Editorial

::: ¿DELINCUENCIA POLICIAL? :::

Triste y dolorosa realidad. De un tiempo a esta parte ya no es ninguna novedad que miembros de la Policía Nacional, una de las instituciones tutelares de la Nación, protagonicen asaltos a mano armada y actúen como cualquier delincuente común. Lo acaba de demostrar el espectacular atraco al grifo Daytona de Nuevo Chimbote en el  que se ha comprobado la participación de hasta tres miembros en actividad de esta institución. Qué lástima que más allá de una noticia policial, el asalto haya dado lugar para tener el temor que exista una variante llamada delincuencia policial.

Por muy aislado que sea este reprochable acto delictivo, por ningún motivo deja de comprometer el nombre, la imagen y sobre todo el honor de la institución. Peor aún si tenemos en consideración que los autores del atraco lo han cometido utilizando las mismas armas que la Patria ha puesto en sus manos para, precisa e irónicamente, combatir el crimen y la delincuencia.

Para decirlo en buen castellano, este asalto a mano armada no es un simple robo al paso, ni mucho menos un delito común. Ha sido producto de una operación muy bien planificada, con la misma modalidad con la que actúa una banda de crimen organizado. Las primeras pesquisas así lo establecen. El lunes 17, día del asalto, ninguno de los policías implicados acudió a su lugar de servicio. Posiblemente hicieron coincidir sus días de  franco o en todo caso solicitaron permiso con mucha anticipación. Por lo demás, ellos sabían por adelantado de la existencia del dinero que iban a sustraer. Es decir, nada fue improvisado, todo estuvo fríamente calculado.

Pedir que se investigue el asalto y se sancione a los culpables, con todo el peso de la ley, no deja de ser ocioso, pero tampoco está demás. Cada vez que un miembro de la Policía Nacional es sorprendido incurso en un acto delincuencial, hemos podido advertir que no siempre recibe el mismo trato que otros delincuentes. Existe al interior de la institución una especie de condescendencia  llamada “espíritu de cuerpo” que tiene como sustento aquella famosa frase “hoy por ti, mañana por mí”. Es de esperar que esta vez todo sea diferente.

Viendo las cosas desde otro punto de vista, creemos asimismo que esta es una oportunidad para que la Policía Nacional demuestre al país que no se casa con nadie y que está dispuesta a limpiar su imagen cueste lo que cueste, caiga quien caiga. Pues entre muchas de las cosas que preocupan a la población es la frecuencia con la que algunos miembros de la policía departen amicalmente con gente de mal vivir, con quienes incluso juegan un partido de fulbito en la canchita del barrio, seguido de un cebichito y acompañado de muchas cervezas, con baile incluido.

En toda dependencia policial existe un departamento de inteligencia que se encarga de hacer un seguimiento previo y anticiparse a cualquier hecho delictivo que pueda producirse dentro y fuera de la institución. Esa labor puede tranquilamente prevenir y evitar hechos como el que motivan este comentario.

Salvo que estemos equivocados, creemos que el mismo empeño con el que se elaboran los cuadros de mérito para los ascensos, así también se tiene que evaluar la conducta de los policías, identificando oportunamente a quienes ya no merecen continuar en la institución. En otras palabras urge realizar una profilaxia institucional. No hay por qué esperar que los policías cometan un delito para que recién  se reaccione. Es hora de cortar por lo sano y no esperar que la manzana podrida malogre a las demás.

Cosas como la ocurrida el lunes 17 impactan negativamente en la sociedad. Producen desconfianza en las instituciones del estado, algo que no es fácil revertir de un día para otro. Los peruanos tenemos el derecho de vivir en paz, pero para eso necesitamos seguridad y la institución encargada de garantizar ese derecho es nuestra policía. No cabe otra explicación.