Ya no es casualidad. Tan solo unos días después que dos policías en actividad fueron acusados de participar en el asalto a mano armada de un conocido establecimiento comercial, otro miembro de la institución acaba de ser capturado hace dos días cuando conducía una camioneta que horas antes había sido objeto de un robo, también a mano armada, en la zona de Rinconada. En ambos casos se trata de efectivos que pertenecen a la División Policial de Chimbote.
Por mucho que pudiera tratarse de hechos completamente aislados, lo cierto es que esta clase de incidentes amenazan con volverse cada vez más frecuentes. Más de un dirigente vecinal de los asentamientos humanos del cono sur , por ejemplo, ha señalado que son policías en actividad, incluso vestidos con uniforme, quienes se encargan de brindar protección a determinados traficantes de tierra.
De hecho mucho tiene que ver en todo esto la falta de identidad de los efectivos policiales para con su institución. Sin ese vínculo institucional, basado en principios estrictamente morales, es en realidad muy poco lo que se puede esperar en cuanto a disciplina, consecuencia y honorabilidad, como lamentablemente acabamos de comprobarlo.
Sin exagerar, estamos convencidos que estas cosas ocasionan un daño extremo a la imagen y prestigio de la Policía Nacional, que dicho sea de paso es una de las instituciones que personifican a la Nación. No son únicamente dos o tres los efectivos policiales quienes van a tener que responder por sus actos ante los tribunales de justicia. Es la institución la que al final resulta seriamente perjudicada.
Como mucho especialistas ya lo han sostenido, una formas de evitar que este daño se propague y de poner el parche antes que salte la pus, es haciendo cumplir la rigurosidad de los exámenes de ingreso a la institución. Tanto como el rendimiento físico y académico, la evaluación debería considerar con especial esmero el aspecto moral y sicológico; pues todo parece indicar que la deficiencia de estos dos últimos aspectos, permite el ingreso de mucha gente que no merece pertenecer a la Policía Nacional y que termina por traerse abajo el prestigio de la institución.
A todo ello hay que añadir la necesidad de cuidar al extremo el orden y la disciplina al interior de la institución. A la primera clarinada de indisciplina y falta al reglamento interno, los órganos de control institucional tienen que cortar por lo sano y proceder con inmediata drasticidad. No hacerlo es caer en una suerte de complicidad bajo el argumento de un encubierto espíritu de cuerpo.
Esta es la hora en que la División Policial de Chimbote debería cerrar filas contra toda falta o delito que cometa el personal a su cargo, ello independientemente de la labor que más adelante tengan que realizar jueces y fiscales. La ciudadanía necesita recuperar la confianza en su Policía Nacional, pero esa confianza no se recupera ni se impone con slogans o frases altisonantes, sino se inspira con actitudes dignas de todo crédito.
De ninguna manera debe permitirse que hechos como los que hemos señalado en este comentario, induzcan a la Policía Nacional ha hacerse el harakiri.