Opinión

PANDEMIA Y RECESIÓN DESNUDAN AL COLECTIVISMO

Se busca líder del capitalismo popular

Por: VÍCTOR ANDRÉS PONCE (*)

El fracaso del Ejecutivo en la contención de la pandemia y la profundización de la recesión revelan el Estado disfuncional que existe en el Perú, la existencia de un país público oficial que parece haber perdido todos los cables que lo conectaban con las sociedades emergentes y populares, y también desnudan la terrible lucha ideológica que subyace en la política peruana.

El Estado y el Ejecutivo no solo no pueden organizar el sistema de salud para enfrentar la pandemia, sino que los colectivistas que dirigen este proceso lanzan feroces ofensivas ideológicas señalando que los fracasos tienen que ver con “el modelo neoliberal”, que la ausencia de un sistema de salud eficiente es intrínsecamente natural a este modelo, que se basa en promover la inversión privada y en subordinar el papel del Estado.

Con la posibilidad de que el PBI se derrumbe en 20%, se pierdan más de 2.5 millones de empleos y el número de pobres represente un tercio de la población, también se multiplicarán los relatos cargando las culpas a la economía de mercado. Todo estará vinculado al modelo que “exporta piedras”, que depende de los commodities del planeta, cuyos precios hoy se desploman. La manera cómo se expresará este ventarrón ideológico será el populismo: controles de precios, regulaciones de los mercados y sobrerregulaciones –ya no invocando criterios medioambientales sino sanitarios– para asfixiar al sector privado, quebrarlo y proceder a estatizar todo lo que se pueda.

El gran problema es que los únicos que parecen conscientes de esta guerra ideológica son los comunistas, que han poblado varios ministerios y oficinas del Estado. El Ejecutivo y el Congreso, como tales, parecen ser espacios en disputa en donde los colectivistas siguen en la ofensiva general, invocando ese principio de la guerra que señala que la mejor estrategia es la ofensiva permanente.

Sin embargo, los comunistas y colectivistas al intentar convertir al Estado en la aduana infinita y la suma de sellitos de las oficinas –como dice Hernán de la Cruz, dirigente de los mineros artesanales– han incrementado de tal manera el peso del Estado sobre los ciudadanos, la sociedad y el sector privado, que la informalidad del campo y la ciudad ha vuelto a cercar al mundo oficial.

El desborde silencioso y pacífico de los informales nos recuerda que algo parecido sucedió en los años ochenta, cuando el mundo emergente hizo volar por los aires al Estado empresario y mercantilista y frenó en seco el avance del colectivismo terrorista. En ese entonces las sociedades emergentes salvaron al Perú en el campo y la ciudad.

Hoy, frente al intento colectivista de utilizar la pandemia para crear “una nueva normalidad”, al margen de la Constitución y ahorcar al sector privado y la sociedad, el mundo emergente también desborda la autoridad del Estado de manera pacífica y laboriosa. Hoy la economía se echa a andar mientras los colectivistas siguen elaborando reglamentos y procedimientos para ver la posibilidad de seguir apretando el cuello del sector formal.

Sin embargo, de pronto todos los sectores, incluso quienes participaban de las euforias del referendo y del cierre del Congreso, hoy abren los ojos frente a la amenaza colectivista y comunista. Todos reconocen que siempre hubo una guerra ideológica feroz, solo que algunos han empezado a perder la inocencia.

Pero hoy también queda claro que esa emergencia popular, que ha cambiado el curso de la reactivación económica y ha echado un salvavidas al sector privado, no tiene representación política. Alguna vez el fujimorismo, con todos sus vicios y posibilidades, expresó ese mundo emergente. Hoy no hay nada parecido.

Hoy el mundo informal está sin líderes, sin representantes. ¿Quién se anima a representar el capitalismo popular y a cruzar el campo minado para presentar batalla al colectivismo y el populismo? Allí reside la cuestión principal, como solían decir los marxistas. Lo demás es solo quebrar las ramas de un árbol para evitar observar la amenaza de un bosque tupido y frondoso.

(*) El Montonero.alt