Juntas, las regiones de Ancash y Lima ocupan una extensión de 71,000 kilómetros cuadrados, que representa el 6% de todo el territorio nacional (1’285,000 Km/2). Pero a pesar de este aparente pequeño espacio, ambas regiones poseen el 40 por ciento de la población nacional, poco más de 12 millones de habitantes, y concentran asimismo el 60 por ciento de la producción de bienes y servicios, hecho que las convierte en el más importante epicentro de la economía del país.
Hace dos días las principales autoridades de estas dos regiones acaban de contraer lo que, en términos de desarrollo descentralizado, puede considerarse un enlace inevitable y estratégico. Teniendo como testigo a la Presidencia del Consejo de Ministros, los representantes de ambas regiones han suscrito el acta de constitución de una mancomunidad regional, cuya finalidad es promover la articulación de políticas públicas, así como la ejecución de planes y proyectos de inversión, todo ello, como su nombre lo indica, en forma mancomunada.
Por un lado la lógica y por otro la experiencia, nos dicen muy claramente que, cuando dos gobiernos regionales se proponen buscar mejores resultados, la manera más acertada de lograr este objetivo es trabajando de la mano y no cada uno por su lado. Eso, sin duda, explica porqué la gran mayoría de los gobiernos regionales realiza una labor parapléjica y vegetativa.
Partiendo por este principio básico y elemental, la nueva mancomunidad regional Ancash-Lima promete, por lo menos en forma oficial, la posibilidad de iniciar una nueva etapa en el todavía atrofiado proceso de desarrollo descentralizado.
Desde este punto de vista, bien vale la pena intentar una interpretación de la realidad que en este momento experimentan ambas regiones. Además del factor limítrofe, Ancash y Lima tienen en común una frontera que no solamente les abre las puertas del mundo sino también que es la más grande despensa con la que cuenta la humanidad: el océano Pacífico.
Por otro lado, mientras Lima ya vive los efectos de la superpoblación y necesita de mucho más espacio para descongestionarse, Ancash ofrece la posibilidad de albergar nuevas ciudades alternativas, paralelamente con la instalación de nuevas industrias y emporios comerciales. Teniendo en cuenta únicamente esta circunstancia, la nueva mancomunidad representa una buena herramienta de gestión y confiabilidad para obtener apoyo político y a su vez atraer la inversión extranjera. Elementos sin los cuales es imposible hablar de desarrollo.
Sin llegar a pecar de ilusos, creemos que solo así se podría pensar en la posibilidad de ejecutar Chinecas y modernizar el Terminal Portuario, proyectos que ya llevan más de tres décadas completamente paralizados.
Si Ancash y Lima han optado por una mancomunidad, quiere decir que ambas regiones están pensando seriamente en el futuro. Esa es una buena señal.