Opinión

PANDEMIA Y CONDUCTA ANÓMICA EN EL PERÚ

POR: GERMÁN TORRES COBIÁN

Valgan las siguientes definiciones del DRAE para introducir esta nota. “Anomia: Ausencia de leyes”. “Conjunto de situaciones que se derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”. “Ley: Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados”.

Desde marzo del pasado año, mes en el que se implementaron las primeras normas para contrarrestar los efectos de la pandemia provocada por el COVID-19, se ha hablado y escrito bastante sobre la morbilidad, la mortalidad y los efectos económicos y laborales que este horrendo virus está causando en nuestro país. Sin embargo, poco se ha publicado sobre el aumento exponencial de esta enfermedad como consecuencia de la conducta anómica de los peruanos. ¡Ojo!, digo “conducta anómica”, que es diferente a  decir que el Perú padece de anomia, o ausencia de leyes. Porque, si hay algo que tenemos en abundancia son leyes. Es más,  para contrarrestar los efectos perniciosos causados por la pandemia, se están promulgando  constantemente decretos severos  para reprimir esas malas conductas.

Ahora bien, ¿por qué la mayoría de ciudadanos acata las normas en cuanto al uso correcto de las mascarillas, al distanciamiento social, al lavado constante de las manos con agua y jabón, al confinamiento en sus hogares, a la prohibición de participar en eventos masivos, etc., y, en contraposición,  otros pobladores se pasan las disposiciones legales por los testes o los ovarios? Diariamente, los medios de comunicación nos informan sobre la intervención policial a grupos numerosos de asistentes a cevicherías, discotecas, fiestas con chancalatas  y reuniones domésticas, contraviniendo todas las normas. Mientras son detenidos, estos sujetos oponen resistencia, escupen, muerden  y agreden a las autoridades. Hace escasos días, en la  intervención de la policía en una juerga clandestina en Lima, uno de los arrestados, en el colmo de la imbecilidad, le dijo a un agente: ”¡El que se va a morir soy yo, no tú!”.

La pregunta es, ¿por qué esta chusma saca a relucir su conducta anómica en medio de esta terrible situación pandémica aun sabiendo que corren el riesgo de contagiarse, de infectar a otros  y estando al tanto de que  la policía los va a reprimir? La respuesta es: porque su conducta anómica también la ha manifestado en situaciones pre pandémicas y  es inherente a su personalidad, que se ha ido maleando desde la más tierna infancia. Para muchos peruanos, no existen  las leyes impresas en los diferentes códigos jurídicos, y menos las normas éticas elementales y tácitas que rigen a las sociedades. Ejemplos los hay en abundancia: desde el meón callejero hasta el cacaseno que usa el celular mientras está conduciendo, pasando por la  actitud de  muchos vecinos que han  trastocado  los aniversarios de sus santos católicos  y los han convertido en desaforadas  y escandalosas  fiestas chicha con cierre de calles y broncas  incluidas. La conducta anómica de muchos paisanos  se arrastra desde hace décadas y  ha  engendrado la informalidad en el transporte, en el comercio, en las calles y en  los hogares; ha fomentado  la desorganización social, el caos, y otros defectos y perversiones sociales  que, al no haber sido contrarrestados a tiempo, se han multiplicado, se han arraigado en su mente y los han trasladado a su prole.

El  grave problema que padece el populacho cuya conducta es  anómica, es que  está convencido de que   sus  malas maneras  carecen de importancia; las admite solo como  bromas, criolladas y  pendejadas, porque  piensa que su persona está por encima de las demás. Esta falsificación u ocultamiento de sus acciones lleva aparejada la autoeliminación de su  responsabilidad. El sujeto de conducta anómica no se siente culpable de los actos impúdicos y amorales que comete. Lo que pueda decir la gente sobre su comportamiento le tiene sin cuidado. Por eso es que cuando  su conducta anómica   se convierte en delictiva, siempre declara ante los jueces: “¡Soy inocente!”. Se  trata, por consiguiente,  de un irresponsable que le ha quitado a su existencia la importancia que tienen las leyes y el valor y la trascendencia que tiene la convivencia en paz con el prójimo. Ergo, carece de empatía, esa noble cualidad humana que nos diferencia de los animales y nos hace más solidarios, más afectuosos y serviciales con los demás.

Para nosotros, la conducta anómica de muchos indeseables se debe, entre otros factores, a la desnutrición, a la anemia, al  maltrato que sufrieron siendo niños, al mal ejemplo que adquirieron en  sus hogares disfuncionales, a la mala educación en las escuelas donde nunca le enseñaron los  valores morales universales, amén de la estupidez   y la ignorancia adquiridas por la constante lectura de diarios chicha y la visión de TV basura. Por eso, no es de extrañar  que  la actual conducta que ejerce el anómico, lo arrastre desde antes de que se manifestara el desastre que está provocando el dichoso COVID-19. Otro elemento a tener en cuenta es que su conducta anómica en épocas pre pandémicas se ha debido, esencialmente, a  la  ausencia  de la coacción de las leyes. Si  quienes debían aplicar esa coacción (policías,  jueces,  fiscales y funcionarios de instituciones)hubieran cumplido antaño con su trabajo a cabalidad, tal vez no existirían los sujetos con conducta anómica en estos tiempos pestíferos. Los funcionarios públicos no están exentos de poseer una conducta anómica. Desde siempre, buena parte de estos agentes, magistrados y burócratas, también practicaron este vicio en su trabajo, es decir, la irresponsabilidad, la desidia, la indolencia, cuando no el soborno y el prevaricato, en suma, la conducta anómica.

En fin, lo más preocupante de este pésimo comportamiento de ciertas personas es que se extiende cada vez más  y se contagia rápidamente. Por ello es menester poner coto a esta desagradable circunstancia. Creemos que esta conducta se puede revertir o mitigar con una educación constante de los ciudadanos quienes deben tener en cuenta en todo momento, de que existen normas coactivas que nos obligan a comportarnos correctamente y a evitar el perjuicio gratuito contra nuestros semejantes.