Cuando estábamos a solo unas horas de despedir el funesto año 2020 y recibir con esperanzas este 2021, un mar humano se volcó al centro de la ciudad, la congestión se hizo evidente y los vendedores informales, como ocurre todos los años, tomaron por asalto las calles céntricas de la ciudad ofreciendo toda clase de mercaderías.
El control que había establecido la jefatura de seguridad ciudadana desde las primeras horas de la mañana fue desbordado al promediar el mediodía y casi con precisión automática, se incrementó la afluencia de personas que buscaban lo necesario para recibir el año nuevo.
Entre ellas estaban las famosas prendas amarillas, ropa interior, polos preferentemente amarillos que muchos suelen vestir a la medianoche del 31 de diciembre con la finalidad de llamar a la suerte, otros optan por otros colores diferentes como el rojo y el verde que, según la tradición suele favorecer al dinero y el amor.
Sea como fuere, esta gente no advirtió que no estábamos en tiempos para celebrar de esta forma, que no era conveniente que se acuda al centro de la ciudad para confundirse en una descomunal congestión que lo único que consigue es elevar una carga viral que acecha y amenaza a las personas.
Estamos en tiempos de pandemia, en momentos sumamente difíciles en la medida que las estadísticas del sector salud y los informes de los medios de comunicación indicaban que se acercaba un nuevo brote de la enfermedad, que esa tranquilidad sanitaria que había llegado el mes de setiembre se estaba extinguiendo porque las malas costumbres de la gente no permitían que se controle la emergencia.
Una de estas malas costumbres es la compra a último momento de prendas y lo que se requiere para recibir el año, la tradicional correría del ultimo día del año promoviendo las muchedumbres que, si bien es cierto, son comunes y hasta forman parte de una tradición, no era lo más recomendable este fin de año.
Lo mismo ocurre con las fiestas de advenimiento del nuevo año, de acuerdo a los usos y costumbres de los peruanos la mejor manera de despedir el año viejo y recibir el nuevo año es una fiesta con orquesta y mucho licor, con el baile incansable hasta que comience a salir el sol del primer día del año, una impostergable practica que este año no podría darse, que era imposible que se realice porque existe la prohibición legal para la organización de fiestas y bailes en cualquier modalidad.
Sin embargo, esto no se ha respetado, miles de personas han renegado de su vida y salud, han desafiado a la muerte que es la secuela de la contaminación de este virus, decidieron reunirse con los amigos, decidieron participar en fiestas clandestinas, decidieron divertirse en un momento que era el menos recomendable.
Se ha dicho hasta el hartazgo que la pandemia obligaba a cambiar nuestras costumbres, obligaba a eliminar de nuestra agenda tradicional algunos hábitos porque promueven la propagación de ese enemigo invisible que llegó a nuestras vidas hace nueve meses y que no se eliminará sino hasta que se consiga una vacuna que resulte efectiva y segura.
De allí que las preguntas que se caen de maduras son ¿para que la desesperación por adquirir una prenda amarilla? ¿para que la desesperación de acudir a una fiesta en donde se exponen a un contagio masivo de esta enfermedad? ¿para que la ansiedad de violar las normas sanitarias cuando esa actitud, si bien no le hace daño a un asintomático o alguien que se ha recuperado de este mal, se sabe que expone la vida de los demás? ¿Qué es lo que piensa esta clase de gente que no mide sus actos y no se somete a las disposiciones que dictan no solo los médicos y especialistas, sino que recomienda el sentido común?
Es realmente lamentable el espectáculo que se ha visto en las ultimas horas del año que pasó y las primeras horas de este año, con gente que se desparramaba en las calles céntricas en busca de una prenda o algo por el estilo cuando de por medio estaba su vida y salud, con gente que buscaba afanosamente alguna fiesta para celebrar el advenimiento del nuevo año como de costumbre.
Dios proteja a todos ellos, pero, esencialmente, a quienes exponen con esa clase de actitudes, todos somos conscientes que, por efecto de la pandemia, no había nada que celebrar este inicio del nuevo año, por el contrario, solo nos quedaba aferrarnos a la esperanza de tener lo antes posible una vacuna que nos aleje de cualquier peligro. Esperemos que los testarudos entiendan esto.