Recuerdo que en mi infancia, en la casa del pueblo en la que vivíamos, había una habitación bastante grande, ubicada en la planta baja, donde mis mayores, además del carbón y el aceite de oliva que almacenaban para todo el año, (en aquellos duros tiempos de posguerra mi padre, maestro, entre otros trabajos administraba una mina de carbón y una fábrica de aceite) guardaban todos aquellos útiles que no eran de uso cotidiano y que eran retirados de la circulación como inservibles, o sea, los llamados trastos viejos. De ahí que se denomine a ese habitáculo como el trastero. Allí se guardaban las bicicletas, los patines, aros y juguetes, cuadros, marcos, ropa usada y otros enseres que por su antigüedad ya servían de poco. En él, los hermanos guardábamos las cosas más queridas. Pili, su primera muñeca que en su día hablaba y después sólo tartamudeaba, pero que era abrazada con el mayor calor cuando la visitaba. La otra, Bebé, una cocinita que le habían traído los Reyes Magos de Oriente, y con la que nos hacía unas apetitosas meriendas imaginarias, a gusto del consumidor, que ni el mismo Gastón igualaría. Y un servidor, Pedro, guardaba como un tesoro la primera bicicleta que le habían regalado en su “cumple”, y que empezaba a ennegrecerse, pero que a base de Netol (un antioxidante), un trapo y mucha frotación, se mantenía en perfectas condiciones para llevarme y traerme de la escuela en el buen tiempo, pues las nevadas y lluvias invernales hacían imposible su utilización. Estoy por asegurar que tanto la muñeca, como la cocinita o la bicicleta nos recibían con la alegría inanimada de la que suelen hacer gala cada una de las cosas que nos rodean y les tenemos cariño.
 Pasaron los años, fuimos creciendo, dejamos el pueblo, nos hicimos mayores y nos quedamos sin trastero, pues ya no volvimos a disfrutar de otro cuarto como aquel, que, aunque feo y oscuro para algunos, resultaba hermoso y luminoso para nosotros. Ahora ya no hay trasteros como aquel. Parece ser que el desarrollo, el crecimiento, y la especulación del suelo, han hecho que las casas sean más pequeñas, livianas, más rápidas de recorrer y sin espacios para licenciar lo que no utilizamos. Por otra parte, también las cosas, juguetes, y útiles en general ya no se llevan al trastero, sino que se sustituyen por otros nuevos, se cambian, desechan, o simplemente se tiran a la basura. Sí, se usan y se tiran, más o menos como las mascarillas que recientemente llevamos todos. El problema aparece cuando se desvaría y no sólo es el juguete, el frigorífico, la lavadora, la televisión, el cuarto de baño, el dormitorio o el comedor, lo que se desecha o se tira a la basura, sino que en el lote se incluye también la mascarilla con el paciente incluido. Y se dice que se hace porque tanto la mascarilla como el paciente están ya muy desgastados, son viejos y achacosos, que no ofrecen garantía, terminando su discurso diciendo que es lógico que se dé preferencia a lo que es más reciente, más novedoso, y ofrece mejor futuro. Esto es lo que decía un titular de prensa publicado hace tres días: “YA NO ESTAMOS PERMITIENDO A ADULTOS MAYORES EN UCI”, palabras de Jesús Valverde, presidente de la Sociedad Peruana de Medicina Intensiva que asegura que el colapso de hospitales en Lima ha generado el “dilema ético” de tener que “seleccionar” a los pacientes con un “potencial recuperable”. Semejante barbaridad era publicitada a los cuatro vientos, nada menos que por un elemento cuyo problema principal, según se desprendía de la entrevista, era su disconformidad y enfrentamiento con la actuación gubernamental ante el coronavirus y concretamente con su jefe, el Ministro de Sanidad Dr. Zamora por unas declaraciones de éste, por cierto muy acertadas, en el sentido de no priorizar corporativamente (cuerpo médico) a nadie, en momentos de emergencia como los que estamos viviendo y que, esto lo digo yo, sin duda son los menos indicados para los enfrentamientos sino para fomentar la unión, el acercamiento y sobre todo, el respeto.
¿Ha pensado siquiera por un momento Don Jesús, hermoso y reverenciado nombre el que a usted le pusieron, en el efecto psicológico que pudieron producir sus “confesiones” en millones de mayores? Creo que no. ¿Qué es eso de “seleccionar” pacientes? ¡Ni que esto fuera el circo del amigo Gareca o estuviéramos en la Alemania de mediados los años cuarenta!La normatividad internacional a la que hace referencia, no habilita en ningún momento a “seleccionar” pacientes, sino a cumplir unos criterios y protocolos que deben quedar muy claramente explicitados, supervisados y revisados, pues es de vidas humanas de lo que se trata. La “teoría de la evolución por selección natural” de las especies, la estableció CharlesDarwin a mediados del siglo XIX y no tiene nada que ver con la “selección” que usted pregona. ¿Y a qué se refiere cuando habla del “potencial recuperable”? Mire usted, respetado pero no compartido doctor, quién esto escribe, va camino de los 76 años y hace once años, ya en edad de “trasto viejo”, al poco de nacer mi quinto, por ahora, hijo, mi pequeño Pedrito, sufrí un severo infarto cardíaco que fue atendido con celeridad y sin “selección” terrenal alguna, con una intervención bastante complicada y cruenta de cirugía, con la implantación de sendos bypass, al tiempo que mi estado se mantenía en coma vegetativo durante los 14 días siguientes, con un “potencial de recuperación” bastante precario. Al quince día, me desperté y siguió un largo período de recuperación sin secuela alguna. Siempre agradeceré al doctor Queralp (Clínica Quirón de Barcelona, España) y a su excelente equipo, el profesional y amoroso tratamiento que me dispensaron durante y después de la intervención. Y, lo más importante, a nadie se le ocurrió desconectar ninguna de las numerosas máquinas a las que permanecía enchufado, a pesar del escasísimo “potencial de recuperación” que presentaba. La lección que aprendí es la de que si existe alguna “selección” no es de aquí, sino de bastante más arriba, y que los “potenciales” los reparte Aquel que todo lo puede, ese sí que puede. Por favor, vaya tomando nota.
Pues bien, dicho todo lo dicho, creo va siendo hora de que a los “trastos viejos” se nos considere como lo que somos, personitas que aunque a veces nos vean algo arrugaditos, otras no tan erguidos, con menos pelo la mayoría y otros sin tanta rapidez o habilidad en la respuesta, seguimos siendo capaces de sentir las mismas o más intensas emociones que los demás seres vivos. Y la vida consiste en eso, en sentir y manifestar nuestras emociones. Así que usted lector, que todavía no está incluido en la lista de los “trastos viejos”, por favor, solidarícese con nosotros, apóyenos, y compadézcase cuando nos vea en las interminables colas en la calle, con bajas o altas temperaturas, ante el Banco de la Nación, para cobrar una mísera pensión, o cuando en la cola del BCP con diez o doce administrativos atendiendo al público, nos estabulan en una sola fila a la espera de ser atendidos, cuando la Ley establece claramente que la tercera edad no tendrá una cola preferente (interminable y con un solo servidor) sino una atención preferente, que es cosa distinta. O, cuándo vaya al EsSalud?, exija que le expliquen despacito y sin prisas qué es lo que tiene, y qué y cómo tiene que tomar las medicinas. Acabo de leer el clásico “donde dije digo ahora digo Diego” del tal J. Valverde, tratando de aclarar lo que todos teníamos muy claro (La República, 19/5/20).
Moraleja: Preferiría acabar en el trastero que en el tacho de la basura.
Así sea. EL VIGÍA.