Mg. Miguel Koo Vargas
“Llevándole el diablo a Jesús a un monte altísimo, le mostró todos los reinos del mundo con todo su poder y su gloria y le dijo: Todo esto es mío y lo doy a quien yo quiero. Te daré todo esto si te postras ante mí y te sometes a mí”. (Mt. 4:8)
La tentación presentada al propio Cristo en el desierto nos habla también de la existencia de un poder absoluto, que termina por ser invisible a los ojos del mundo en el que vivimos, pero, al fin y al cabo, real. El tentador del Evangelio demuestra que dispone de todas las cosas para regalarlas a quien quiera, y que, para poder acceder a ellas, basta solamente un detalle no menos importante: entregar el alma. En otras palabras, someter la individualidad a los designios e intereses del poder de turno.
La semana pasada hablábamos acerca de la alienación del poder, y esbozamos parcialmente algunos factores que condicionaban la metamorfosis de un hombre, aparentemente normal, en un depredador político amoral y sin remordimientos. Esta vez analizaremos el caldo de cultivo por excelencia de estas personalidades: la política.
Los programas políticos, en su naturaleza y esencia, siempre han sometido a los hombres a una falsa necesidad de ser gobernados por líderes. Hombres que, por su doctrina, representan un abanico amplio de ideologías de todos los tipos, y que a lo largo de la historia nos han sugerido falsas necesidades como delimitar territorios o erigir fronteras entre pueblos y espacios que desde la creación del universo siempre estuvieron asignados para el hombre y su ejercicio de la libertad.
La tentación del poder político es muy similar al sometimiento del dinero, las riquezas, la fama, etc. Es la manera de poder controlarlo todo desde una posición de jerarquía, de tal forma que el individuo apostado en la cúspide de esta pirámide busca ya no solo satisfacer los requerimientos de los simpatizantes, a quienes ha convertido además en fieles seguidores y potenciales imitadores de su estilo de liderazgo, sino también en satisfacer sus propias ambiciones deformadas por la propia naturaleza degenerativa del poder.
Los programas partidarios están basados en un anti-liderazgo o liderazgo tóxico porque condiciona a los miembros a identificarse plenamente con un sistema de doctrina, en el que es necesario subordinar la voluntad propia en favor de la causa por la que se lucha colectivamente; es decir, el partidario necesariamente tiene que ceñirse en obediencia a un patrón de conducta, a un dictado formulado por el grupo de referencia que le va a anular la propia personalidad de autonomía y su capacidad crítica en sus aspiraciones por integrarse plenamente con los demás miembros. Pensemos un instante en los partidos socialistas y su sistema político para tomar decisiones. Son partidos donde no existe la democracia, y la libertad de opinión no es una cualidad característica.
Por otro lado, los políticos viven siempre de su apariencia, y la apariencia que se empeñan en sembrar no es nada más que una simple carcasa, un constructo publicitario, una simulación de hombre justo, por lo tanto, viven del engaño que les significa presentarse ante la sociedad como modelos válidos de referencia.
Algo que caracteriza a nuestra generación actual es el sentido de la inadecuación interna, es decir, el no hallarse como un hombre con identidad, o lo que equivale a andar por la vida como una oveja sin pastor. Cuando los hombres identifican en los líderes políticos algunos rasgos que la sociedad cataloga como “éxito”, rápidamente se despliegan acciones compensatorias que les permitan ser tomados en consideración por estos partidos. Este aprendizaje nocivo nos enseña erróneamente que para ser igual de fuerte y exitoso que el líder político, hace falta adorarlo e imitarlo como el tentador del Evangelio, con el objetivo de desplazarlo de su lugar y llegar a convertirse en él mismo. Adorar a otra persona a la que se tiene como referente e imitarle, en el fondo es querer convertirse en ella misma. René Girard, explica notablemente cómo el hombre busca desesperadamente aferrarse a alguien o algo a donde pertenecer o militar, basado en la teoría mimética, cuya explicación reside en la naturaleza imitativa desde nuestros primeros años de vida.
El problema está básicamente en que la mayoría de personas, al no entender la dinámica del mimetismo, divinizan a los hombres, y someten sus vidas a doctrinas contrarias a la verdad, como el comunismo, una ideología que ha cobrado la vida de tantos inocentes en el mundo entero, pero que termina siendo hasta un tipo de religión para sus adeptos.
Un ser humano que se resiste a esta tentación de adorar a otro hombre, termina por convertirse en un ser libre que no tiene dónde recostar la cabeza, mejor dicho, no somete su propia individualidad a clanes o partidos que intentan devolverle un sentido de pertenencia y adecuación social, porque entiende que el único culto de adoración (latría) está reservado para la Santísima Trinidad. Pidamos entonces a Dios esa gracia para nunca olvidarnos que es el único líder al que debemos someter nuestra vida.
(*) Asesor de imagen
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