo de actuar que parte de la idea de que hay que dar al adversario un valor de presencia para no tener que decaer uno mismo al afrontarle, y para no entrar en ausencia si sucede que triunfa” (…) “Se es demócrata por un cierto orgullo, que quiere que la sociedad sea, ante todo, una sociedad de individuos que se organizan libremente, frente a toda mediatización o intervención represiva que emane del Estado o de sus poderes intermediarios”. Podríamos añadir, asimismo, los conceptos de Max Weber, de Thomas Jefferson, de Carlos Marx, de Joseph Shumpeter y otros pensadores universales, sobre la democracia. Por razones de espacio no lo hacemos. Pero advertimos que ninguno se asemeja al concepto de democracia que rebuznan los escribidores de la prensa chicha nacional.

Así pues, de la misma manera que un peruano  no puede convencer a la SUNAT de que es pobre, si sus signos externos demuestran alguna riqueza, un Gobierno o los políticos de derecha no pueden convencer a los ciudadanos que son demócratas, si no hay signos externos de democracia en sus actos u opiniones. Tenía  razón el poeta Shelley (su esposa Mary  Wollstonecraft fue quien escribió la asombrosa novela “Frankenstein”), las palabras  se profanan  con demasiada frecuencia, como para profanarlas uno mismo por el simple hecho de ser bonitas. Eso es lo que sucede  con la palabra democracia.Sin embargo, para el pueblo viandante, ¿cuáles serían los signos externos de una verdadera democracia en el Perú? Lo pregunto por las calles del puerto  y escucho diferentes respuestas, algunas muy  curiosas. Hay quienes  dicen que llegará  la democracia  cuando se promulgue una nueva Constitución.Un joven periodista  cree que “no habrá democracia mientras no pueda criticar lo no criticable”; “pero eso no sucederá nunca”, añade. Una  veinteañera opina que no se sentirá democratizada hasta que sus padres no la dejen pasar la noche fuera de su casa, “como en las verdaderas democracias, pe  tío,  como en Suecia”.   “El día en que me manifieste y no me peguen o me hagan correr indignamente”, dice un antisistema. “Cuando se cierren todas  las universidades chicha que venden  títulos”, clama un graduado sin trabajo. “El día que yo pueda ser yo y mis circunstancias; sin las circunstancias de los demás”, dice un filósofo más bien anarquista, parafraseando al español Ortega y Gassett. “Nunca”, profiere  un escarmentado. “Cuando yo resucite”, dice uno que está a punto de morir. “Cuando me paguen mis pensiones atrasadas”, alega  un pescador jubilado que se hizo pobre derrochando su riqueza en los bares y burdeles  porteños. “Cuando  me aburra de votar”, dice otro que no se ha perdido ninguna   elección. “Cuando encuentre trabajo”; “Cuando regresen  los inmigrantes”; “Cuando no maten a tanta gente”, dicen algunos.  “Cuando se pueda vivir”, responde uno que no puede  vivir tranquilo (por el  ruido que provocan los Covidiotas en sus fiestas hogareñas, los chatarreros, los recicladores…). “Cuando se pueda morir en paz”, admite un  partidario de la eutanasia. “¡Cuando limpien la bahía El Ferrol!”, grita, indignado, un simpatizante del Colectivo Chimbote de Pie. “Cuando el APRA vuelva al poder”, brama un aprista anciano y fanático que anda pidiendo firmas para reinscribir a su nefasto partido que el pueblo ya sepultó. “Cuando Briceño termine el boulevard”. exclama mi antiguo compadre espiritual, el negro “Petróleo”. “Cuando dejen de maltratar a los animales”, dice por último, Jackie La Bella, una joven estudiante de arquitectura.

En fin, hay opiniones para todos los gustos. Por mi parte y optimistamente,  creeré que hay democracia en este país,  el día en que me  anime  a acudir a las urnas  por primera vez…