Opinión

ALAN GARCÍA, EL POLÍTICO QUE NO DEBIÓ PARTIR

En el 73 aniversario de su nacimiento

Por: CECILIA BÁKULA (*)

Alan García nació un 23 de mayo, en el año 1949. Su formación humana  inicial la recibió tanto de su madre Nytha como de su abuela Celia quien, tal como él mismo señaló en sus Metamemorias, fue quien lo introdujo en la pasión por la lectura, el conocimiento y el análisis crítico de la vida diaria, una vida en conjunción con los ideales del APRA.

Miembro de una familia de hondas raíces en el aprismo, y conociendo desde pequeño los riesgos del compromiso con los ideales –tanto por boca de su madre, doña Nytha Pérez como en la vida de exilio y prisión política de su padre don Carlos García–, Alan se fue entrenando desde pequeño en las lides de la ideología del partido de Haya de la Torre, quien lo tuvo como un dilecto y cercano discípulo, en quien había puesto sus esperanzas, como el heredero de una responsabilidad histórica.

La formación académica de García se inició en Lima en las aulas de la Pontificia Universidad Católica del Perú y continuó en la Universidad Nacional de San Marcos, donde se graduó de abogado.  Pero el instinto político y las ansias de saber lo llevaron a Europa, teniendo el privilegio de conocer a maestros de gran talla que, de alguna manera, fueron moldeando su visión del mundo, la política, el gobierno y la sociedad. Entre ellos destaca el francés Francois Bourricaud, a quien, como dato al margen, el presidente García invitó a la toma de mando en su primer gobierno.  Tanto en España como en Francia despertó a la imperiosa necesidad de saber y aprender para compartir y enseñar porque al igual que político, García amaba la docencia y la ejercía permanentemente, no solo en un aula.

Tuve el privilegio de encontrarme nuevamente con él en 1989, cuando su primer gobierno pasaba por momentos de grave crisis.  Como él mismo señaló, hubo grandes errores y, quizá, una juventud impetuosa que lo llevaba a querer hacer lo mejor, pero sin tener  la pausa y prudencia que, a veces, la edad y la experiencia aportan. No obstante esas circunstancias complicadas y dramáticas para el país, el presidente García me premió con su amistad y su confianza. Y es así como poco a poco desarrollamos una cercanía amical que he considerado siempre como uno de los grandes regalos que la vida me ha dado y que quiero siempre honrar.

El tiempo lo llevó al exilio y a largos años de ausencia que le impedía lo que más quería, el contacto con el pueblo, el alimentarse de la cercanía con su gente y, de manera especial, resentía la ausencia respecto a su madre y a su padre, quien falleció sin que a Alan se le permitiera regresar para asistir al sepelio.  Tiempos muy difíciles para el aprismo, muy complicados para su familia, muy tristes para los amigos.  Pero es en la dificultad donde se forjan y afianzan hondos y firmes lazos y se gestan las grandes victorias.

Su vida política pública se inició cuando en 1979 fue elegido como miembro de la Asamblea Constituyente, que había sido convocada para dar término al gobierno militar que se había establecido en el Perú y abrir, así, el camino hacia la democracia.  En esa ocasión, García despuntó como un joven y apasionado orador que se hacía oír y se expresaba con la claridad que tiene un rayo de luz en la oscuridad y destacó siempre por ese especial don de la oratoria que atraía, convencía, hipnotizaba.  Si bien esa Asamblea Constituyente elaboró la Constitución de 1979, el APRA sufrió la pérdida de su líder y fundador, Víctor Raúl Haya de laTorre que había intentado y ganado las elecciones, pero que fue privado de ejercer el derecho que le habían dado las urnas.  Pienso que en el APRA esa ha sido una de las motivaciones de “justa reivindicación” que se ha tenido y que García entendió, tempranamente, que estaba llamado a cumplir.  Se fogueó como diputado entre 1980 y 1985, y fue elegido  Secretario General del Partido Aprista Peruano. Sus dotes y dones junto a la fuerza del aprismo lo llevaron a la más alta dignidad del país, asumiendo la presidencia de la República el 28 de julio de 1985.

No cabe duda de las dificultades que afrontó en su primer gobierno y tengo la clara idea de que al mismo tiempo que se percataba de ellas, generadas por ciertas decisiones y circunstancias, pensaba en la manera de darles solución.

En una entrevista dada antes de las elecciones del 2006, García expresó: “Tengo un apetito histórico que es hacer un gran gobierno con la mayor parte de los mejores peruanos y demostrar que se puede hacer ese gran gobierno… en un segundo gobierno me reivindico con Dios, con el pueblo y conmigo mismo”.  ¡Y vaya si lo logró! ¡Vaya si respondió a las expectativas de la nación! Al sueño del buen gobierno y a los logros en beneficio de la mayoría de los peruanos porque si alguien entendió y amó la esencia del Perú, fue el presidente García.  Y, haciendo suya una expresión del filósofo alemán Immanuel Kant dijo: “Dormí y soñé que la vida era belleza pero desperté y vi que era deber” y con humildad puedo señalar que fui testigo de que su vida se transformó en un hacer bien el deber y así lo exigía a todos quienes tuvimos el honor de trabajar en su segundo gobierno, convencidos que servir es un privilegio y una obligación el hacerlo bien.

Su vida fue un testimonio de realismo político, pensaba como político, actuaba como político y se desenvolvía en ese universo con la sabiduría de quien se había preparado, en el error y en el éxito, para gobernar, por ello y por otras razones, sentimos su muerte como un latigazo que laceró el alma.

Su legado es una senda por transitar y hoy, cuando vemos la bajeza a la que se ha reducido el servicio público, la felonía que podemos comprobar en la conducta de muchos, el uso interesado y personalista de los cargos públicos, la falta de honradez y la insolente  incapacidad de quienes se atreven a pretender conducir nuestros destinos, podemos comprender que más allá de los insultos y los juicios baratos, más allá de la pequeñez de análisis de muchos, Alan García fue un gigante en nuestra historia, una presencia de vital importancia en nuestra vida y un recuerdo inspirador que los propios apristas sabrán conservar y valorar.

Como bien dicen sus correligionarios, Alan vive y vivirá en la memoria del Perú.

(*)    Historiadora, docente en PUCP.

(Ex Directora del INC y ex Directora del Museo del BCR)