Nunca antes, como en estos días cruciales, el mundo entero ha estado postrado de rodillas. Justos y pecadores, sin distingos sociales ni económicos como bien lo mencionan las sagradas escrituras, nos encontramos en este momento en igualdad de condiciones, invocando a una sola voz que las iras se aplaquen y que esta nueva variante de diluvio universal, como es la pandemia del covid 19, se detenga de una vez por todas.
Convenimos que ha sido la necesidad incuestionable de endurecer las restricciones sanitarias, lo que ha llevado al gobierno a disponer una inmovilización social obligatoria, la misma que regirá a partir de hoy hasta el domingo, en el marco de la tradicional celebración de Semana Santa.
Pero, a nuestro entender, la referida disposición gubernamental no exime la necesidad de recordar a la familia peruana la importancia que tiene para nuestras vidas un momento de serena reflexión. Cuatro días de recogimiento son más que indispensables para revitalizar nuestra energía espiritual, esa fuera anímica que vamos a necesitar en el camino que todavía nos falta recorrer. No olvidemos que el estado de ánimo, tiene mucho que ver con estado de salud.
Hoy, quizá más que en cualquier otra circunstancia, el núcleo familiar requiere no de una sino de varias horas de reflexión. Eso nos permitirá captar una fotografía interior para conocernos mejor a sí mismos. Nos referimos a una instantánea que muestre lo bueno y lo malo de nuestro entorno inmediato, a partir del cual podremos emprender con el mejor acierto las correcciones y enmendaduras que sean necesarias. Las pruebas que nos ha puesto la pandemia, así lo reclaman.
Mucho tendrá que ver en el logro de este propósito, la recuperación de la fe, ese atributo que todos poseemos pero no todos empleamos. Solo a través de la fe, todo aquello creíamos perdido se pueda recuperar.
Sucede que, desde hace ya mucho tiempo, la celebración de la Semana Santa, que une al mundo católico, ha dejado de ser motivo de reflexión inspirada en la pasión y muerte de Cristo. El frenético ritmo de la vida moderna, ha conspirado para distorsionar la esencia de esta expresión de religiosidad.
De un tiempo a esta parte, la Semana Santa se ha convertido en el mejor de los pretextos para viajar a otros lugares o simplemente para realizar fiestas en casa con todo el desborde de jolgorio y embriaguez que eso significa.
Hemos olvidado casi por completo que lo que más necesita el mundo es paz. Paz para construir y no para destruir. Paz para compartir buena salud y no malos augurios. Paz para creer en nosotros mismos y no en los falsos profetas que anuncian el apocalipsis. Por algo la paz no consiste en la ausencia de guerras y conflictos, sino en la tranquilidad interior que se requiere para compartir un mundo cada día mejor.
Librarnos de esta pandemia, va a depender de la fe que tengamos en ganar la batalla.