Editorial

::: GÁLVEZ ES CHIMBOTE :::

En un meditativo informe publicado el lunes 13, el DIARIO DE CHIMBOTE  ha refrescado la memoria respecto a  la situación complicada en la que se encuentra el club José Gálvez FBC, proclamado por más de una razón como el club del pueblo. Ocurre que en este momento, la histórica institución deportiva se encuentra impedida de participar en torneos oficiales, no porque su nivel deportivo se lo impida, sino por arrastrar una deuda impagable que bordea el medio millón de dólares.

Para mayor desdicha, en lugar que las circunstancias debieran llevarnos a emprender un movimiento  que permita salvar y reactivar al club, parece que más bien nadie quiere cargar con el muerto. Todos aquellos que antes daban vivas al club porque vivían de él, ahora simplemente prefieren dar la espalda. En el fútbol también existen Judas.

Sería imperdonable olvidar que un año después del terremoto de 1970 que causó muerte y destrucción, fue precisamente el club José Gálvez quien se encargó de proporcionar a Chimbote la más grande alegría colectiva de su historia. Ocurrió el 7 de mayo de 1971, en el gramado del Estadio Nacional, cuando el Club del Pueblo derrotó el poderoso Tumán de Chiclayo y logró ingresar por la puerta grande a la primera división del fútbol profesional.

A mucha honra, el club José Gálvez logró esta hazaña pese a los escasos recursos de los que disponía. Lo que significa que ante la adversidad, más pudo el coraje y el compromiso asumido con Chimbote. La plaza de armas quedó chica para albergar a toda la multitud que acudió a recibir  al equipo de sus amores.

Han transcurrido cincuenta años desde entonces y esa alegría, con algunas lagunas que nunca faltan en  el quehacer futbolístico, ha seguido siendo motivo de legítimo orgullo para todos los chimbotanos. Gálvez es Chimbote.

Desde su fundación a comienzos de los cincuenta con el nombre de Manuel Rivera Sánchez, el club se convirtió en el  engreído del futbol chimbotano que acudía a verlo jugar en el pampón que más tarde se llamaría estadio Manuel Gómez Arellano. Dos años después, en cumplimiento a una disposición del reglamento nacional de fútbol, sus dirigentes acordaron reemplazar el nombre de Manuel Rivera por el de José Gálvez, pues el primer local institucional que tuvo el club se hallaba en la séptima cuadra de la avenida con este nombre.

En una primera etapa, tras su ascenso al fútbol profesional, el club José Gálvez tuvo como presidente al empresario pesquero Isaac Fullop, quien con buen tino se hizo asesorar por gente con mucha experiencia en lo que a fútbol se refiere. Fue una época de gloria, con la contratación de figuras nacionales e internacionales,  que convirtieron al modesto club del pueblo en uno de los equipos grandes del fútbol nacional.

Pero para que un equipo de fútbol se mantenga en las primeras ubicaciones no depende solo del rendimiento de sus jugadores en la cancha.  También depende de la gestión que fuera de ella realicen sus dirigentes. Una cosa tiene que ir estrechamente aparejada con la otra. De lo contrario, el fracaso está a la vuelta de la esquina. Y como bien lo ha hecho recordar el DIARIO DE CHIMBOTE, eso es precisamente lo que le ha sucedido al club José Gálvez a partir del año 2013 con la elección como presidente del empresario chiclayano Augusto Sipión Barrios.

Sin experiencia acreditada en la gestión de futbol profesional, y asimismo sin el roce ni el nivel que se requiere para estos menesteres, la gestión de Sipión Barrios se encargó de colocar la cruz en los hombros de la institución. Primero fue la pérdida de la categoría, luego el descenso a segunda división y por último la exclusión de todo torneo oficial. Gálvez no merece este final.

Mientras el club José Gálvez estuvo en la gloria, todos querían ser dirigentes de la institución, pero ahora que la situación es adversa nadie dice esta boca es mía. Todos se han sacado la camiseta que antes se ponían hasta para ir al mercado. Es tanta la muestra de ingratitud que incluso uno de los ex presidentes han enjuiciado al club con el fin de apropiarse del terreno institucional.

En medio de tanta desdicha y tanta deslealtad, no perdemos la esperanza que algún día, ojalá no muy lejano, el club renazca de sus cenizas y podamos seguir diciendo con renovado orgullo ¡Gálvez es Chimbote!