Por: CPC Sergio Agurto Fernández
Asomarse un día cualquiera a un centro de abasto y observar que en los puestos de expendio hay un permanente desabastecimiento de alimentos, debe ser aterrador, casi apocalíptico; aun no nos ha tocado vivir tan cruda realidad, pero nos imaginamos; ¿Que ha de llegar ese momento?, claro que llegará, pero ojalá que esa demora se pueda contar por milenios. Lo dicho ya ocurre en otras latitudes del planeta, algunas veces motivados por temas políticos (Venezuela) y otras veces por factores climáticos, como la aridez del suelo y la pobreza de los países (África), que impiden desarrollar una agricultura tecnificada, capaz de saciar el hambre de la población.
El crecimiento poblacional es preocupante y la escasez de alimentos se agudiza cada vez más; la gran mayoría de países no se autoabastecen y recurren a la importación; pero ¿Qué va a pasar cuando los grandes proveedores de hoy sufran mañana igual problema alimentario? Lamentablemente ya no habrá quién los socorra.
Las grandes ciudades, hasta hace poco tiempo atrás, fueron grandes extensiones de terrenos de cultivo; de lo que todavía queda bordeando a las ciudades, aún se lucen verdes con sembríos de productos alimenticios, y lo más probable es que también se sigan sembrando cemento sin que nadie los impida. Hagamos algo para detenerlo si es que no queremos alejarnos de este mundo siendo víctimas de la enfermedad de Koch (TBC), o sobrevivir con el lejano recuerdo de un pasado mejor.
No es cuento cuando se dice que por efectos del cambio climático nos estamos acercando a un lento pero seguro exterminio de la especie humana. Estamos viviendo una cuenta regresiva y las evidencias así lo confirman: terremotos, huracanes con torrenciales lluvias de semejanza bíblica que inundan pueblos enteros en todo el mundo; tormentas heladas nunca antes vista que invaden el hemisferio norte, congelando ríos y lagos; oleajes anómalos que ya no cesarán, causados por el derretimiento de los casquetes polares; sequía y hambruna en muchos puntos geográficos del planeta; cambios bruscos de temperatura con fatales consecuencias para la humanidad, etc.
La distribución de los recursos públicos que se hace en cada ejercicio presupuestal, para los planificadores son otras las prioridades del país, la agricultura casi no cuenta. Nos congratulamos cuando hay una disminución en los precios de los productos agrícolas, manteniendo a la par o la baja los índices de inflación, pero a costa de un empobrecido agricultor, que con su esfuerzo y sacrificio surte de alimentos a los mercados a través de los acopiadores (intermediarios), que son los que manejan los precios a su antojo. Una cabal interpretación de los hechos nos lleva a admitir que el agricultor, pese a su pobreza, increíblemente subsidia la economía del país, al ofertar sus productos a precios inferiores a su precio real.
Como se ve, hay un abandono total a los sacrificados hombres del campo, de aquellos que renunciando a disfrutar de las comodidades que brinda la ciudad, se aíslan en el campo, para arrancarle los frutos a la madre tierra y no lo sabemos reconocer, cuando le regateamos el precio de sus productos. Este campesino envejecido y empobrecido se siente desmotivado por la indiferencia estatal, y por este efecto, carece de relevo generacional en las tareas agrícolas, porque los hijos ya abandonaron el hogar paterno para aventurarse a conquistar la ciudad. Mediante incentivos quizás se pueda revertir la situación, aunque el daño ya está hecho, como ampliando y potenciando la frontera agrícola con permanente apoyo técnico, facilitando el suministro de semillas mejoradas a precios subsidiados, facilidades crediticias y mejoramiento de los canales de riego; con inversiones en infraestructura vial que permita un fácil acceso a los mercados, y sobre todo, pagando precios justos por sus productos. Y de ser posible, contratando pólizas de seguro contra riesgos de desastres naturales, etc. Estamos seguro que con ello en algo se reduciría la migración del campo a la ciudad, a donde sólo irán a crear otro problema social, de complicada solución para los municipios que los acojan.
Los fértiles valles interandinos y costeños, tienden a quedarse despoblados por la poca rentabilidad de los cultivos de pan llevar y porque los “campesinos sin tierra”, que son los que hacen posible las tareas agrícolas, por el reducido salario que perciben en el campo, se desplazan hacia los lugares donde se ejecutan obras públicas y también a la agricultura agro exportable de la costa, que ofrecen mejores salarios; mientras que los productores de cacao y de café, por ejemplo, sienten los estragos de este problema laboral, porque la mano de obra ha escaseado, especialmente en la época de la cosecha y los productos se malogran en la misma planta.
Para los grandes proyectos especiales, como Chavimochic, la prioridad de cultivo son los productos agroexportables, lo que está muy bien porque generan divisas, ¿Y los productos de pan llevar que son los que a diario nos alimentan?, nada que ver. No olvidar que la agricultura es la base de la economía y el Estado está en la obligación de protegerla.
Pero finalmente se tiene que tener en cuenta que hay un elemento perturbador que agobia al agricultor y es el “intermediario”, aprovechándose del difícil acceso a la banca comercial, financia la campaña agrícola del pequeño y mediano productor, acaparando la cosecha e imponiendo precios de hambre para luego enriquecerse descaradamente. Como se ve, hay mucho por hacer en el tema agrícola; el Gobierno tiene la palabra.