Para el común de los peruanos, el resultado de las elecciones del pasado domingo no es otra cosa que un voto de protesta, una manera de expresar el descontento popular que inspira nuestra clase política nacional. Podría decirse que este último domingo los peruanos nos hemos hecho un auto exorcismo.
En varios pasajes de nuestra historia, este descontento popular ha llegado al extremo de generar rebeliones, guerras civiles, golpes de estado y otras formas de anarquismo que han terminado por sumergir al país en el fondo del sub desarrollo. Más de las veces, la medicina resultó ser peor que la enfermedad, pero por desgracia esta historia parece no haberle importado a los candidatos de ayer y menos a los de ahora.
Por lo pronto, a los dos candidatos que van a disputar la segunda vuelta tampoco les preocupa el hecho de no haber alcanzado ni siquiera el veinte por ciento de los votos válidamente emitidos. Cuidado, ese precario respaldo popular no es suficiente para que alguien pueda sentirse ganador. Ni política, ni matemáticamente.
En la primera vuelta hemos asistido a una competencia inédita e inaudita, con dieciocho protagonistas que han llevado al electorado a un estado de casi total desorientación. Nunca antes, como en el año del bicentenario, la clase política nacional ha estado tan fragmentada como ahora. Se ha visto que más han podido los apetitos personales y los intereses de grupo, que la madurez de los partidos y el interés nacional.
El país espera que para la a segunda vuelta la situación sea distinta, que en vez de amenazas y maldiciones, se ponga énfasis en la seriedad de los planes de gobierno. Pues mientras algunas propuestas insinúan que la reactivación económica debe hacerse aún a costa de hipotecar el país, otros proponen hacerlo de manera radical, pateando el tablero y de ser posible gobernando el país a latigazos.
Las páginas de nuestra historia están llenas con las malas experiencias que le han ocasionan al Perú las posiciones extremas. Lo que pasó con el guano de las islas, la venta por adelantado del salitre y la explotación del caucho, no tiene porque volver a repetirse. Tampoco es hora de volver a considerar la nacionalización de la actividad productiva. El desastre de Petroperú, Pescaperú, Hierroperú, etc. debe quedar como un mal recuerdo y no como una alternativa.
Es inevitable asimismo que los candidatos que van a disputar la segunda vuelta tengan necesariamente que tender puentes con otras agrupaciones políticas e instituciones vinculadas al quehacer nacional. La suma de esfuerzos nunca estará demás.
Finalmente, quien salga elegido o elegida va a necesitar el apoyo político del congreso de la República. Según los resultados y las proyecciones del domingo último, ninguna de las once bancadas que conformarán el legislativo tendrá mayoría propia.
Esa mayoría tendrá que ser negociada y de esa negociación dependerá la estabilidad política de los próximos cinco años. Para mala suerte, vamos a tener un congreso integrado por novatos, legisladores sin experiencia legislativa, susceptibles de repetir los mismos errores que han llevado a más de una disolución o interrupción democrática.
Cuidado, el país ya no está para seguir emitiendo más votos de protesta.