A medida que ha empezado a disminuir la intensidad y la frecuencia de las lluvias, ya es posible advertir que el caudal de los ríos ha empezado a bajar considerablemente, por lo que cabe admitir que la amenaza de huaycos y derrumbes ha ingresado a un franco proceso de retirada. Estamos hablando, por supuesto, de la experiencia que se vive en la provincia del Santa, luego de haber soportado una corta pero destructiva semana de eventos climatológicos ocasionados por la presencia, por primera vez en el Perú, del ciclón Yaku.
Como dice el viejo refrán, puede ser que no hay mal que dure cien años; pero no cabe duda que el efecto de los daños causados por este fenómeno natural van a repercutir por un buen tiempo más. No siempre después de la tempestad llega la calma. En ciertas ocasiones, ésta sabe hacerse esperar. Y razón no le falta.
Es inevitable, por ejemplo, que la reparación o sustitución de puentes y carreteras necesite de una considerable inversión y un tiempo prudencial. Mal harían las autoridades en pretender maquillar la situación y caer en improvisaciones que al final van a salir costando más de la cuenta.
Por otro lado, se sabe que existen poblaciones en la parte alta de los distritos de Macate, Jimbe y Moro que han quedado aisladas por completo, sin agua, sin electricidad y sin ningún tipo de comunicación. En estos lugares aún no se ha hecho ni siquiera un inventario de los daños y es imposible hacer llegar algún tipo de ayuda.
Por otra parte no se descarta que, como consecuencia lógica de esta clase de desastres, en cualquier momento se presenten plagas y epidemias que van a demandar otro tipo de atención. ¿Estaremos preparados para eso?.
En estos momentos la municipalidad provincial del Santa y las ocho municipalidades distritales están entregado ayuda elemental y humanitaria a la población afectada. Pero, reiteramos, hay lugares apartados e inaccesibles donde la ayuda no puede llegar; mejor dicho no hay cómo hacerla llegar. Como lo ha solicitado el alcalde provincial a las autoridades del gobierno central, es urgente el tendido de un puente aéreo a través de helicópteros, lo cual no es mucho pedir.
Por lo demás no tiene porque llamar la atención que dentro de cinco o seis años, tenga que repetirse un desastre similar. Los fenómenos de la naturaleza suelen presentarse con exacta regularidad, sino revisemos los periódicos y otras publicaciones de los últimos cuarenta o cincuenta años.
Lo que no puede pasar por desapercibido es la sintomática mala costumbre de nuestras autoridades de olvidarse de la situación de emergencia tan pronto como pasan las lluvias. Con el retorno a la normalidad, las medidas de seguridad y defensa civil, pasan a un segundo plano. Eso quiere decir que no existe una cultura de prevención.
Y para decirlo sin ambages, parece que la población también se ha contagiada de esta falta de cultura. Pues al siguiente día de la lluvia torrencial, decenas de personas hicieron largas colas en las tiendas de plástico para comprar materiales con los cuales proteger sus viviendas. Es evidente que no funcionó aquello de más vale prevenir que lamentar. ¿Dónde está la cultura de la prevención?.