Editorial

¿POLICÍAS Y LADRONES?

Luego del último cambio de comando que se ha llevado a cabo en la División Policial Chimbote, sinceramente todos esperábamos que este relevo iba a su vez a traducirse en un drástico cambio, tanto de conducta como de imagen, dentro del contexto de esta dependencia policial. Pero a tan solo mes y medio de experimentar esa esperanzadora expectativa, nos hemos dado con la desagradable sorpresa de saber que hemos estado completamente equivocados. Lo que acaba de suceder en la comisaría de Villa María, ha sido más que suficiente para enrostrarnos esa  equivocación.

El hecho que una valiosa joya de oro y parte del dinero que un fiscal dejó en custodia en dicha dependencia policial hayan desaparecido a pesar de haber estado dentro de un sobre lacrado, dice mucho de lo imposible que es erradicar las malas costumbres y de la bajeza que imperan al interior de la institución. Situación que en la mayoría de los casos se mantiene gracias al amparo de una complicidad que se da a toda prueba y a todo nivel.

Todavía suenan en nuestros oídos las  palabras que pronunció el nuevo jefe de la División  Policial de Chimbote, coronel PNP Edward Zavaleta López, en el momento de asumir el cargo el pasado 17 de febrero. En un breve discurso del que estuvimos pendientes, el  nuevo jefe policial anunció que a partir de ese momento se iba a restablecer el patrullaje policial en las calles y lugares públicos de Chimbote y Nuevo Chimbote, donde la delincuencia  ha alcanzado límites de alarma generalizada. El anuncio  se hizo realidad al día siguiente y como no puede ser de otra manera ha causado mucho beneplácito en la población.

Pero además de esta buena noticia, el coronel Zavaleta, quien anteriormente ya ha prestado servicios en esta ciudad, fue enfático al anunciar que  también desde ese preciso momento se  iba a poner especial esmero en recuperar la imagen de la institución. Pues  como se sabe ésta se encuentra  muy venida a menos como consecuencia de reiteradas faltas y delitos comunes que con mucha frecuencia cometen miembros de la institución. Se trata de faltas y delitos que van desde pedidos de coima y robo agravado hasta asaltos a mano armada y extorsión. Situación  que se hace aún más grave e inaceptable cuando vemos que los policías infractores continúan en sus puestos  y vistiendo el uniforme, como si nada hubiera pasado. En estas condiciones ¿con qué autoridad moral puede la policía enfrentar y combatir la delincuencia?.

Eso quiere decir que  mientras en cada relevo policial se escucha un discurso diferente, después de la ceremonia la vida sigue igual.  Lejos de erradicar y sancionar drásticamente estas malas costumbres y hechos delictuosos, en la práctica se permite que se mantengan e incrementen.  Lo que significa que estamos frente a un cáncer generalizado que hasta este momento nadie es capaz de combatir.

Eso nos lleva a temer que lo sucedido en la comisaría de Villa María no es un hecho aislado. Es solo la punta del iceberg.  Es decir un hecho profundamente enraizado que solo puede suceder al interior de una organización delictiva. Bajo ningún concepto esto debería ocurrir al interior de una dependencia que es  sostenida por el estado para combatir el crimen y no para fomentarlo.

Como se puede ver, más allá del uniforme, las armas  y la logística que la policía nacional necesita para cumplir la misión que le ha encomendado la nación, lo más importante es fortalecer la dosis de disciplina e integridad moral. Sin esa dosis difícilmente podrá existir una fortaleza institucional. Para decirlo en dos palabras, lo que la población desea, y con todo derecho,  es contar con una institución donde existan policías honestos y ejemplares y no ladrones.