Opinión

TITO, EL NIÑO QUE VÍ CRECER

Por: Carlos Carpio La Rosa

Conocí a Tito un  mediodía de marzo de 1966 cuando, de la mano de sus hermanos mayores, comenzaba a dar sus primeros pasos. Su padre don Willy era corresponsal del Diario La Prensa, por más de medio siglo el diario de circulación nacional más influyente del país   

Un año antes, cuando me encontraba cursando el segundo de secundaria, don Willy tuvo la especial deferencia de aceptarme como ayudante de la corresponsalía, mi bautizo periodístico.

A la salida del colegio, más de los días acudía al viejo local de paredes de adobe y techo de madera ubicado en la quinta cuadra de la avenida Bolognesi.  Además de la corresponsalía, también alli funcionaba la oficina de distribución del periódico.

Como era frecuente, doña Paula y sus cinco niños también acudían a dar “una chequeada al Viejo”, pues la casa familiar estaba a la vuelta de la esquina, en la segunda cuadra del jirón Manuel Ruiz. Haciendo cálculos, Tito debió haber tenido en esa oportunidad un año y tres meses de edad.

Yo había ido a despedirme de don Willy porque en uno ó dos días después tenía que incorporarme al Colegio Militar Ramón Castilla de Trujillo.

Con el paso de los años mi cercanía con la familia Peláez Olórtegui no solo se mantuvo. Se hizo habitual. De ahi que a mediados de junio de 1986, y perdonen que lo repita, tuve el honor de ser la primera persona ajena a la familia a quien don Willy confió su proyecto de lanzar el Diario de Chimbote.

Ya para entonces, los cinco hermanos Peláez Olórtegui estudiaban en Lima y tenían por costumbre regresar a Chimbote casi todos los fines de semana para disfrutar del calor familiar.

El único que no venía con la misma frecuencia era Tito. Don Willy me confió que el benjamín  de la familia prefería quedarse en Lima para reforzar las clases universitarias. Era alumno de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Mayor de San Marcos. Ahi compartió carpeta con Toño Vargas,  relator deportivo de América Noticias, entre otros.

Sin pensarlo dos veces, cuando se recibió en 1992 Tito decidió ejercer la carrera en Chimbote y abrió su estudio en un departamento contíguo al local que ocupaba el Diario de Chimbote en la esquina de Bolognesi y Elías Aguirre. Íntimamente sentí una enorme alegría de ver convertido en professional al niño que había visto crecer.

En más de una oportunidad don Willy me adelantó que llegado el momento de “colgar los chimpunes”,  le gustaría que sea Tito quien lo reemplace como director del periodico. Y así fue, solo que debido a esos avatares propios del periodismo, el relevo se adelantó.

En 1994, mortificado por la intolerancia de autoridades que se consideraban intocables, don Willy cedió la dirección del Diario a Tito.

Eso no significaba que Tito tuviera que dejar de lado la abogacía y tampoco que don Willy hiciera lo mismo con su labor periodística. Aún así con el correr de los días Tito asumió esta nueva responsabilidad “con zapatos y todo”.

Para el 2002, cuando don Willy partió a la eternidad, Tito ya era un consumado director periodístico. En sus hombros recayó la responsabilidad de fortalecer no solamente el Diario sino también la empresa familiar.

El 27 de enero cuando Willy Jr., me anunció que Tito había sido internado en el hospital, me sentí sacudido por una mezcla de preocupación y temor. Ya deben imaginarse cómo me sentí el 1 de febrero  a las 5.30 de la tarde cuando el mismo Willy Jr. me llamó llorando para comunicarme que acababa de producirse lo irreparable.

Cualquier palabra queda corta para expresar el profundo vacío que nos deja Tito Peláez Olórtegui. De lo único que estoy seguro es que 56 años no es una edad para morir.