Por: Oscar Wong (*)
El sutil juego de palabras, servir o servirse, connotan la acción desencadenadora de aquello de lo que actualmente venimos adoleciendo o de lo que viene sobrando. Si nos remontamos a la antigüedad, bajo el imperio romano, el esclavo o siervo era considerado un objeto o cosa, no contaba con ningún derecho ni estatus legal. Al esclavo se le asignaba la función de “servir” para algo o hacer algo en específico, cualquier posibilidad de aprovechamiento propio o “servirse” de aquello que se le había dado para su cuidado o administración podría costarle la vida misma o recibir un castigo muy severo. El servir, no sólo se limitaba a un ejercicio monótono o mecánico por parte de este, sino que debía emplear sus mejores capacidades para ser eficiente y eficaz en lo que se le encargaba.
De esta manera, logramos entender la representación bíblica del siervo fiel, útil y eficiente que descansa en la misericordia de su amo y señor; versus al inútil y negligente, que es echado fuera, alejado de la presencia del soberano. Notamos también, que los principios bíblicos que identifican al cristianismo, son considerados principios universales y muchos de ellos resultan ser rectores de los derechos fundamentales de la personas, derechos que aún se conservan y se disfrutan en el mundo entero. Así, el sentido de justicia de un Dios soberanamente justo, se ve representado en muchas ilustraciones; dentro de los diez mandamientos, no matarás, invoca el derecho a la vida; no robarás, invoca el derecho a la propiedad. El haber sido creado a imagen de Dios, invoca la dignidad de la persona humana. El hecho de que Dios no hace acepción (distinción) de personas y el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, invoca el derecho a la igualdad. Y podríamos continuar.
Con relación al asunto inicial, el Señor Jesús introduce este principio: “No vine a este mundo para que me sirvan, sino para servir a los demás. Vine para dar mi vida por la salvación de muchos”. Cristo, representa en carne propia el verdadero significado de “servir”, entregar su propia vida en utilidad (salvación) para el mundo entero. Debiendo ser servido –como Dios– se hizo así mismo, un siervo útil, fiel y diligente a favor de esta humanidad.
La reflexión, de este caso en particular, es que el ser humano debería seguir los pasos de Jesús, manteniendo siempre ese sentido de servicio, “servir” y no “servirse”. Nuestro país adolece de ejemplos que resalten esta buena acción y le sobran notoriamente los casos de aprovechamiento. La coyuntura política peruana es el ejemplo más notable de ello, suma de continuo todo lo contrario a la enseñanza de Jesús, insistiendo estos en el “servirse de” en lugar de “servir a”. Que Dios nos guarde y no nos desampare.
(*) Abogado, MBA Centrum PUCP, Mtr. en Liderazgo EADA España. Mtr. en Biblia y Teología DTS EEUU
(en curso)
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