Por: CPC SERGIO AGURTO FERNANDEZ
Las ciudades y las comunidades nativas asentadas en las zonas fronterizas, en realidad son verdaderos hitos vivientes, que por un azar del destino, la demarcación territorial las encontró por ahí; a ellos no se les preguntó a qué país querían pertenecer, que en buena cuenta se debió de haber hecho, cuando de por medio hay un litigio territorial entre países vecinos, sin embargo están presentes en el mapa geográfico, pero ausentes en la distribución de la riqueza, a través de las obras públicas.
Con ellos, despiadadamente el tiempo parece haberse detenido como anclándolos en el pasado, impidiéndoles la búsqueda de nuevos horizontes, pero a la vez obligándolos a sobrevivir con una economía precaria sobre la base de una agricultura de subsistencia, y por un impedimento geográfico, ajenos de participar de los avances tecnológicos que se disfrutan en las ciudades. En una actitud digna de ser imitada, el fervor patriótico que se vive en esos olvidados parajes, es contagiante por el derroche de peruanidad de que hacen gala, en cuanto evento cívico se efectúa en dichas comunidades.
La presencia del Estado no se hace sentir, seguramente por lo agreste de la geografía, o por su reducida población, pero sobreviven por la gracia de Dios, colindantes con países como Ecuador, Colombia, Bolivia y Brasil. Se encuentran desde generaciones atrás absorbidos por un lamentable atraso, frente a los otros pueblos fronterizos cuyos gobierno si se preocuparon por desarrollarlos como verdaderas ciudades, donde nada les falta, al extremo que muchos de nuestros compatriotas dependen de ellos desde lo básico (alimentación y salud), también comercial y laboralmente, hasta utilizan su moneda como medio de cambio, porque nuestra moneda es un signo no convertible en el comercio fronterizo y por su escasez en el mercado local.
¿Dónde queda entonces el glorioso pasado del Tahuantinsuyo, cuya prestancia se esfumó por la cobardía e ineptitud de quienes desfilaron por Palacio de Gobierno?, muy poco, al punto que nos fueron arrebatando nuestro territorio hasta llegar a lo que es el Perú de hoy. Si como por arte de magia nuestros Incas dejaran por un momento la tumba fría que los cobija, muy avergonzados seguramente se volverían a morir de inmediato, al ver a su antiguo y poderoso imperio, mutilado en sus fronteras.
Es vergonzoso, pero es la triste realidad, ¿Por qué tanto olvido?, acaso es un imposible convertir a estos pueblos fronterizos en verdaderos polos de desarrollo?; se les debe recompensar ejecutando obras de impacto, sobre todo las de infraestructura física que genera puestos de trabajo y reactiva la economía local. No olvidemos que ellos son los naturales defensores de la patria y los gobiernos de turno se acuerdan de ellos sólo cuando hay algún conflicto armado, reclutándolos compulsivamente, y pasado esto ¿Qué?, como siempre vuelven a sumergirse en el amargo sabor de la indiferencia, por el hecho de vivir en la frontera; y, con la certeza de que será hasta el próximo conflicto armado con algún país vecino, como ha venido ocurriendo siempre.
Hacer una visita a cualquier pueblo fronterizo, es como ir a tomarle el pulso al país, ahí donde los males se acentúan y desnudan toda nuestra mezquindad, de no saber o no querer compartir nada con quienes más lo necesitan. Viven su pobreza en una contagiante quietud, donde la vida transcurre sin ninguna prisa ni contratiempo, pero con un clamoroso estancamiento en todo orden de cosas, que seguramente conmovería al más insensible de los ciudadanos. Hablamos desde los villorrios, pasando por los centros poblados hasta la capital de un distrito, donde hay una escases absoluta de bienes y servicios, con los que el Estado siempre debería de estar presente, para formarles una ciudadanía que los enorgullezca y así estar presente en la foto, para ser tomados en cuenta, cuando se tenga que hacer una equitativa distribución de la riqueza (crecimiento del PBI), expresado en la ejecución de obras públicas y en los programas sociales que brinda el gobierno.
El Estado debe rectificar su actuación con estos connacionales, que los tiene sumidos en un ancestral olvido. Se les debe de rescatar, urgentemente, de la oprobiosa marginación brindándoles preferente atención en la solución de sus problemas, cuya ejecución debe estar centralizado en un solo pliego presupuestal, que podría ser la PCM, pero funcionando como un programa integral, sin la participación de los demás ministerios, a fin de desburocratizarla y hacerla más expeditiva, pero manteniendo un control personalizado de cada uno de ellos, al costo que fuere.
La inversión estatal en estos pueblos fronterizos, necesariamente va a generar un efecto multiplicador en la economía de la zona, dinamizándola; y el retorno de la inversión se verá reflejada en un lento pero sostenido crecimiento del PBI local, devolviendo la tranquilidad al gobierno que apostó por ellos.
Hasta antes del desastre ocasionado por el fenómeno del Niño Costero, se decía que el Perú mantenía un crecimiento sostenido arriba del 3%; si así hubiera sido, entonces tendremos que admitir que aquí se produjo una inequitativa distribución de la riqueza, porque muchos pueblos no fueron invitados a participar en el reparto de los millones de soles del Presupuesto General de la República, porque aún siguen esperando la ejecución de obras básicas como escuelas, puestos de salud, caminos, puentes, agua y desagüe, etc.
Cuando todo esto haya ocurrido sin contratiempos y los pueblos tengan la categoría de verdaderas ciudades, el siguiente paso sería reactivar la economía local a través del turismo, promoviendo sus atractivos y brindando facilidades en el transporte a las personas deseosas de asimilar las costumbres nativas, su cultura, gastronomía y artesanía. ¿A ver qué gobierno se compra el pleito y asume el reto?