Cuando ya se conoce oficialmente la filiación política y el nombre de los cinco nuevos congresistas de Ancash, nuevamente nos asalta la inquietud de estar seguros si hemos acertado en elegirlos o hemos vuelto a equivocarnos. Debido a que la ley electoral vigente así lo establece, los nuevos congresistas ancashinos son ilustres novatos. Ninguno de ellos acredita la más mínima experiencia legislativa ni de gestión pública especializada. Por lo demás, si nos remitimos a lo que han hecho o han dejado de hacer todos los congresistas ancashinos que hemos tenido en los últimos veinte años, es de esperar que los recién elegidos puedan cambiar esta historia. Esperemos que no sea mucho pedir.
No obstante, durante la reciente campaña electoral no hemos escuchado a ninguno de ellos ocuparse de manera consensuada y puntual respecto a las expectativas que siguen dando vueltas en la mente del pueblo chimbotano, las cuales se refieren a viejos proyectos detenidos en el tiempo. Si lo han hecho, ha sido en forma superficial y sin llegar a mayores precisiones ni de forma ni de fondo.
La gestión parlamentaria, ciertamente, está impedida por la constitución y las leyes de asumir iniciativas que comprometan la inversión o el gasto público. Su labor se circunscribe a dos quehaceres específicos e inalienables: legislar y fiscalizar la gestión del estado. Sin embargo, esas dos responsabilidades no menoscaban la facultad de los señores congresistas de emprender gestiones ante otros organismos del estado a fin de obtener la voluntad política que se requiere para cristalizar proyectos a favor de sus circunscripciones territoriales
De acuerdo con sus respectivas hojas de vida, los cinco congresistas ancashinos son por añadidura chimbotanos de nacimiento. Dos de ellos son médicos, otros dos son abogados y una quinta es empresaria privada. Un equipo del que se puede esperar muchas cosas, siempre que se depongan intereses particulares y se anteponga el interés de la población.
Decimos esto porque todos los gobiernos que hemos tenido en doscientos años de vida republicana, han ido acumulando una deuda con Chimbote la misma que aún se mantiene pendiente de pago.
Como ya se ha dicho hasta el cansancio, esta deuda está consolidada en la ejecución del proyecto Chinecas, la modernización del terminal portuario y el parque industrial San Antonio. Muy aparte de dinamizar la economía de Chimbote y del país, la puesta en marcha de estos tres proyectos generaría la creación de por lo menos ciento cincuenta mil nuevos puestos de trabajo.
Con ello Chimbote ya no tendría por qué seguir pensando en bonos y demás dádivas que solo son paliativos. Los bonos pueden solucionar el hambre de una familia a lo mucho durante un mes, pero no solucionan la pobreza que por años castiga a una población.
Los cinco congresistas salientes, que ya están alistando sus maletas para irse a sus casas dentro de cien días, no han hecho absolutamente nada a favor de estos proyectos. Simplemente se olvidaron por completo de todo lo que ofrecieron y es posible que el pueblo también los olvide para siempre.
Para que las expectativas de Chimbote puedan poner un primer pie en la escalera de la realidad, los cinco nuevos congresistas van a tener que incluir, tanto en su agenda como en su diccionario, el nombre de estos tres viejos proyectos. Pues no sería justo que permanezcan cinco años más en el archivo de las ilusiones perdidas.