Por: Gustavo Tapia Reyes, Periodista y profesor.
Poco menos de dos años habían pasado desde que el 03-octubre-1968 el general Juan Velasco Alvarado derrocó al presidente Fernando Belaúnde y tres meses y medio del terremoto del 31-mayo-1970, destruyendo al puerto de Chimbote, zona costa, más Huaraz, Yungay, Recuay, zona sierra, cuando, producto del vínculo familiar de doña María Julia Reyes Carbajal y don Vicente Tapia Barrios, nací yo el 15 de setiembre, en una sala del Hospital “La Caleta”, aunque afincado en el Asentamiento Humano (AH) “La Unión”, nombre propicio albergando a los sectores 31 de Mayo y Túpac Amaru, en medio de un ambiente oscilando entre el entusiasmo frente a las reformas decretadas por el llamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (FF AA) y la desmoralización respecto a un futuro sintiendo las consecuencias del movimiento sísmico, seguido de aluvión, marcando la historia de la Región Áncash.
Increíble parece haya transcurrido medio siglo de vivencias y de experiencias, mostrando el sustancial rol ejercido por la política, mezclada a la economía, determina un contexto histórico-social-cultural, imposibilitando alguno de nosotros pueda hacerse a un lado. Nada de cuánto sucediendo fue durante mi infancia, mataperreando en las calles polvorientas, incursionando en las chacras, estuvo al margen de las decisiones de quienes tuvieron la responsabilidad de afrontar los ecos de la vida mundial, a partir de haberse instaurado ese largo periodo de la Guerra Fría y la Paz Armada, sucediendo a la Revolución Cubana (1959), posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y antes de la Revolución Sandinista (1979), expandiendo una batahola del fantasma de los urgentes cambios sociales, representando esperanzas, sueños, jolgorios, en la búsqueda de sociedades más justas, recorriendo los diversos países de América Latina, ahondando la división del planeta en un bloque comunista, liderado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (ex URSS) y en un bloque capitalista, encabezado por los Estados Unidos.
Era la época de las dictaduras militares, debiendo mencionarse a Hugo Bánzer en Bolivia (1971), Augusto Pinochet en Chile (1973), Juan María Bordaberry en Uruguay (1973), Jorge Rafael Videla en Argentina (1976), imponiendo regímenes de facto como una nefasta moda, patentizándose en la Operación Cóndor, a través de la cual se desarrolló un siniestro plan orientado a secuestrar, desaparecer, asesinar a los opositores, empezando a recién variar mediante la convocatoria (1978), en el Perú gobernado por el general Francisco Morales Bermúdez, reemplazando a Velasco Alvarado, merced al “Tacnazo” (1975), a la Asamblea Constituyente, presidida por Víctor Raúl Haya de la Torre, redactando la Constitución Política, necesario soporte jurídico para el retorno de la democracia, con la elección del arquitecto Fernando Belaúnde (1980) y la irrupción del movimiento terrorista Sendero Luminoso (SL) y, más tarde, del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), abriendo una extensa secuela de enfrentamientos armados, agravándose al entrar las FF AA a combatirlos, mientras iba realizando estudios de Primaria y de Secundaria en la Institución Educativa N° 80037 “Antenor Sánchez” del AH “La Unión”.
La realidad proseguía punzante en una sociedad fracturada desde inicios de la república, hablándose entonces de una “de criollos” y otra “de indios”, casi en calidad de opuestas, manteniéndose el centralismo en una “Lima, la horrible”, en la visión del poeta César Moro, repetido por el dramaturgo Sebastián Salazar Bondy, evidenciando un “cielo color panza de burro”, según dijera el humorista Hernán Velarde, catalogada de representar a la nación, recibiendo a miles de foráneos llegando en busca de un mejor horizonte, cada vez más oscuro en unos, cada vez más claro en otros, fundamentos del concepto del “desborde popular”, sostenido por el sociólogo José Mattos Mar, derivando a nombrarla “de los Reyes, de los Chávez, de los Quispe” del doctor Rolando Arellano, surgiendo magistral en la cumbia “Soy provinciano” de Lorenzo Palacios (Chacalón) y en el vals “El provinciano” de Laureano Martínez, haciendo que comience a preguntarme respecto al desafío de, culminada mi formación básica, pueda irme a estudiar en la Universidad de San Marcos, en la Universidad La Católica o en la Universidad Agraria, a saber por cuánto había leído en los datos biográficos de José María Arguedas, Vargas Llosa, padre y Javier Heraud.
Asumía pues una mayor conciencia del entorno, volviendo a mis pasos, mis pensamientos, mis emociones acerca del terruño viéndome crecer, forjándose en los miles de migrantes proviniendo de la sierra, de la selva, del norte y del sur e incluso del extranjero, América Latina, Oriente Medio, Europa y Asia, teniendo apenas una mano adelante, una mano atrás, pero, decididos a establecer flamantes raíces, atraídos por los efluvios del Boom Pesquero de los 60, refrendado en una “tierra de promisión” por Enrique Tovar y en absoluta posesión de la Bahía El Ferrol la “más hermosa desde Cabo de Hornos en Chile hasta Guayaquil en Ecuador”, anotó el sabio Alexander von Humboldt, abalanzándome a explorar en el pasado de una humilde caleta de pescadores, elevada a la categoría de distrito por el presidente José Pardo (1906) y la entronización del culto al santo patrón San Pedro, brotando en las novelas “El zorro de arriba y el zorro de abajo” de Arguedas y “Alejandro y los pescadores de Tancay” de Braulio Muñoz, en los cuentos de “Las islas blancas” de Julio Ortega y en “Del mar a la ciudad” de Oscar Colchado, sin menoscabar la imponente presencia de Juan Ojeda, el poeta abstracto en “Arte de navegar”, agregándose a Dante Lecca y Ricardo Ayllón; en la pintura, a Víctor Barrionuevo, a Héctor Chinchayán; en la música, a Los Rumbaneys, a Los Pasteles Verdes y a cuántos han proseguido la tradición y el folklore, habiendo estudiado la carrera de Educación, en el otrora Instituto de Superior Pedagógico de Chimbote (ex ISPCH).
Sometido a la obligación de adaptarme a la metodología y a la exigencia de los estudios superiores, no experimenté la conmoción descrita por Vargas Llosa, padre, en “El pez en el agua”, ni la falta de emotividad insinuada por Pablo Neruda en “Confieso que he vivido”, en tanto, el ferrocarril de los 90 se hizo latente en directo al milenio del 2000, después será al Bicentenario en el 2021, habiendo acontecido gobiernos democráticos, terminando la carrera de Periodismo en la hoy Universidad “Jaime Bausate y Mesa”, regresando de Conchucos a Moro, luego a Santa, en una vorágine de hechos, unos en blanco y negro, enseguida de otros en múltiples colores, similares a películas en el cine, convirtiendo a Chimbote en el centro del mundo, tan equiparable a New York, París, Londres, Praga, Lisboa, Madrid.
He cumplido cincuenta años de edad publicando algunos títulos, emitiendo ciertas opiniones, exponiendo sobre determinados temas, sufriendo la ausencia definitiva de mis amados padres (2020) y afrontando los rigores de una pandemia, causando muchos estragos. Pero, aquí estoy, aquí sueño, aquí me ubico, emulando a Heraud, repleto de ganas para empezar de nuevo.