Opinión

El nudo del realismo mágico

Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)

Viene causando mucho interés la novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos, y que ya abarrotará las librerías de habla hispana. Esto a causa de la consabida genialidad del escritor, a quien siempre es un placer leer y releer. Pero García Márquez ha estado siempre asociado a una corriente literaria muy famosa, al menos en su tiempo: el realismo mágico. ¿De qué trata?

En verdad, el realismo mágico nace no en el ámbito literario estrictamente, sino en el ámbito de la pintura, o mejor dicho, en la crítica de arte. El crítico Franz Roh, allá por los años veinte, acuñó el término para dar cuenta de una nueva e inusitada realidad plasmada por los pintores, quienes iban dejando atrás el expresionismo imperante hasta ese entonces. Luego de ello, el realismo mágico cogió fortuna y se universalizó. La literatura lo adoptó a través de una serie de escritores que querían dar cuenta, precisamente, de una realidad distinta a la planteada por los psicoanalistas, los existencialistas o los propios realistas.

En esencia, el realismo mágico es hallar en la realidad hechos asombrosos, pero que se asumen con cierta tranquilidad, vale decir, sin terror ni espanto. Se acepta, pues, que la realidad se tiñe de ensueños y de magia. Se aduce, por ejemplo, que el primer cuento mágico-realista fue “El hombre muerto” (1920) de Horacio Quiroga. La trama es así de breve: un hombre ha recibido una herida mortal; el hombre se está muriendo; pero este continúa percibiendo nítidamente la realidad. Si queremos un ejemplo del propio García Márquez, podemos desembalar el siguiente: en Cien años de soledad, cuando muere José Arcadio Buendía, del cielo cae una lluvia de flores amarillas. Estos dos hechos son asombrosos, inusuales, pero son aceptados por los personajes de la ficción. El lector mismo termina por dar su asentimiento.

El crítico estadounidense Seymour Menton, en su Historia verdadera del realismo mágico (1998), propone que, en verdad, hay muchas obras mágico-realistas y que no se ciñen solo al ámbito latinoamericano. En ese sentido, dentro de los casilleros también están autores como Borges y Truman Capote. La tesis de Menton resulta interesante: amplía el espectro de los autores adscritos a esta corriente, aunque, a primera impresión, suena extraño: ¿Borges mágico-realista?

Es que la gran dificultad en este tema es cómo distinguir el realismo mágico de otras corrientes literarias, como el surrealismo, la literatura fantástica y lo real maravilloso. Como se precisó, el realismo mágico es conceder una pátina de magia a la realidad externa; en cambio, el surrealismo se ahonda en los sueños o el inconsciente del hombre. La literatura fantástica, que es ciertamente una corriente antigua de la literatura, trata de lo imposible (pues quiebra las leyes de la naturaleza, como el cuento “La pata de mono” de W. Jacobs); por su parte, el realismo mágico habla de cosas posibles, aunque improbables (hay que admitir que lo imposible es distinto de lo improbable). Pero el problema más difícil es distinguirlo de lo real maravilloso.

Lo real maravilloso es otra corriente literaria forjada distintivamente por un hombre en concreto, pero afín a García Márquez: el cubano Alejo Carpentier. Digo afín, porque ambos escritores se centran en el mundo del Caribe y lo maravilloso de la realidad americana. Además, García Márquez tiene una deuda enorme con aquel. Presuntamente, lo real maravilloso (que también se sostiene en la idea de hechos inusuales en la realidad) se diferenciaría del realismo mágico, en tanto que se basa más en el folclore de los pueblos indígenas o afrodescendientes. El otro gran autor de lo real maravilloso, Miguel Ángel Asturias, por ejemplo, busca desplegar en sus obras la mitología maya.

Pero esto tiene para rato. Inclusive el propio Seymour Menton se equivoca tremendamente al excluir a Pedro Páramo, de Juan Rulfo, tanto del realismo mágico como de lo real maravilloso, para colocarlo en la rúbrica de ¡la literatura fantástica! Si la óptica es que en América hay una enorme tradición de creer en la pervivencia de los muertos (recuérdese nuestros primeros de noviembre o recuérdese el cuento inaugural del realismo mágico, “El hombre muerto”), Pedro Páramo viene a ser un canon del realismo mágico o de lo real maravilloso, o de ambos.

Esto de los rótulos de las corrientes literarias puede ser un dolor de cabeza. En verdad, la literatura no puede someter su aspecto lúdico y feliz a los encasillamientos o nudos gordianos. Léase En agosto nos vemos sin trabas críticas; léase con sencilla devoción.

(*)  Mag. En filosofía en UNMSM