Opinión

“CÓMPRESELO USTED, LLAME EN UNA HORA”

Testimonio:

El día 4 de junio, nuestro padre, con 61 años de edad, ingresa en el Hospital Regional ELEAZAR GUZMAN BARRON de Chimbote por el covid-19. Hoy, día 18 de junio, ha fallecido. Uno más entre muchos peruanos, pero como esos otros muchos, una persona, un ser humano.

¿Era inevitable que nuestro padre falleciera por este virus?. Es posible, seguramente sí. Pero lo ocurrido en todo su proceso de enfermedad ha sido kafkiano, rocambolesco, insólito y sobre todo, insultante. ¿Es Perú un país del siglo XXI?. Rotundamente NO, y NO CON MAYUSCULAS.

¿Que define a un país, ahora en el año 2020, como un país moderno?, ¿su ejército, su policía, sus carreteras, su organización administrativa?… En nuestra opinión lo que lo define, lo que lo engrandece como nación, es su SISTEMA EDUCATIVO y su SISTEMA SANITARIO.

Nosotros, hijos de nuestro padre, residentes en el extranjero, hemos tenido que vivir en primera persona, desde el más absoluto sufrimiento e impotencia un desastroso modelo de atención médica, propio de un país subdesarrollado y que no es ni una sombra de lo que debiera, que ni de reojo puede mirar y pretender compararse a otros muchos otros países, donde la sanidad, eso sí, PUBLICA, es considerada el mayor de los logros y derechos de sus ciudadanos y la mayor obligación de atención de sus gobiernos, sean cuales sean el color político de estos, lo que hace que unos y otros, ciudadanía y clase política, se sientan orgullosos de ello.

Pues bien, muchos peruanos y peruanas han muerto, pero creemos, lo sentimos así de corazón, han fallecido no sólo por este virus, sino porque a ello se ha añadido un modelo de atención sanitario absolutamente paupérrimo y deficitario, vamos, hablando vulgarmente, una porquería de atención.

Pongamos como ejemplo si nos lo permiten, el caso de nuestro padre. Miguel, que así se llama, empezó con síntomas de fiebre alrededor de la semana del 15 de mayo. En esos momentos la fiebre “iba y venía”, no era constante y la temperatura no era en exceso alta, pero no terminaba de remitir. Tras varios días así, le empieza a cerrarse la garganta y le cuesta hablar y ante la preocupación de pensar que pudiera estar infectado por el virus, acuden él y su mujer, nuestra madre, a la posta. Allí previo pago de 200 soles, se hace la prueba del covid19. Al día siguiente, acuden de nuevo a la posta, donde les informaron que ha salido en el test positivo. Se le indicará que vuelva a su casa y se le informa de la medicación que debe comprar y así lo harán (200 soles). Esta medicación es tan sólo para 5 días. Pasado ese tiempo nuestro padre empieza a encontrase peor. Gracias a que un familiar le facilita un “medidor de saturación de oxígeno en la sangre” (400 soles), nuestra madre, quien está continuamente a su lado, asumiendo poder contagiarse también, hace el control cada pocas horas de su oxígeno en sangre. Se llama al 113 para solicitar que un médico acuda al domicilio, nadie viene. Nuestro padre irá bajando paulatinamente su grado de saturación, primero 96, luego baja a 89, luego a 82… Los médicos que le atienden TELEFONICAMENTE, personas entregadas, como nos lo demostraron durante días mucho más allá de su obligación profesional, le piden a mi madre que compre un balón de oxígeno y su carga correspondiente; así lo hacemos (2000 soles), pero a Miguel le sigue bajando su oxígeno en sangre. Compramos una segunda carga de oxígeno (300 soles) pero aun así el oxígeno en sangre baja a 72!!!!, en muchas personas, esto hubiera supuesto el fallecimiento del enfermo. Eso ocurre el 04 de junio a las 03 de la madrugada.

Nuestra madre llama a las médicos, quienes le dicen que sin falta acuda al hospital. Se “moviliza” a toda la familia, nuestra madre, nuestras tías, nuestras primas y nosotros desde el extranjero, TODOS buscando UNA AMBULANCIA que traslade a Miguel al hospital. 12 horas!, si, no nos hemos equivocado al escribir; 12 horas, con sus respetivos 60 minutos cada una de ellas, 12 horas interminables donde a cada ambulancia a la que se llamaba para solicitarles el traslado nos decían: NO, así es, NO y NO reiteradas veces. La posta de El Progreso informa a Janeth que no tienen equipo de seguridad para evitar el contagio, se les ofrece comprárselo, pero excusan que no van a encontrar a esas horas dicho material. En definitiva, excusas para no acudir. Esta misma situación de negación de auxilio se la encontró nuestra familia cuando llamaron a los bomberos y al serenazgo e incluso al hospital La Caleta, quienes le comunicaron a nuestra madre que no ingresarían a nuestro padre fuera cual fuera su estado.

Finalmente, y gracias de nuevo a las gestiones e insistencia de una de las médicos que atienden a nuestro padre y que trabaja en la posta La Unión, consigue mandar una ambulancia al domicilio a recogerle. Nuestra madre y él llegan al HOSPITAL REGIONAL ELEAZAR GUZMAN BARRON de Chimbote a las 13:30h., pero le mantienen dentro de la ambulancia dos horas. Después, llevado a la cola del hospital tras un par de horas sentado en una silla de ruedas y asistido por su propio balón de oxígeno, es llevado a “las carpas” donde es atendido. En la Carpa estará alrededor de 6 horas angustiantes e interminables en las que nuestro padre agarrado de la mano por Janeth, esperan a que Miguel sea llevado a la planta Covid 1; a nuestra madre le han informado horas antes que no podía ser ingresado en planta al no haber camas disponibles.

Una vez allí, nuestra madre no podrá pasar y nuestro padre se quedará sólo, como otros muchos pacientes, a cargo del personal médico. A Janeth le piden que se marche a su casa, informándole únicamente a través de un doctor, que tiene los pulmones dañados, sin saber que van a hacer a partir de ese momento, diciéndole que regrese al día siguiente no antes de las 13:00h, ya que si acude en hora anterior a esta, será en vano, puesto que no la atenderán. Es decir, tendrá que esperar 14 horas con sus minutos y segundos a que le informen del estado de salud de su marido.

Un amigo de la familia que trabaja en el hospital, consigue obtener información del estado de nuestro padre; está muy mal, no consigue mejorar.

Horas más tarde, en la mañana del día 05, nuestro amigo obtiene de nuevo información  del estado de nuestro padre, nos confirma el peor de nuestros augurios, Miguel está saturando 61, no se está recuperando. Se le da nueva medicación, pero este amigo nos informa que no hay mucho más que hacer y nos comunica que “esperemos a ver cómo reacciona a este nuevo medicamento”.

Desde que nuestro padre, ingresa en el hospital, nosotros, sus tres hijos, llamamos una y otra, y otra y otra vez al hospital, solicitando información del estado de salud del paciente; la contestación que recibimos, una, y otra, y otra vez: “llame usted en una hora”, y de nuevo tras otra llamada: “llame usted en una hora…”

No somos unos ilusos, sabemos que la situación es grave, los servicios sanitarios están saturados, no hay personal suficiente, pero no aquí en Perú, en todo el mundo, incluyendo por supuesto, el país en el que nosotros vivimos. Pero eso, en nuestra opinión no justifica una atención tan deficitaria, deshumanizada, hasta el punto que tras mas de 30 llamadas en menos de 8 horas, no nos atiende ni una sola persona calificada. Nuestro padre se está muriendo, y sólo han mostrado sensibilidad por ello un trabajador de la administración del hospital al que estaremos siempre agradecidos aunque las llamadas fueran baldías.

A las 13:30 del día 05 y gracias al periodista Carlos Padilla, que nos facilita varios contactos, podemos hablar con una doctora que se encuentra trabajando en el hospital, quien POR FIN nos da información fidedigna de nuestro padre durante unos días.

Hasta el día de hoy, 18 de junio tras 14 días de hospitalización, la información que hemos tenido de nuestro padre ha sido “a cuentagotas”. Una vez al día y durante unos pocos minutos, se le ha informado a nuestra madre de aspectos muy básicos de su estado, eso sí, de lunes sábado, los domingos no hay información, como si el virus descansase esos días, ¿verdad?.

Hemos contado con la suerte de que durante estos 14 días tan largos, además de los doctores ya nombrados, nos han atendido personal de recepción, vigilantes, enfermeras quienes han estado solidariamente dispuestos a facilitarnos, en la medida de sus posibilidades, información de nuestro padre. Sorprendentemente, por el contrario, ni una sola vez un doctor de los que han atendido a nuestro padre, ha hablado con nosotros. Si digo que hemos llamado mas de quince veces al día al hospital, igual esté diciendo pocas. Ni una sola vez, cuando hemos solicitado información del estado de nuestro padre, ni un facultativo se ha dignado a atendernos. Sin embargo, hoy, tras haber fallecido, sorprendentemente hemos sido atendidos por un doctor en la primera llamada realizada, eso sí, siete horas mas tarde desde la hora de su defunción.

No estamos pidiendo imposibles, no culpamos a nadie. Tan sólo pedimos que en estos momentos tan difíciles y angustiosos para todos: enfermos, familiares, personal sanitario, etc., se ofrezca por parte de cada uno de nosotros, de cada uno de los peruanos y peruanas de a pie, de Lima, de Chimbote, de Trujillo, de cualquier esquina del país y de fuera de él,  lo único que no se compra con dinero: humanidad, sensibilidad, empatía, amor por el prójimo.

Jesús Cotrina, Miguel Cotrina, Jenny Cotrina y Javier Gutiérrez