Opinión

El “centro radical”: una mala broma

Por: IVÁN ARENAS (*)

Como se dice, “el papel aguanta todo”. Uno puede decir “círculo de círculos”, pero sabe que en la práctica ello no existe. O también puede decir “dodecaedro de dodecaedros”, que es un imposible material. Sucede lo mismo cuando, en los últimos días, viejos y conocidos animadores políticos se atreven a definir como el “centro radical” a su enésimo proyecto político. ¿Qué es el “centro radical”?

En los últimos años, en la política peruana se ha hecho costumbre utilizar mal o de manera vulgar las categorías políticas. El papel aguanta todo, como decíamos. Eso en parte por la vulgarización del debate en torno a la polarización fujimorismo / antifujimorismo, que no solo aleja los debates ideológicos sino que también es una dialéctica oscurantista que hunde en el fango cualquier discusión y acuerdo.

Pero, como les decía, en los últimos días se promueve, con ayudita de los medios afines, un proyecto electoral definido por sus propios voceros como un “centro radical”. Un experimento que parece más una reunión de amigos para ganar la decanatura de una facultad que gobernar un país.

Pero vayamos a nuestra crítica. Hacer política desde ámbitos no políticos (“la ética”, “la moral”, por ejemplo) solo corresponde al “buenismo” y simplismo (la teoría de la humanidad del “krausismo”) de quien considera que la política es una dialéctica entre buenos y malos, entre corruptos y decentes. Una especie de “pensamiento Alicia”, que organiza el mundo en virtud de ideales, confortables y pacíficos.

Todo suena bonito cuando los animadores del “centro radical” son entrevistados en sus medios y por periodistas amigos. Pero la política, ¡oh, sorpresa!, nunca se hace desde posiciones no políticas, sino desde la política. Desde 1513 se advierte todo lo anterior en ese legajo de política real que es El Príncipe, que existe una “razón de Estado”, una “eutaxia” en los términos en que Gustavo Bueno la redefinió, partiendo de Aristóteles.

En Mad Men, acaso una de las más grandes serie de todos los tiempos, Bert Cooper, el jefe del genial publicista Don Draper, le dijo que “este país (por los Estados Unidos) fue construido y gobernado por hombres con peores historias que cualquier cosa que hayas imaginado aquí”; indicando que, por sobre todo, la política no es la lucha ni el mantenimiento por el poder, sino la sobrevivencia eutáxica de un Estado.

Pero aún más, viniendo de quien viene (dos ex abogadas, ambas ex ministras) resulta un poco incómodo exigir a qué “centro radical” se refieren. Desde 1789 más o menos, el centro es un espacio o un punto entre una izquierda que abogaba para que el rey no tenga derecho a veto y una derecha que sí.

Sé que hay una vulgarización de los términos y categorías porque ahora el centro, la izquierda y la derecha pueden ser cualquier cosa. Más Estado, menos mercado; menos Estado, más mercado; progres o conservadores, a favor de la legalización de las drogas, indigenismo etc. Incluso, Lenin jamás se tragó el cuento de izquierdas ni derecha porque para él eran términos abstractos, propios del pensamiento ilustrado burgués de la Revolución francesa. Él se definía como comunista, así de simple.

Hoy nos vuelven a oscurecer el debate, en lugar de esclarecerlo, porque ese “centro radical” que ellos proponen es más un centro entre el antifujimorismo y el fujimorismo. No son coordenadas políticas, sino identitarias y metafísicas que, como decíamos, han hundido en la fragua el debate político. Ese centro más bien es un centro antifujimorista.

(*) Publicado en El Montonero (www.elmontonero.pe)