¿Pueden las elecciones de mañana dividir en dos la historia del Perú?. Tal parece que sí, pues nunca antes como ahora los peruanos hemos estado enfrentados a una disyuntiva tan dramática como controversial. Elegir entre dos polos radicalmente opuestos entre sí no será fácil, pero sí necesariamente inevitable. De ahí que, a no dudarlo, los resultados de las elecciones de mañana van a establecer un antes y un después.
De un lado tenemos la propuesta del candidato Pedro Castillo basada en sustituir de manera radical el actual modelo económico por otro de corte marxista, leninista y comunista. Dicho modelo consiste en la concentración “en nombre del pueblo” de todos los poderes del estado en manos de quienes dirigen el gobierno. Eso es algo que los peruanos ya lo hemos vivido, por no decir padecido, en un pasado que aún está presente en nuestra memoria. Salvo que estemos equivocados, eso equivaldría a retroceder 50 años para volver a empezar de nuevo.
Una prueba local de ese modelo es el recuerdo imborrable que ha dejado en la memoria de los chimbotanos la experiencia de las empresas públicas Pescaperú, Siderperú, Entelperú y Enapuperú, solo por citar a cuatro de ellas. Durante las dos décadas que estas empresas fueron manejadas por “manos peruanas”, lo único que importó fue “el derecho al trabajo” y no la productividad, ni tampoco la calidad del producto o del servicio. Al final, fue papá gobierno quien se encargó de cubrir sus millonarias pérdidas.
Tampoco podemos olvidar las enormes colas que teníamos que hacer desde tempranas horas de la mañana, para disputar a empujones el famoso “pan popular”, un producto que hoy se vendía a 200 mil intis la unidad y mañana a 300 mil. Ni qué decir de las demás colas para comprar pollo y otros productos alimenticios a precio controlado por el estado. En nombre del pueblo y por el pueblo, la pobreza llegó a niveles extremos, dejándonos en el recuerdo una historia que por nada del mundo se la deseamos a nuestros hijos y nuestros nietos.
De otra parte tenemos la propuesta de la candidata Fujimori, basada en el mantenimiento del actual modelo económico, aunque, según ha prometido, con un propósito de enmienda que permita reducir la brecha entre los sectores sociales menos favorecidos del país. En los últimos 30 años este modelo no ha reducido la pobreza en el ritmo que se ofreció y que todos esperábamos.
En busca de una mayor ilustración, hemos acudido a los libros de nuestra historia, pero no con el afán de repetirla sino más para evitar que se repita. Cómo duele recordar los enfrentamientos entre patriotas y vendepatrias, caudillistas y oportunistas, civilistas y militaristas y últimamente derechistas e izquierdistas. En todas esas contingencias las ideas se imponían a balazos y últimamente utilizando coches-bomba, sin importar la masacre de víctimas inocentes. El resultado ha sido más pobreza, más odio y más ansias de revanchismo; algo que ya nadie desea.
Todos sabemos que detrás de uno y otro contrincante, están los grupos de poder económico que apuestan por sus propios intereses y son los que finalmente inclinan la balanza. Con todo lo que se diga, el actual modelo económico ha logrado darle una estabilidad al país. Tenemos reservas, hemos podido hacer frente a la pandemia y se han entregado bonos, además de otras obligaciones sociales que en otras condiciones no hubiera sido posible.
Con todos los errores y todas las imperfecciones que se le pueda atribuir, la democracia ha demostrado ser el único sistema de gobierno que garantiza libertad y genera confianza, dos de los pilares fundamentales para lograr el desarrollo humano, individual y colectivo, sin más restricciones y sin más penalidades que las que consagra la ley. Eso no significa ser conformista porque la democracia, como toda obra o acto humano, no es perfecta, pero sí perfectible.
Como lo dijo Adam Smith hace 250 años, la riqueza de las naciones no solamente florece en la tierra. Básicamente está en la capacidad humana para transformar y distribuir equitativamente esa riqueza. De mañana depende que el Perú elija no a las autoridades que merece sino a las que necesita y lo que necesitamos es una persona que efectivamente gobierne y no se deje gobernar.