Por: J. C. García Fajardo
 “Era un viejo que pescaba solo en un bote en Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho…Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el vivero o y el arpón y la vela arrollada al mástil, parecía una bandera en permanente derrota”.
“Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”
Para los pescadores de Cojimar, cerca de La Habana, corría la leyenda acerca de un viejo que peleó inútilmente, en medio de la soledad del mar en su pequeño bote, con un gran pez. A Hemingway le inspiro esta obra maestra, aunque, según M. Vicent, el autor decide que el pez permanezca un día entero, incluyendo noche, en el abismo sin manifestar su presencia a flor de agua para que el viejo pescador, unido a él con el sedal, pueda imaginarlo y hacerlo introspectivo mediante una lucha tenaz hasta incorporarlo a su espíritu.
 En mis viajes a Cuba, muchas veces me acercaba a la casa del escritor, veía la mesa en la que escribía de pié, lo que miraban sus ojos a través de las ventanas que daban al mar y hasta me parecía ver al viejo Santiago, sentado en “la terraza” y bebiéndose despacio una cerveza que le había comprado el muchacho, al que había llevado al mar desde los cinco años pero a quien sus padres habían separado del viejo porque no tenía suerte. Pero, aunque no fuese a pescar con él, al joven le gustaba que el viejo lo despertase antes de amanecer en su cabaña apretándole un pié desde la puerta. Ahora era él quien le traía sardinas y cebos para la pesca; y hasta le traía comida que decía que le había regalado el cantinero. Esos diálogos son una emocionada maravilla. Y yo me sentía viejo y joven a la vez poniendo mis manos sobre un bote, que bien podría haber sido el Pilar. No sé cuántas veces habré leído y soñado este libro que me sigue golpeando.
 Hasta entonces, sus personajes se habían movido en el vacío y carecían de pasado, según Faulkner, pero al leer el cuento de ese pescador, dijo que Hemingway había encontrado a Dios. Así, de repente. Cosas de borrachos.
“Ahí está el gran pez: Dios hizo el gran pez que tiene que ser capturado; Dios hizo al viejo que tiene que capturarlo; Dios hizo a los tiburones que tienen que comerse al pez, y Dios los ama a todos ellos”, cita Vicent.
 Bajo ese amor estaba la agonía, la nobleza, el esfuerzo, el cálculo y el combate del hombre contra el destino. Como Sísifo o Edipo o el Cid o Acab o Marlon, y tantos otros. “Cogió todo su dolor y lo que quedaba de su fuerza y del orgullo que había perdido hacía mucho tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez”
Asumir la propia condición es liberarse, y liberar a los demás. Porque el hombre no está hecho para la derrota, pensó Santiago en medio de la lucha. El hombre puede ser destruido pero no derrotado. El espíritu de un hombre que lejos de hundirse ante la adversidad, se mide ante ella y alcanza el éxito en medio de la derrota. “Cogeré al gran pez y lo mataré, aunque es injusto, pero le demostraré lo que es capaz de hacer un hombre y lo que es capaz de aguantar”.
Ahora sabía que estaba destruido y sin remedio y volvió a la popa; y no tenía pensamientos ni sentimientos. Ahora estaba más allá de todo y gobernó el bote para llegar a puerto lo mejor posible.
“¡Al diablo con la suerte! –dijo el muchacho-. Yo llevaré la suerte conmigo”.
El viejo y el mar narra esa lucha de un pescador con su presa: una batalla contra las adversidades que encierra un desafío ético y revela la ambigüedad de conceptos como “derrota” o “victoria”.
Hemingway (1899-1961), autor de espléndidos relatos que redefinieron el género participó en las dos guerras mundiales y en la Guerra civil española. En 1954 recibió el Premio Nobel de Literatura.