Editorial

EDITORIAL: ::: CINCUENTA LARGOS AÑOS :::

Hoy domingo 31 de mayo es un día especial para los peruanos, en general, y para los ancashinos y chimbotanos en especial.

Y no es porque es un día de inmovilización absoluta decretada por el Gobierno como parte de su estrategia para frenar el coronavirus, sino porque recordamos el quincuagésimo aniversario del violento terremoto registrado en nuestra región y que dejó, aproximadamente, 70.000 muertos según las cifras difundidas en su momento.

Quienes frisan los 60 y 70 años son, hoy por hoy, testigos de excepción de esta tragedia, para entonces contaban con 10 a 20 años y están en condición de poder transmitir las tristes experiencias que experimentaron con pleno conocimiento de causa.

Los que hicieron frente a esta desgracia, sus padres y abuelos, ya no están para contarnos la tragedia que se vivió aquel domingo, un día lleno de sol, típico del clima dominical chimbotano, aquel que invita a reunirse con los amigos y ese momento era el ideal por que se inauguraba el Mundial de México 70.

Por ello es que muchos se encontraban almorzando, sentados frente a la pantalla de su televisor a la expectativa de lo que es una justa mundial, otros habían acudido al Estadio, salieron a pasear, acudieron al parque, al coliseo, etc.

Fue entonces que la tierra comenzó a temblar. Quienes recordamos aún ese terrible momento llevamos en la memoria todos estos cincuenta años el crujido que precedió al estruendo similar a una explosión hueca, que no dejó tiempo de reacción a nadie.

El movimiento telúrico fue angustiante, provocó la estampida de miles de personas que corrían desesperadas por todos lados, todos gritaban, las mujeres y hombres buscaban a sus hijos que estaban jugando en la calle, quienes no estaban motivados por el fútbol y salieron con la “patota” a jugar los clásicos peloteos, las canicas, el trompo, todos los cuales eran propios de la época.

Fue un minuto fatal, la tierra no dejaba de temblar, muchas viviendas sufrieron la caída de paredes y alerones, muchos accidentes provocaron serias lesiones y en la ciudad los fallecidos se contaban por centenas.

Una real desgracia que encontró no sólo a una población que no estaba preparada para hacer frente a un terremoto, sino una infraestructura ciudadana que no era antisísmica y por ello las precarias edificaciones se caían como “castillos de naipes”, muchos quedaron virtualmente enterradoa bajo escombros.

Las noticias que llegaron posteriormente fueron desgarradoras, todo un pueblo había desaparecido, miles murieron bajo toneladas de lodo en Yungay por un aluvión que fue provocado por la caída de una enorme masa de hielo de lo más alto del Nevado Huascarán que, al llegar a la laguna de Llanganuco, provocó un aluvión que barrió con todo a su paso, especialmente, a pueblo de Yungay en donde apenas se salvaron unos miles que al advertir el estridente ruido que generaba la caída del aluvión atinaron a correr a la parte más alta de la ciudad, una zona empinada en donde se encontraba el cementerio, desde donde pudieron ver con dolorosa impotencia cómo sus amigos y familiares eran enterrados por el aluvión.

Una tremenda desgracia que dio lugar a una impresionante movilización para ayudar a los damnificados, para atender a los miles de heridos y para inhumar a los cientos y miles de muertos de toda la región.

Esta fecha ha sido calificada como el “Día Nacional para la reflexión ante los fenómenos naturales”” con lo cual se busca que los peruanos tomen conciencia de lo que resulta un sismo de gran magnitud, para que entiendan que el país se encuentra en la zona de fuego del Pacífico y como tal está expuesta a un movimiento terráqueo de gran magnitud en cualquier momento, consecuentemente, existe la imperiosa necesidad de estar preparados para ese momento.

Cierto es que se ha trabajado bastante en este tema, los simulacros que se han organizado en los últimos años a nivel escolar y comunitario son herramientas sumamente eficaces a pesar que mucha gente los ignora, de allí que hay que exigir a todos que tomen parte en ellas, que tengan a la mano su propio manual de seguridad y las mochilas de emergencia.

Después de cincuenta largos años, los peruanos no podemos padecer lo mismo que aquel aciago domingo 31 de mayo de 1970.

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