Editorial

::: ¿QUIÉN DETIENE LA AVALANCHA? :::

En palabras del director del Hospital Regional de Chimbote, Dr. César Acevedo Orellana, el alarmante número de pacientes infectados por el Covid 19 que están llegando en los últimos días a este nosocomio, tiene las características de una verdadera avalancha.

Muestra de ello es que las 120 camas que recientemente  se han habilitado para el tratamiento de estos  pacientes, todas ya se encuentran ocupadas, mientras la cola de espera se alarga inquietantemente. Conforme lo ha señalado el Dr. Acevedo, esta avalancha ha generado la imperiosa  necesidad de tener que implementar otras 26 camas en los próximos días.

A la par con esta preocupante situación, la cifra de fallecidos a nivel de Chimbote y la región Ancash  también continúa en aumento. En lo que va del presente año, la constante de víctimas mortales se mantiene por encima de los 14 fallecimientos al día, un promedio mayor al registrado a todo lo largo de la primera ola.

Tanto como tratar de ocultar el sol con un dedo, sería ocioso negar la relación que existe entre estas cifras y el levantamiento de algunas restricciones que ha dispuesto el gobierno central desde el pasado lunes 15 del presente mes.

Si a ello sumamos la discreta pero al mismo tiempo inocultable expectativa que ha despertado el inicio del proceso de la vacunación, da la impresión que gran parte de la población ha interpretado apresuradamente estas noticias como el retorno a la normalidad. Grave error.  Por ahora, la normalidad es algo que todavía no asoma en un horizonte inmediato. Y no es que estemos pecando de pesimistas ú optimistas. La forma cómo se mantienen las cifras  de contagios y fallecimientos, nos obligan a tener que ser realistas.

Asimismo, mientras la avalancha de infectados que registra el Hospital Regional es motivo de enorme preocupación, igual de preocupante es el comportamiento de un grueso sector de la población. Más de los días, los medios de comunicación dan cuenta de la intervención policial de locales, públicos y privados, con la presencia de numerosas personas que celebran un cumpleaños, un matrimonio o simplemente un encuentro familiar. En medio del jolgorio de estas reuniones, los asistentes no se preocupan en guardar las medidas de seguridad. Más bien calientan caldo de cultivo para nuevos contagios.

Sin importar el aumento de contagios y fallecidos, entre los que se encuentran amigos y seres queridos, esta actitud de la población, por desgracia, también es transmisible. Por consiguiente, la lógica es muy simple e inevitable:  a más desobediencia, más contagios.

Irónicamente, esa lógica no funciona en el caso de la infraestructura hospitalaria de Chimbote. Conforme se incrementa el número de pacientes, menor es la capacidad de respuesta de nuestros centros de salud. A la falta de camas UCI, se suma la falta de personal especializado y la carencia de servicios complementarios. Muchos de los medicamentos y análisis clínicos que requieren los pacientes, tienen que obtenerse en farmacias y laboratorios particulares.

Por otra parte, se ha dicho en todos los idiomas que las vacunas ayudan a detener el virus, pero no lo eliminan por completo. Una persona vacunada no está del todo inmunizada. Puede transmitir el virus a sus propios familiares, como está sucediendo en Chile y otros países del mundo. De manera que la mejor defensa contra esta pandemia sigue siendo la responsabilidad social. Nos referimos a la necesidad de crear y fortalecer una cultura sanitaria, basada en un antiguo mensaje que nunca pierde actualidad: es mejor prevenir que lamentar.

Siendo así, los únicos que pueden detener la avalancha de contagios somos nosotros mismos. ¿Cómo? evitándolos. Pero eso tiene que ser antes, no después.